Eleonora, decidida a infiltrarse en el reino subterráneo, se acercó al castillo más cercano. Sin embargo, al llegar al puente levadizo, se encontró con un obstáculo inesperado. No había guardias, ni cerraduras, ni ningún tipo de barrera física. Pero al intentar cruzar, una fuerza invisible la detuvo en seco.
Era una barrera mágica, una pared invisible de energía que vibraba con un poder antiguo y profundo. Eleonora, a pesar de su dominio de la magia del Caos, no pudo encontrar ninguna debilidad en la barrera. Intentó disiparla con hechizos, destruirla con fuerza bruta, incluso atravesarla con portales dimensionales, pero todo fue en vano. La barrera permanecía impenetrable.
"Interesante," murmuró Eleonora, acariciando su barbilla. "Una magia antigua, sin duda. Y muy poderosa."
Retrocedió unos pasos, frustrada pero no derrotada. Si no podía entrar por la fuerza, tendría que encontrar otra manera. Decidió observar, estudiar el castillo desde la distancia, buscando alguna pista, alguna debilidad.
Pasó horas, quizás días, en la oscuridad de la caverna, vigilando el castillo. La lava que lo rodeaba proporcionaba una luz tenue, pero suficiente para ver que no había actividad aparente. No había guardias patrullando las murallas, ni luces en las ventanas, ni señales de vida.
Sin embargo, Eleonora sentía que el castillo no estaba vacío. Podía percibir una presencia, una energía latente que emanaba de la piedra negra. Era una energía fría, antigua, diferente a cualquier cosa que hubiera sentido antes. No era la magia caótica de los Magos Rojos, ni la magia ordenada de Umbría. Era algo… más.
Mientras observaba, Eleonora notó un patrón. Cada cierto tiempo, la barrera mágica que rodeaba el castillo parpadeaba, debilitándose por un instante. Era un parpadeo tan breve que casi lo pasó por alto, pero estaba allí, una falla en la perfección de la magia.
Eleonora esperó pacientemente, estudiando el patrón. Descubrió que el parpadeo ocurría cada vez que una de las lunas subterráneas – enormes formaciones rocosas luminiscentes que colgaban del techo de la caverna – alcanzaba una posición específica en su órbita.
"Alineación lunar," murmuró Eleonora. "La barrera está vinculada a la energía lunar subterránea. Inteligente."
Pero, ¿cómo aprovechar esa debilidad? El parpadeo era demasiado breve para que pudiera cruzar el puente levadizo y llegar a la puerta antes de que la barrera se restableciera.
Entonces, Eleonora recordó algo. El pergamino que había encontrado hablaba de quince castillos, todos de igual tamaño y diseño. Si la barrera de este castillo estaba vinculada a la luna subterránea, era probable que las barreras de los otros castillos también lo estuvieran, pero quizás a lunas diferentes, con ciclos orbitales diferentes.
Decidida a probar su teoría, Eleonora se dirigió a otro castillo. El viaje fue largo y peligroso, ya que tuvo que sortear ríos de lava y evitar las criaturas que acechaban en la oscuridad. Pero finalmente, llegó a otro castillo, idéntico al primero.
Y allí, su teoría fue confirmada. La barrera de este castillo también parpadeaba, pero en un momento diferente, cuando otra luna subterránea alcanzaba una posición específica.
Eleonora sonrió. Había encontrado la clave. No necesitaba atravesar una sola barrera, necesitaba coordinar su movimiento con los parpadeos de las barreras de varios castillos, saltando de uno a otro hasta llegar al castillo central, el del Rey del Subsuelo.
Era un plan arriesgado, que requería una precisión y un tiempo perfectos. Pero Eleonora no tenía miedo. La promesa del poder, la sed de venganza, la impulsaban hacia adelante.
Pero antes de poner su plan en marcha, Eleonora necesitaba saber qué había dentro de esos castillos. ¿Quiénes eran los habitantes del reino subterráneo? ¿Eran hostiles? ¿Podrían ser aliados?
Decidió arriesgarse. Esperó a que la barrera del castillo más cercano parpadeara y, en ese instante, lanzó un hechizo de invisibilidad y se deslizó a través del puente levadizo.
Al entrar al castillo, Eleonora se encontró en un patio silencioso y vacío. La arquitectura era imponente, pero fría y austera. No había signos de vida, pero la energía fría y antigua que había sentido desde fuera era aún más intensa aquí.
Exploró el castillo, moviéndose con cautela. Encontró salones vacíos, comedores polvorientos, dormitorios sin usar. Todo estaba perfectamente conservado, como si los habitantes se hubieran ido de repente, dejando todo atrás.
Finalmente, llegó a una gran sala, donde encontró la respuesta a sus preguntas. En el centro de la sala, sobre un pedestal de obsidiana, había una estatua.
No era una estatua de piedra, sino de un material cristalino, translúcido, que emitía una luz tenue. Y la forma de la estatua… era la de una criatura que Eleonora nunca había visto antes.
Era alta y delgada, con una piel pálida y orejas puntiagudas. Sus ojos, cerrados, eran grandes y almendrados. Sus manos, largas y delgadas, sostenían un báculo rematado por un cristal brillante. Y alrededor de su cuello, llevaba un collar con un colgante en forma de luna creciente.
Eleonora se acercó a la estatua, fascinada. Al tocarla, sintió una oleada de energía fría que le recorrió el cuerpo. Y entonces, la estatua parpadeó, como la barrera mágica.
En ese instante, Eleonora lo comprendió. Los habitantes del reino subterráneo no se habían ido. Estaban dormidos, petrificados en un estado de animación suspendida, esperando el momento de despertar.
Y no eran ni vampiros ni duendes. Eran Elfos Lunares, una raza antigua y poderosa, de la que solo había leído en leyendas olvidadas. Elfos que obtenían su poder de la luna, y que, según los antiguos textos, eran capaces de controlar el tiempo y el espacio.
La revelación la golpeó con fuerza. Se encontraba en el corazón de un reino antiguo, rodeada de un ejército de elfos dormidos, a las puertas del castillo de un rey cuyo poder superaba cualquier cosa que hubiera imaginado.
La ambición de Eleonora, lejos de disminuir, se encendió con una fuerza aún mayor. Ya no se trataba solo de venganza, ni siquiera de poder. Se trataba de reclamar un legado, de convertirse en la reina de un reino perdido, de despertar a un ejército de elfos lunares y, con su ayuda, conquistar no solo el mundo subterráneo, sino también el mundo de la superficie.
Y para lograrlo, necesitaba encontrar la manera de despertar a los elfos, y de ganarse la lealtad del Rey del Subsuelo. O, si eso fallaba, de encontrar la manera de robar su poder. La aventura de Eleonora apenas comenzaba y con un ejercito de elfos, su ambición se sentía mas cerca que nunca.