Capítulo 1: Donde el viento lleva nuevos comienzos

La florería olía a lavanda seca y madera vieja.

Ji-ho llegó al pueblo con una maleta pequeña, una bufanda de lana tejida por su abuela y una tristeza que ya no dolía tanto, pero aún pesaba.

Tenía 22 años, era un omega callado, de piel trigueña, ojos que parecían guardar secretos y manos delicadas que temblaban apenas con el frío.

Había heredado la florería tras la muerte de su abuela. A nadie más le importó. Solo a él.

Y eso bastaba.

El pueblo costero, con su brisa salada y sus callecitas tranquilas, parecía detenido en el tiempo. Allí no había bocinas, ni prisa. Solo el sonido del mar y los pasos de quienes no tenían nada que demostrar.

A unos kilómetros de la plaza principal, un auto viejo se detenía frente a una casa alquilada.

Ha-joon bajaba en silencio.

Alfa. 33 años. Alto, de 1.91. Piel trigueña. Silencioso, serio, como si llevara una tormenta dentro que nadie más podía ver.

En sus brazos, su hijo dormido, con la cabeza en su hombro.

Tae-oh, de cinco años, travieso, hablador, curioso.

Su energía contrastaba con el silencio de su padre.

Él no entendía del todo por qué se habían mudado. Solo sabía que mamá ya no estaba y que papá se ponía triste cuando veía ciertos lugares.

Esa noche, el viento sopló suave, como dándoles la bienvenida a los tres.

Tres vidas, tres silencios distintos.

Tres historias que aún no sabían que estaban a punto de entrelazarse.