Un basilisco es un problema en Umbria

Mientras Eleonora se adentraba en los misterios del reino subterráneo, la tranquilidad de Umbría, recién recuperada de la traición de su antigua Maestra, se vio nuevamente amenazada. Esta vez, el peligro no provenía de una conspiración interna, sino de una criatura antigua y letal: un Basilisco.

Los primeros indicios fueron sutiles. Un estudiante encontró una ardilla petrificada en los jardines, cerca del invernadero. Al principio, se pensó que era obra de algún estudiante practicando hechizos de transfiguración, pero la ardilla no respondía a ningún contrahechizo.

Luego, un gato, la mascota de la profesora Minerva, fue encontrado convertido en piedra en medio de un pasillo. La alarma comenzó a extenderse entre los estudiantes y profesores.

El profesor Alatar, actuando como director interino, convocó al Consejo de Umbría.

"Esto no es obra de un estudiante," dijo Alatar, con el rostro grave. "La petrificación es completa, irreversible. Me temo que estamos lidiando con algo mucho más peligroso."

"¿Un Basilisco?" preguntó Kaelen, con un escalofrío recorriendo su espalda. Había leído sobre esas criaturas en los antiguos bestiarios de la biblioteca. Serpientes gigantes, cuyo solo contacto visual podia convertir a seres vivos en piedra.

"Es la explicación más probable," respondió Lyra, que como experta en criaturas mágicas, conocía los peligros del Basilisco. "Pero creía que se habían extinguido hace siglos."

"Evidentemente, no," dijo Finn, con su habitual pragmatismo. "La pregunta es, ¿cómo llegó aquí y dónde se esconde?"

Se organizaron equipos de búsqueda, compuestos por profesores y estudiantes mayores. Recorrieron cada rincón de Umbría, armados con espejos (la única forma segura de enfrentarse a un Basilisco, ya que su mirada mortal se reflejaría en él) y hechizos de protección.

Pero el Basilisco era escurridizo. Se movía por los pasillos y túneles ocultos de Umbría, dejando a su paso un rastro de estatuas petrificadas. La tensión en el colegio era palpable. Los estudiantes caminaban en grupos, con espejos en mano, temerosos de encontrarse con la mirada mortal de la criatura.

Aria, a pesar de su reciente experiencia con la Piedra Lumina, se ofreció como voluntaria para participar en la búsqueda. Sentía la necesidad de proteger a Umbría, de demostrar que, a pesar de sus errores pasados, seguía siendo leal al colegio.

"Ten cuidado, Aria," le advirtió Kaelen. "Un Basilisco no es un juego. Su mirada es la muerte."

"Lo sé," respondió Aria, con determinación. "Pero no podemos quedarnos de brazos cruzados."

La búsqueda continuó durante días, sin éxito. El Basilisco parecía burlarse de ellos, apareciendo y desapareciendo como una sombra.

Una noche, mientras Aria patrullaba sola por un pasillo poco utilizado, cerca de las antiguas catacumbas de Umbría, escuchó un sonido. Un siseo suave, seguido de un arrastrar de escamas sobre la piedra.

Aria se detuvo, conteniendo el aliento. Levantó su espejo, preparándose para lo peor.

El sonido se hizo más fuerte. Y entonces, de la oscuridad, emergió el Basilisco.

Era una criatura enorme, mucho más grande de lo que Aria había imaginado. Sus escamas eran de un verde oscuro, casi negro, y sus ojos, de un amarillo brillante, irradiaban una malicia fría.

Aria sintió que el miedo la paralizaba. Pero se obligó a mantenerse firme, sosteniendo el espejo frente a ella.

El Basilisco la vio, o más bien, vio su propio reflejo en el espejo. La criatura siseó con furia, retrocediendo instintivamente.

Aria aprovechó la oportunidad. Apuntó con su varita hacia el espejo, y pronunció un hechizo de confinamiento.

Un rayo de luz azul salió de su varita, golpeando el espejo y rebotando hacia el Basilisco. La criatura intentó escapar, pero el hechizo la envolvió, atrapándola en una prisión mágica.

El Basilisco se debatió con furia, pero el hechizo de Aria, potenciado por su conexión con la Piedra Lumina (aunque ya no la poseía, la experiencia había dejado una marca en su magia), se mantuvo firme.

Pronto, otros profesores y estudiantes, alertados por el ruido, llegaron al lugar. Quedaron asombrados al ver a Aria, de pie frente al Basilisco capturado.

El profesor Alatar, con una expresión de alivio y orgullo, se acercó a Aria. "Lo has hecho, Aria," dijo. "Has salvado a Umbría."

El Basilisco, reducido a la impotencia, fue trasladado a una cámara segura, donde sería estudiado y, eventualmente, reubicado en un lugar donde no representara un peligro.

Aria, una vez más, se había convertido en una heroína. Pero esta vez, no había sido por su magia caótica, ni por su ambición, sino por su valentía, su determinación y su lealtad a Umbría.

La experiencia con el Basilisco sirvió para unir aún más a la comunidad de Umbría. Habían enfrentado un peligro mortal, y habían salido victoriosos. Y aunque la sombra de Eleonora aún se cernía sobre ellos, la luz de la esperanza, la luz de la nueva Umbría, brillaba con más fuerza que nunca. La escuela de magia, a pesar de los desafíos, seguía en pie, demostrando que la verdadera magia no residía en objetos poderosos, sino en el corazón de aquellos que la practicaban.