Capítulo 3 – Flores para un nuevo comienzo

Esa mañana, Ji-ho despertó antes del alba. El cielo aún estaba teñido de gris y el pueblo dormía, pero en su pequeña cocina ya hervía agua para el té. Le gustaba ese momento: cuando todo estaba en silencio y solo se oía el canto lejano de las aves marinas.

Se sentó frente a la ventana, con su cuaderno de notas. Dibujó a mano alzada un arreglo floral que pensaba hacer para el primer cliente oficial de la florería: una señora mayor que quería flores para el altar de su esposo. Ji-ho pensaba usar lirios blancos, un poco de romero por la memoria, y algunas violetas por la ternura.

Mientras anotaba, pensó en Tae-oh.

Había algo en ese niño que lo había tocado sin aviso. Una pureza, una alegría que parecía desarmar los muros más antiguos. Y también pensó en Ha-joon… ese Alfa tan serio, tan callado, pero cuyos ojos parecían decir mucho sin palabras.

Horas después, mientras acomodaba flores en baldes de agua fresca, la campanita de la puerta sonó.

—Hola, señor flor —saludó una vocecita conocida.

Ji-ho giró, y su corazón dio un pequeño vuelco. Tae-oh, otra vez. Esta vez con una flor en la mano: una margarita un poco aplastada.

—Es para vos —dijo, extendiéndola.

—¿Para mí?

—Sí. Porque me diste una flor ayer.

Ji-ho tomó la margarita con cuidado, como si fuera un regalo precioso.

—Gracias. Es hermosa.

Detrás de él, Ha-joon asintió en silencio. Llevaba una bolsa de pan bajo el brazo.

—Pasamos a saludar —dijo, algo incómodo.

—¿Ya desayunaron? —preguntó Ji-ho, sin pensarlo mucho.

—Apenas —respondió Ha-joon.

—¿Quieren un poco de té y pan con mermelada? Tengo té de jazmín. Es suave, para los niños también.

Ha-joon dudó. Pero Tae-oh ya se había sentado en el pequeño banquito junto al mostrador, como si fuera su lugar desde siempre.

Y así, entre tazas de té y risas suaves, comenzó una costumbre sin nombre. Algo nuevo que, sin saberlo, empezaba a echar raíces.