Capítulo 16: Luz que no se apaga
La noche después del debate con Joaquín, no dormí.
Me senté frente a mi viejo portátil, con los nudillos aún rojos por la jornada en el parque, y empecé a escribir una frase en la pantalla en blanco:
> “No queremos tener la razón. Queremos cambiar las preguntas.”
Le mandé un mensaje a Miguel:
“Necesitamos algo más grande.”
Su respuesta fue solo una palabra:
“Sí.”
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La idea
A los pocos días, éramos cinco:
Miguel, yo, una chica que conocimos en la marcha (Sara), un viejo amigo de la infancia (Iván) y una bibliotecaria jubilada que se ofreció a ayudar (doña Maritza).
Empezamos algo que llamamos “Proyecto Prisma”.
Un sitio web.
Un canal en redes.
Un espacio donde los jóvenes pudieran escribir, reflexionar, debatir, organizarse, denunciar… y sobre todo, pensar.
Sin banderas.
Sin etiquetas.
Solo ideas. Y humanidad.
Subimos nuestros primeros artículos:
¿Qué significa ser libre en un mundo vigilado?
La otra cara del feminismo: entre la lucha y el abuso del discurso
La poesía como acto político
África no necesita tu lástima: necesita justicia global
Pronto, los mensajes comenzaron a llegar.
Estudiantes.
Activistas.
Profesores.
Gente anónima que decía:
“Gracias por escribir lo que muchos sentimos y pocos se atreven.”
Sentí que algo empezaba a moverse.
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La caída
Pero entonces, Miguel desapareció.
No respondió mensajes en dos días.
No vino a las reuniones.
Lo encontré en su habitación, con las cortinas cerradas y los ojos secos, como si ni siquiera pudiera llorar.
—“¿Qué pasó, Miguel?”, le pregunté.
Silencio.
—“¿Te hizo mal lo de Joaquín? ¿Lo que estamos haciendo?”
Negó con la cabeza.
—“No es eso. Es que… todo esto, todo lo que estamos haciendo… ¿y si no sirve para nada? ¿Y si solo estamos escribiendo palabras que el viento se lleva? ¿Y si el mundo… ya está roto para siempre?”
Me senté a su lado.
—“A veces también pienso eso.”
Lo miré.
Sin disfrazar mi cansancio.
Sin esconder mi miedo.
—“Pero entonces me acuerdo… que si tú estás aquí, que si yo estoy aquí, que si alguien en algún lugar leyó lo que escribimos y pensó ‘no estoy solo’… entonces ya ganamos algo.”
Él cerró los ojos.
—“¿Crees que Dios existe?”
Silencio.
Luego respondí:
—“No lo sé. Pero sí sé que algo nos mueve. Algo que no es solo carne y hueso. Llamémosle alma. O energía. O conciencia. O dolor. O amor.”
Apreté su hombro.
—“Lo que importa es que no estás solo. Nunca más.”
Él asintió.
Y lloró.
Por fin.