Capítulo 5: Una taza de té y una promesa muda

La mañana amaneció con neblina. El pueblo costero parecía envuelto en un sueño suave, donde los sonidos eran susurros y el tiempo se tomaba vacaciones.

Ji-ho abrió la florería más tarde de lo habitual. Tae-oh había insistido en quedarse con él esa mañana, y Ha-joon no se opuso. Al contrario, le dejó una lonchera preparada con una nota escrita a mano: “Gracias por hacernos bien.”

El Omega la leyó en silencio, luego la guardó entre las páginas de su diario.

Mientras arreglaba flores con Tae-oh, el niño preguntó:

—¿Vos también soñás, Ji-ho?

—Claro que sí —respondió él, sonriendo—. A veces con flores que hablan. A veces con una casa llena de risa.

—Yo sueño con quedarnos acá para siempre. Con vos y papá.

El corazón de Ji-ho se encogió. Acarició la cabeza del niño, intentando que no se notara cómo sus ojos se llenaban de agua.

Ese día, mientras tomaban té por la tarde —Ji-ho, Ha-joon y Tae-oh sentados bajo la pérgola—, el Alfa miró al Omega con calma.

—¿Qué soñabas cuando eras chico?

Ji-ho lo pensó. Nadie se lo había preguntado nunca.

—Soñaba con tener un rincón tranquilo. Sin gritos. Sin tener que esconder lo que sentía. Solo… alguien que me mire y no me quiera cambiar.

Ha-joon extendió la mano. No dijo nada. Pero con ese gesto, Ji-ho supo que lo había entendido todo.

Y mientras el sol caía y la luz dorada los envolvía, Tae-oh se quedó dormido sobre el regazo de Ji-ho, y Ha-joon apoyó su cabeza sobre el hombro del Omega, como quien encuentra su hogar en el sitio más inesperado.