Capítulo 18: Bajo la misma constelación

Capítulo 18: Bajo la misma constelación

Después del foro, la vida se volvió más ruidosa.

Más intensa.

Más... caótica.

Había felicitaciones, entrevistas, mensajes de apoyo y también insultos, amenazas, burlas.

Pero esa noche no había ruido.

Solo estrellas.

Sara y yo caminábamos por la vieja cancha del colegio donde nació Proyecto Prisma.

La misma donde ella me lanzó la primera crítica sin filtros que me hizo pensar dos veces.

Llevaba una chaqueta azul que no le había visto antes.

El pelo suelto.

Los ojos atentos a cada paso.

—“Estás más callado que de costumbre” —me dijo.

—“Estoy... cansado. Pero no de cuerpo. De alma.”

Ella asintió.

Sabía de qué hablaba.

Nos sentamos en la vieja banca oxidada.

El cielo estaba despejado, limpio.

Como si quisiera regalarnos un mapa.

—“¿Alguna vez pensaste que esto se nos saldría de las manos?” —le pregunté.

—“No. Pero tampoco pensé que tu voz llegaría tan lejos.”

Silencio.

Un cometa cruzó el cielo.

Breve.

Radiante.

Libre.

—“¿Crees en el destino?” —me preguntó de pronto.

—“No exactamente. Creo que todo tiene una causa. Pero también creo que hay momentos... que simplemente tienen que pasar.”

Ella me miró, con una expresión mezcla de ironía y ternura.

—“Eso suena casi poético para un tipo medio ateo.”

Reímos.

Luego el silencio regresó.

No incómodo.

Sino necesario.

Sara se acomodó mejor. Se acercó.

Apoyó su cabeza en mi hombro.

Yo no me moví.

Tampoco dije nada.

No necesitábamos palabras.

Ella susurró:

—“A veces siento que solo aquí, contigo… el mundo no me grita. Solo escucha.”

Tragué saliva.

Quise decir algo.

Pero era de esos instantes donde hablar lo estropearía todo.

En su voz había cansancio, pero también paz.

Pasaron minutos.

Y entonces, con los ojos aún fijos en las estrellas, le dije:

—“Sara… si alguna vez esto se rompe, Prisma, el grupo, todo… solo quiero que sepas que tú fuiste el eje. El equilibrio. La crítica que se volvió motor.”

Ella no respondió.

Solo me apretó la mano.

Fuerte.

Verdadera.

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Esa noche no hubo grandes discursos.

Ni debates filosóficos.

Ni manifiestos.

Solo dos jóvenes, mirando el mismo cielo.

Intentando no perderse en el ruido del mundo.