Capítulo 2 – El primer encuentro

El viento soplaba suave entre las callecitas del pueblo, arrastrando el aroma de las flores y el salitre del mar. Ji-ho, con las mangas de su camisa arremangadas, barría las hojas secas frente a la florería. El cartel aún estaba desgastado, pero la vidriera ya mostraba algunos nuevos arreglos: jazmines, lirios blancos y ramitas de lavanda.

A unos metros, Ha-joon caminaba despacio con su hijo, Tae-oh, de la mano. Era la primera vez que recorrían el pueblo sin rumbo fijo desde que se mudaron. El niño saltaba sobre las baldosas, imaginando que eran islas flotantes. Ha-joon solo observaba, en silencio, con una calma que parecía aprendida a fuerza de pérdida.

Fue Tae-oh quien se detuvo primero frente a la florería.

—¡Appa! ¡Flores! —exclamó, soltándose para correr hacia las macetas alineadas junto a la puerta.

Ji-ho levantó la vista, sorprendido, justo cuando el pequeño tropezó con una piedrita y cayó de rodillas.

—¡Ah! —Tae-oh hizo una mueca, más por el susto que por dolor.

Ji-ho dejó la escoba y se acercó enseguida. Se agachó a su lado con una suavidad casi instintiva.

—¿Estás bien? —preguntó con voz baja, extendiéndole la mano.

El niño lo miró con ojos redondos, dudó un segundo, y luego asintió.

—No me duele mucho.

—Qué valiente —le dijo Ji-ho con una leve sonrisa, ayudándolo a incorporarse.

Ha-joon llegó enseguida, y al ver a Ji-ho con su hijo, hizo un gesto breve de disculpa.

—Lo siento. No quería que molestara.

—No es molestia —respondió Ji-ho, bajando la mirada por timidez—. Le gustan las flores, ¿verdad?

—Demasiado —respondió Ha-joon, con un dejo de risa en su voz.

—Podés llevarse una ramita de lavanda, si quiere. No tiene espinas.

Tae-oh sonrió grande y tomó la flor como si fuera un tesoro.

—¡Gracias, señor flor!

Ji-ho rió bajito.

—Me llamo Ji-ho.

—Yo soy Tae-oh y este es mi appa. ¡Nos mudamos aquí!

—Bienvenidos entonces —murmuró Ji-ho.

Por un segundo, los ojos de Ha-joon y Ji-ho se encontraron. No fue una chispa, no fue electricidad. Fue algo más lento. Más tibio. Como una ventana que se abre sin hacer ruido.

—Gracias por la lavanda —dijo Ha-joon.

—Cuando quiera —respondió Ji-ho, bajando la mirada mientras su corazón, sin saber por qué, latía un poco más fuerte.