Capítulo 12: Pan para unos, silencio para otros

Capítulo 12: Pan para unos, silencio para otros

Ese viernes hubo debate escolar.

Tema: ¿Es la desigualdad una consecuencia inevitable del progreso?

Yo estaba listo.

Miguel, recuperado, también.

Pero no esperábamos enfrentarnos a Leonardo Viteri, hijo de un banquero, alumno estrella, sonrisa de catálogo.

Vestía traje.

Tenía respuestas preparadas.

Y hablaba como quien nunca ha tenido hambre, ni miedo, ni un día sin calefacción.

—“La desigualdad no es injusta, es el precio del mérito. Quien trabaja duro, llega lejos. Los que no… bueno, eso ya no es culpa del sistema.”

El auditorio aplaudió.

Tuve que respirar hondo.

Muy hondo.

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—“¿Y qué hay de los niños que nacen sin agua potable?”, dije.

—“¿O los que trabajan desde los 7 años para sobrevivir? ¿Eso también es falta de mérito?”

Silencio.

Luego un murmullo.

Y Leonardo sonrió.

—“A todos se nos dan cartas. Algunos mejores, otros peores. Lo importante es cómo las juegas.”

—“Es fácil hablar de cartas cuando tú naciste con el mazo en la mano”, respondí.

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Ganamos el debate.

Pero no me sentí mejor.

Esa misma tarde salí a caminar.

Pasé por un barrio que casi nunca pisaba.

Calles rotas. Niños descalzos.

Y un anciano, sentado en una silla vieja, mirando el cielo.

Me senté a su lado.

—“¿Usted cree que el mundo puede cambiar?”, le pregunté.

Se rió. Con la tristeza de quien ya no espera respuestas.

—“No lo sé, chico. Tal vez el mundo no cambia. Solo envejece. Como nosotros.”

Le pregunté si alguna vez había soñado con algo más.

—“Sí. Pero los sueños pesan mucho cuando tienes hambre.”

Me mostró las manos: llenas de cicatrices.

Trabajó toda su vida, dijo.

Para morirse sin haber tenido nunca un mes de descanso.

—“¿Y valió la pena?”, pregunté, sin querer ofender.

Me miró. Sus ojos estaban húmedos.

—“No lo sé. Pero si tú estás aquí, preguntando, tal vez aún valga la pena que alguien lo intente.”

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Volví a casa con el corazón hecho nudo.

No todos tienen las mismas oportunidades.

No todos pueden resistir.

Pero si yo sí puedo… ¿no debería hacerlo por ellos también?

Esa noche, escribí en mi diario:

> “La desigualdad no solo es económica. Es moral. Es la indiferencia disfrazada de lógica. El privilegio que calla, mientras el resto grita.”