Capítulo 4: Cosechando ruinas

Capítulo 4: Cosechando ruinas

Hoy en clase, una compañera dijo que la pobreza es “culpa de la flojera”.

Quise responder. De verdad lo intenté.

Pero mi voz se quedó atrapada entre el asco y la incredulidad.

¿Culpa de la flojera?

Que fácil es hablar cuando el refrigerador siempre está lleno, cuando los libros llegan por Amazon, cuando tus errores no cuestan hambre.

---

En mi ciudad hay zonas donde los techos son de hojalata, pero a unas pocas cuadras, las mansiones tienen cámaras, choferes y perros entrenados para morder la pobreza si se atreve a acercarse.

Una frontera invisible separa al que almuerza con cinco cubiertos del que revuelve la basura por un mendrugo de pan.

Yo crecí en el medio de esas dos realidades.

Ni lo suficientemente pobre para ser invisible, ni lo suficientemente rico para pertenecer.

Y eso me hizo ver que la desigualdad no es una distancia. Es una herida abierta que todos aprendimos a ignorar.

---

Miguel trabaja medio turno en una librería. Lo hace porque su mamá está enferma y su papá desapareció hace años.

Mientras los demás piensan en fiestas, él piensa en medicamentos.

Mientras sueñan con viajes, él sueña con que la nevera aguante hasta fin de mes.

A veces se ríe de su propia situación, como si burlarse de su dolor lo hiciera más llevadero.

Pero yo sé que duele.

Y sé que duele más cuando ves que quienes tienen todo, hacen todo para mantenerlo… incluso si tienen que pisotear al resto.

---

La corrupción no solo está en los presidentes.

Está en el policía que acepta una mordida, en el profesor que vende notas, en el empresario que evade impuestos mientras despide a cientos.

Está en la costumbre de justificar la injusticia solo porque "siempre ha sido así".

Me molesta ver que vivimos en un mundo donde un banquero que roba millones recibe arresto domiciliario, pero un joven que roba pan puede pasar años en prisión.

---

Una vez le pregunté a Miguel: —¿Tú crees que el dinero cambia a las personas?

Él me miró serio y respondió: —No, Alex. El dinero no cambia a nadie. Solo revela lo que ya eran por dentro.

Esa frase no la he podido sacar de mi cabeza.

Porque es verdad.

Vivimos rodeados de máscaras…

Y el dinero es como el fuego: quema los disfraces.

---

Hoy vi a una niña pidiendo limosna en la puerta del colegio.

Sus ojos parecían mucho más viejos que su cuerpo.

La profesora de ética cerró la ventana para que no "interrumpiera la clase".

Y me dieron ganas de gritar.

¿Qué clase de ética enseñamos si el hambre molesta más que la indiferencia?

---

Yo no tengo todas las respuestas.

Solo sé que cuando la riqueza de unos se construye sobre la ruina de otros, lo que tenemos no es una sociedad… es una estafa bien maquillada.

Y en medio de todo eso, Miguel sigue luchando.

Yo intento acompañarlo.

Y en nuestras charlas nocturnas, a veces creemos que cambiar el mundo es imposible.

Pero otras veces, cuando el viento sopla suave y el cielo está limpio, sentimos que tal vez, con solo entender el dolor del otro, ya estamos haciendo una revolución.