Iris a las 9:10 a.m.

La luz de la mañana se cuela entre los cristales empañados, proyectando reflejos dorados sobre los estantes llenos de flores. El sonido suave del agua se mezcla con la fragancia de los lirios, las rosas y el jazmín.

Ren gira el cartel de "cerrado" a "abierto" y suspira. El lugar huele a calma, a tierra húmeda, a cosas que florecen incluso en el silencio. Con movimientos lentos, casi rituales, comienza a regar unas petunias junto a la ventana.

TIN-TIN

La campana de la puerta suena.

Ren se detiene. No necesita mirar para saber quién es. Pero lo hace, como siempre.

Allí está él.

Salvatore entra como una sombra elegante. Traje negro perfectamente entallado. Cabello peinado hacia atrás, brillando ligeramente bajo la luz tenue. Sus pasos son lentos, seguros. Sus guardaespaldas se quedan afuera, firmes, como estatuas de mármol. Adentro, solo están él... y Ren.

-¿Lirios? -pregunta con esa voz baja que parece nacer del pecho.

Ren sonríe, apenas. Un gesto íntimo que guarda solo para él. Sin decir una palabra, comienza a preparar el ramo. Pero hoy algo lo inquieta. Hay una chispa de valor encendiéndose en su pecho.

-Uhm... ¿puedo preguntar por qué siempre vienes justo cuando abrimos? -su voz suena más suave de lo que esperaba.

Salvatore lo observa. El silencio cae como una pausa dramática entre escena y escena. Un instante suspendido, donde el tiempo no corre, solo respira.

Finalmente, responde:

-Me gusta darle flores a mi madre por las mañanas.

Mentira. Vengo por ti. Vengo porque tus ojos son lo único que me da paz en medio del caos.

Pero eso solo lo piensa. Y como tantas otras cosas, se lo guarda.

Ren asiente, intentando disimular la leve curva que se forma en sus labios.

-Oh... está bien. Solo tenía curiosidad.

Salvatore paga. Sus dedos rozan los de Ren por un segundo. Un segundo fugaz, eléctrico. Luego se da media vuelta y camina hacia la salida.

Pero Ren lo llama.

-Oye... si no te molesta que pregunte... ¿cómo te llamas?

Salvatore se detiene.

Gira lentamente la cabeza, como en una escena cuidadosamente coreografiada. Y sonríe. No una sonrisa cualquiera. Una que parece romper la armadura que siempre lleva encima.

-Salvatore.

Y sale.

La puerta se cierra con un suspiro de viento. La campana vuelve a sonar.

Ren se queda allí, con el ramo de lirios en las manos y el nombre repitiéndose en su mente como una melodía nueva. Salvatore. Salvatore. Salvatore.

Más que ganas de hablarle... siente ganas de que vuelva