Los magos rojos y la iniciación de Eleonora

El exilio había sido brutal para Eleonora. Despojada de su magia, se sentía como un pájaro con las alas cortadas, una sombra de lo que fue. El mundo mundano, al que había renunciado hacía tanto tiempo, la recibía con indiferencia y, a veces, con hostilidad. La antigua Maestra de Umbría, acostumbrada al respeto y la reverencia, ahora era una anciana solitaria, obligada a ganarse la vida con trabajos humildes, constantemente recordada de su caída en desgracia.

Caminaba sin rumbo fijo, consumida por el resentimiento y la amargura. Había dedicado su vida a Umbría, y a cambio, había sido traicionada, humillada, desterrada. La imagen de Aria, triunfante, se repetía en su mente como una tortura constante.

Una noche, mientras se refugiaba de la lluvia bajo el alero de una taberna abandonada, escuchó voces. Voces que hablaban de magia, de poder, de venganza.

Intrigada, Eleonora se asomó cautelosamente. En el interior de la taberna, a la luz de una sola vela, vio a un grupo de personas reunidas alrededor de una mesa. Llevaban túnicas rojas, con capuchas que ocultaban sus rostros. Doce figuras, en total.

"…la Piedra Lumina es solo una de muchas," decía una de las figuras, una voz masculina, profunda y resonante. "Existen otros artefactos, otras fuentes de poder, mucho más antiguas, mucho más poderosas."

"¿Y qué hay de Umbría?" preguntó otra voz, esta vez femenina, con un tono sibilante. "La debilidad de sus líderes es evidente. Es el momento de actuar."

"Paciencia," respondió la primera voz. "Umbría caerá, pero primero, necesitamos reclutar a aquellos que han sido rechazados, aquellos que anhelan el poder que se les ha negado."

En ese momento, una de las figuras encapuchadas se giró y miró directamente a Eleonora. Una mano enguantada de rojo hizo un gesto, invitándola a entrar.

Eleonora, sintiendo una mezcla de miedo y esperanza, obedeció.

Al acercarse a la mesa, las capuchas se retiraron, revelando los rostros de los doce magos. Eran rostros diversos, algunos jóvenes, otros viejos, algunos marcados por la batalla, otros con una inquietante belleza. Pero todos compartían una misma característica: una mirada intensa, llena de una ambición desmedida.

"Bienvenida, Eleonora," dijo el mago de la voz profunda, que parecía ser el líder. "Te hemos estado observando. Conocemos tu historia, tu caída, tu anhelo de venganza."

Eleonora se irguió, intentando mantener la dignidad a pesar de su estado deplorable. "¿Quiénes sois?" preguntó.

"Somos los Magos Rojos," respondió el líder. "Un círculo antiguo, dedicado a la búsqueda del poder primordial, el poder que existía antes de las escuelas, antes de las reglas, antes de la debilidad de la 'magia domesticada'."

"¿Y qué queréis de mí?"

"Te ofrecemos una oportunidad, Eleonora," dijo el líder. "Una oportunidad de recuperar tu poder, de vengarte de aquellos que te traicionaron, de unirte a una causa mayor."

Eleonora sintió un escalofrío recorrer su espalda. La oferta era tentadora, demasiado tentadora. Pero también era peligrosa. Podía sentir la oscuridad que emanaba de estos magos, la crueldad en sus ojos.

"¿Qué tendría que hacer?" preguntó, con voz temblorosa.

"Unirte a nosotros," respondió el líder. "Someterte a la iniciación. Abrazar el poder del Caos."

La iniciación, como Eleonora pronto descubrió, fue una prueba brutal, diseñada para romper su espíritu y reconstruirlo a imagen de los Magos Rojos. Fue sometida a rituales dolorosos, a visiones aterradoras, a pruebas de lealtad que la obligaron a renunciar a todo lo que una vez había valorado.

La privaron de sueño, de alimento, de agua. La obligaron a presenciar actos de crueldad inimaginable. La torturaron, física y mentalmente, hasta que estuvo a punto de perder la cordura.

Pero Eleonora resistió. Su resentimiento, su odio hacia Umbría, su deseo de venganza, la mantuvieron con vida. Se aferró a la promesa de poder, a la idea de recuperar lo que había perdido.

El clímax de la iniciación llegó en una noche de luna llena. Eleonora, desnuda y temblorosa, fue llevada a un claro en el bosque, donde los doce Magos Rojos la esperaban alrededor de un altar de piedra.

En el centro del altar, ardía un fuego carmesí, que emitía un calor antinatural. El líder de los Magos Rojos, con una daga de obsidiana en la mano, se acercó a Eleonora.

"Estás lista para renacer, Eleonora," dijo. "Estás lista para abrazar el poder del Caos."

Eleonora asintió, con los ojos fijos en el fuego.

El líder levantó la daga y, con un movimiento rápido y preciso, hizo un corte en el brazo de Eleonora. La sangre, de un rojo brillante, brotó de la herida y cayó sobre el fuego.

Al instante, las llamas se elevaron, rugiendo con una fuerza sobrenatural. Eleonora sintió una oleada de energía, una energía cruda, salvaje, diferente a cualquier cosa que hubiera experimentado antes.

El dolor desapareció. La debilidad desapareció. En su lugar, sintió una fuerza inmensa, un poder ilimitado que fluía a través de ella.

El líder de los Magos Rojos sonrió. "Bienvenida, Hermana Eleonora," dijo. "Ahora eres una de nosotros."

Eleonora abrió los ojos. Ya no eran los ojos de la anciana derrotada y humillada. Eran los ojos de una hechicera renacida, llenos de una luz roja, fría y despiadada. Su magia, que había sido arrancada de ella, había regresado, pero transformada, corrompida, alimentada por el Caos.

Eleonora, la antigua Maestra de Umbría, había muerto. En su lugar, había nacido una nueva Eleonora, una Maga Roja, lista para vengarse, lista para reclamar su poder, lista para desatar el Caos sobre el mundo. Y Umbría, la escuela que la había traicionado, sería la primera en sentir su furia.