Capítulo 6: El mundo arde y nosotros callamos
Miguel se quedó a dormir en mi casa anoche.
No dijo mucho, pero su silencio fue menos pesado que otros días.
A veces me pregunto si la tristeza se puede compartir como una manta.
No para eliminarla, sino para que duela menos.
---
En la madrugada, me desperté con su voz.
Susurraba cosas dormido, nombres, números… y algo que me partió:
—"¿Por qué ellos y no yo?"
---
Cuando amaneció, lo llevé al techo.
Ahí, donde siempre vamos a ver las estrellas o a hablar de teorías locas sobre el universo.
—"¿Alguna vez pensaste en todo lo que no vemos?", le pregunté.
—"¿Como qué?"
—"Como que mientras hablamos de nuestras penas… hay un niño en Somalia que murió de hambre hoy. Que en Yemen una madre enterró a su hija con las manos desnudas. Que hay gente que no tiene agua, ni refugio, ni voz. Que cada minuto, el mundo arde, y nosotros lo miramos como si no fuera nuestro."
---
Se quedó en silencio. No de esos silencios vacíos. Sino de los que están cargados de pensamiento.
—"Lo sé, Alex. Me siento culpable a veces. Porque tengo un techo, y sin embargo, no quiero vivir. Mientras otros harían lo que fuera por sobrevivir."
Me dolió escucharlo.
Porque esa es otra injusticia invisible: sentirse culpable por sufrir cuando otros sufren más.
—"Miguel, el dolor no se mide. No hay ranking del sufrimiento. Cada quien tiene su infierno, y sobrevivirlo ya es un mérito."
---
Le conté sobre un informe que leí hace poco.
Cada 10 segundos muere un niño por desnutrición en el mundo.
Diez segundos.
Uno.
Dos.
Tres…
Cada número es una vida apagada.
Y mientras tanto, millones se gastan en armas, en lujos absurdos, en campañas vacías.
¿Cómo puede llamarse “civilización” a esto?
---
Miguel me miró, y por primera vez en semanas, habló con fuerza:
—"¿Y qué hacemos, Alex? ¿Qué podemos hacer nosotros contra un mundo que se cae a pedazos?"
Lo pensé un momento.
—"Tal vez nada. Tal vez mucho. Pero lo que no podemos hacer es quedarnos indiferentes. Podemos hablar. Podemos incomodar. Podemos tender la mano a quien tengamos cerca. Podemos hacer que al menos una persona no se sienta sola."
—"¿Y si no es suficiente?"
—"Entonces seremos nosotros los que no nos rendimos. Y eso ya es una forma de resistencia."
---
Más tarde, escribí en mi libreta:
"No cambiaré el mundo.
Pero tal vez, si curo a uno solo,
si escucho a uno solo,
si abrazo a uno solo…
entonces habré hecho algo más grande que un discurso o una bandera."
Miguel lo leyó. No dijo nada.
Pero su sonrisa fue leve. Honesta.
Como un sol tímido asomando después de la tormenta.