Capítulo 11: Las manos sucias del mundo

Capítulo 11: Las manos sucias del mundo

Había elecciones municipales.

Los profesores hablaban de democracia.

Los carteles políticos llenaban los postes.

Y los candidatos desfilaban por la escuela como si nos importaran.

Yo no confiaba en ninguno.

Miguel menos.

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Una tarde, decidimos investigar a los principales candidatos.

Era un ejercicio para clase de Ética, pero lo tomamos en serio.

Demasiado serio.

Encontramos contratos turbios. Promesas recicladas. Empresas fantasmas.

Y sobre todo, una red de favores donde el poder siempre terminaba en los mismos bolsillos.

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Subimos un video.

—"¿Qué pasa cuando la corrupción no se esconde en la oscuridad, sino en plena luz del día?", decía Miguel en la introducción.

Fue viral.

Nos llamaron rebeldes.

Pero también nos advirtieron.

Un mensaje anónimo llegó esa noche al celular de Miguel:

“Deja de escarbar donde no debes. No sabes con quién te metes.”

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Miguel no durmió bien.

Tampoco hablaba.

Su mirada era hueca.

—"No puedo más, Alexander. No puedo luchar contra todo esto mientras apenas puedo con mi cabeza."

Y se quebró.

Lo vi llorar.

Temblar.

Romper en pedazos lo que aún quedaba en pie de su ánimo.

Me senté a su lado.

No le di discursos.

Solo le dije:

—"No tienes que hacerlo solo. No contra el mundo. No contra ti mismo."

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Días después, Miguel no fue a clase.

Su madre me llamó.

Me dijo que estaba en cama. Que no quería hablar. Que había dejado de comer.

Fui a su casa.

Entré a su cuarto.

Estaba oscuro, lleno de papeles, libros abiertos, frases subrayadas como gritos silenciosos:

> “Todo está podrido.”

“No cambiaremos nada.”

“La verdad no sirve si nadie la escucha.”

Me arrodillé frente a él.

Y le dije:

—"Tal vez no cambiemos el mundo. Pero eso no significa que dejemos que él nos cambie a nosotros."

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Esa noche, no dormimos.

Hablamos de Nietzsche, de Sócrates, de Malcolm X y de Greta Thunberg.

Lloramos. Reímos.

Nos prometimos no rendirnos.

Porque si el mundo está roto, entonces alguien tiene que intentar repararlo.

Aunque sea con los pedazos de sí mismo.