El viento soplaba suave entre las callecitas del pueblo, arrastrando el aroma de las flores y el salitre del mar. Ji-ho, con las mangas de su camisa arremangadas, barría las hojas secas frente a la florería. El cartel aún estaba desgastado, pero la vidriera ya mostraba algunos nuevos arreglos: jazmines, lirios blancos y ramitas de lavanda.
A unos metros, Ha-joon caminaba despacio con su hijo, Tae-oh, de la mano. Era la primera vez que recorrían el pueblo sin rumbo fijo desde que se mudaron. El niño saltaba sobre las baldosas, imaginando que eran islas flotantes. Ha-joon solo observaba, en silencio, con una calma que parecía aprendida a fuerza de pérdida.
Fue Tae-oh quien se detuvo primero frente a la florería.
—¡Appa! ¡Flores! —exclamó, soltándose para correr hacia las macetas alineadas junto a la puerta.
Ji-ho levantó la vista, sorprendido, justo cuando el pequeño tropezó con una piedrita y cayó de rodillas.
—¡Ah! —Tae-oh hizo una mueca, más por el susto que por dolor.
Ji-ho dejó la escoba y se acercó enseguida. Se agachó a su lado con una suavidad casi instintiva.
—¿Estás bien? —preguntó con voz baja, extendiéndole la mano.
El niño lo miró con ojos redondos, dudó un segundo, y luego asintió.
—No me duele mucho.
—Qué valiente —le dijo Ji-ho con una leve sonrisa, ayudándolo a incorporarse.
Ha-joon llegó enseguida, y al ver a Ji-ho con su hijo, hizo un gesto breve de disculpa.
—Lo siento. No quería que molestara.
—No es molestia —respondió Ji-ho, bajando la mirada por timidez—. Le gustan las flores, ¿verdad?
—Demasiado —respondió Ha-joon, con un dejo de risa en su voz.
—Podés llevarse una ramita de lavanda, si quiere. No tiene espinas.
Tae-oh sonrió grande y tomó la flor como si fuera un tesoro.
—¡Gracias, señor flor!
Ji-ho rió bajito.
—Me llamo Ji-ho.
—Yo soy Tae-oh y este es mi appa. ¡Nos mudamos aquí!
—Bienvenidos entonces —murmuró Ji-ho.
Por un segundo, los ojos de Ha-joon y Ji-ho se encontraron. No fue una chispa, no fue electricidad. Fue algo más lento. Más tibio. Como una ventana que se abre sin hacer ruido.
—Gracias por la lavanda —dijo Ha-joon.
—Cuando quiera —respondió Ji-ho, bajando la mirada mientras su corazón, sin saber por qué, latía un poco más fuerte.