Capítulo 2: Los que viven sin ser vistos
Capítulo 2: Los que viven sin ser vistos
Hay personas que parecen fantasmas. Caminan entre nosotros, pero nadie las mira.
Yo solía pensar que eso solo pasaba en películas tristes o documentales sobre pobreza extrema.
Hasta que empecé a notar… que están en todas partes.
El conserje del colegio, don Fabián, tiene la espalda torcida y la mirada gastada. Lo he visto barrer entre risas de estudiantes que le patean el balde. Nadie lo defiende. Nadie lo ve.
Está la chica que se sienta sola todos los almuerzos, con los ojos rojos, como si llorara a escondidas. Y nadie pregunta.
A veces me pregunto cuántos están gritando por dentro, pero el mundo está tan ocupado mirando pantallas que ya nadie escucha.
Miguel me dijo una vez:
—“El dolor no duele tanto cuando alguien lo reconoce”.
Y creo que esa frase es el resumen de esta época: dolores ignorados.
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Vivimos en un mundo donde los likes importan más que las lágrimas. Donde alguien puede morir de frío a dos cuadras de una tienda que vende bufandas de 100 dólares.
¿Es este el progreso?
Yo no soy mejor que los demás. Solo tengo los ojos un poco más abiertos. Y a veces eso es más una maldición que una virtud. Porque cuando ves tanto, duele más.
Hoy vi a Miguel darle su sándwich a un niño que dormía frente a la estación de trenes. No dijo nada. Solo se lo dejó envuelto en una servilleta.
Después caminó como si nada.
Pero yo lo vi.
Y ese pequeño acto fue más poderoso que cien discursos.
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Estoy empezando a entender que Miguel no solo está triste. Está harto. Harto de un mundo que lo decepciona, donde la empatía es un lujo y la bondad parece una rareza.
Yo no quiero que él se pierda.
Pero para eso, tal vez primero tengamos que rescatar al mundo que lo está empujando al abismo.
Y eso, lo sé, no está en ningún libro de física cuántica.
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✍️Konigsmörder