La batalla en el reino Subterráneo comienza

La sala del trono del Rey del Subsuelo se convirtió en un torbellino de magia caótica. Eleonora y el Mago Rojo, ambos imbuidos con el poder del Caos, se enfrentaron en un duelo que hacía temblar los cimientos del castillo.

El Mago Rojo, cuyo nombre Eleonora había olvidado o quizás nunca supo, lanzó hechizos de pura destrucción. Rayos de energía oscura salían de sus manos, impactando contra las paredes y el suelo, dejando tras de sí cráteres humeantes. Invocó sombras vivientes, criaturas retorcidas hechas de oscuridad, que se lanzaron contra Eleonora con garras y colmillos afilados.

Eleonora, por su parte, se defendía con una ferocidad que no había mostrado ni siquiera en sus días en Umbría. El cristal rojo en su mano amplificaba su magia, permitiéndole contrarrestar los ataques del Mago Rojo y lanzar sus propios hechizos.

Creó escudos de energía carmesí, desvió los rayos oscuros con barreras de viento, y conjuró llamas infernales que consumieron a las sombras vivientes. La sala se llenó de un estruendo ensordecedor, una mezcla de explosiones, gritos y el rugido de la magia desatada.

"¡No puedes vencerme, Eleonora!" gritó el Mago Rojo, su voz distorsionada por la rabia. "¡El Caos es imparable!"

"El Caos es desorden," respondió Eleonora, con una sonrisa cruel. "Y yo soy la maestra del desorden."

Eleonora sabía que no podía ganar una batalla de fuerza bruta. El Mago Rojo, a pesar de su apariencia consumida, era un hechicero poderoso, y su dominio del Caos era, quizás, superior al suyo. Necesitaba encontrar una debilidad, una forma de romper su concentración.

Mientras luchaba, Eleonora observó cuidadosamente a su oponente. Notó que el Mago Rojo, a pesar de su poder, parecía estar… incompleto. Su magia, aunque destructiva, carecía de la sutileza, de la precisión, que ella había aprendido a dominar.

Y entonces, lo vio. Un pequeño amuleto, hecho de un hueso tallado, que colgaba del cuello del Mago Rojo. El amuleto brillaba con una luz roja tenue, similar a la del cristal, pero más débil, más inestable.

Eleonora comprendió. El amuleto era la fuente del poder del Mago Rojo, el canal a través del cual recibía la magia del Caos. Si pudiera destruir el amuleto, podría debilitar a su oponente, quizás incluso derrotarlo.

Pero llegar hasta el amuleto no sería fácil. El Mago Rojo lo protegía con ferocidad, y sus hechizos eran cada vez más poderosos.

Eleonora decidió arriesgarse. Fingió un ataque directo, lanzando una serie de hechizos explosivos contra el Mago Rojo. Este, confiando en su superioridad, se defendió con facilidad, creando una barrera de energía oscura.

Pero mientras el Mago Rojo estaba concentrado en su defensa, Eleonora utilizó su verdadera arma: el cristal rojo.

Con un movimiento rápido, lanzó el cristal hacia el amuleto del Mago Rojo. El cristal, atraído por la energía similar del amuleto, voló como una flecha, directo hacia su objetivo.

El Mago Rojo, al darse cuenta demasiado tarde del engaño, intentó desviar el cristal, pero fue inútil. El cristal rojo impactó contra el amuleto con un estallido de luz cegadora.

El amuleto se hizo añicos, liberando una oleada de energía caótica que envolvió al Mago Rojo. Este gritó, un grito de puro dolor y desesperación, mientras su cuerpo comenzaba a desintegrarse, consumido por la misma magia que había intentado controlar.

En cuestión de segundos, el Mago Rojo desapareció, reducido a polvo y cenizas. La oscuridad que lo rodeaba se disipó, dejando la sala del trono en silencio.

Eleonora, exhausta pero victoriosa, recogió el cristal rojo del suelo. Sintió su poder, ahora aún más intenso, después de haber absorbido la energía del amuleto destruido.

Se acercó al trono del Rey del Subsuelo, con el cristal en alto. Ahora, nada se interponía en su camino.

"Despierta," susurró Eleonora, tocando la frente del rey con el cristal.

La luz roja del cristal inundó la sala, envolviendo al rey y a los Elfos Lunares dormidos. La energía del Caos, canalizada a través del cristal, rompió el hechizo de sueño, despertando a las criaturas de su letargo milenario.

El Rey del Subsuelo abrió los ojos. Unos ojos de un azul profundo, que parecían contener la sabiduría de las estrellas. Miró a Eleonora, con una mezcla de sorpresa y… reconocimiento.

"Tú…" dijo el rey, su voz profunda y resonante. "Tú has despertado a mi pueblo. Tú has roto el hechizo."

Eleonora sonrió, sintiendo el poder fluir a través de ella. "Así es," dijo. "Y ahora, tú me servirás a mí."

El rey, sin embargo, no parecía intimidado. Se levantó de su trono, revelando su imponente altura.

"No tan rápido, hechicera," dijo. "El cristal te ha dado poder, es cierto. Pero el poder no es suficiente para gobernar este reino."

"¿Y qué lo es?" preguntó Eleonora, desafiante.

"La legitimidad," respondió el rey. "El derecho a gobernar. Y ese derecho, no lo tienes tú."

El rey extendió su mano, y una espada, hecha de un material plateado que brillaba con una luz lunar, apareció en su palma.

"Yo soy Eldrin, Rey del Subsuelo," dijo. "Y te desafío a un duelo. Si me vences, serás la reina. Pero si pierdes, te someterás a mi juicio."

Eleonora dudó por un instante. No esperaba esto. Había planeado someter al rey con el poder del cristal, no luchar contra él.

Pero la mirada de Eldrin, llena de determinación y desafío, la obligó a aceptar. No podía retroceder ahora. No después de todo lo que había hecho.

"Acepto tu desafío," dijo Eleonora, levantando el cristal rojo. "Que la batalla comience."

Y así, en la sala del trono del reino subterráneo, la antigua Maestra de Umbría, ahora convertida en una hechicera del Caos, se enfrentó al Rey de los Elfos Lunares, en un duelo que decidiría el destino de dos mundos.