El duelo entre Eleonora y Eldrin fue un choque de magias opuestas. Eleonora, con el cristal rojo pulsando en su mano, desató el poder del Caos. Llamas carmesíes danzaban a su alrededor, rayos de energía oscura surcaban el aire, y el suelo temblaba bajo sus pies. Era una magia salvaje, destructiva, impredecible.
Eldrin, por su parte, combatía con la elegancia y precisión de un maestro espadachín, combinando sus movimientos con la magia lunar de los Elfos. Su espada plateada dejaba estelas de luz fría, creando barreras protectoras, desviando los ataques de Eleonora y contraatacando con una velocidad asombrosa. Su magia era serena, controlada, como la luz de la luna reflejada en un lago tranquilo.
Al principio, Eleonora pareció tener la ventaja. Su magia del Caos era más poderosa, más destructiva. Lanzó hechizos que habrían aniquilado a cualquier otro oponente, pero Eldrin, con su agilidad y su dominio de la magia lunar, lograba esquivarlos o contrarrestarlos.
El Rey Elfo no se limitaba a defenderse. Atacaba con precisión, buscando los puntos débiles en la defensa de Eleonora, forzándola a retroceder. Su espada, imbuida con la energía de la luna, dejaba cortes que no sangraban, pero que drenaban la energía de Eleonora, debilitándola poco a poco.
"Tu magia es caótica, hechicera," dijo Eldrin, su voz tranquila en medio del estruendo. "Pero el Caos no tiene forma, no tiene propósito. Es una fuerza destructiva que termina consumiéndose a sí misma."
Eleonora, jadeando por el esfuerzo, respondió con una risa amarga. "¡El propósito lo pongo yo! ¡Y mi propósito es gobernar este reino!"
Lanzó un nuevo ataque, una ola de fuego carmesí que envolvió a Eldrin. Pero el rey elfo, con un movimiento de su espada, creó un escudo de luz lunar que absorbió el fuego, disipándolo en una nube de vapor inofensivo.
Eleonora comenzó a sentir el cansancio. El cristal rojo, aunque le otorgaba un poder inmenso, también exigía un precio. Su cuerpo se sentía pesado, su mente nublada.
Eldrin, por el contrario, parecía no verse afectado por la batalla. Se movía con la misma gracia y precisión que al principio, su energía inagotable.
"Ríndete, Eleonora," dijo Eldrin. "No puedes ganar. Tu ambición te ha cegado. Has abrazado la oscuridad, y la oscuridad te consumirá."
Las palabras de Eldrin resonaron en la mente de Eleonora. Recordó a la Maestra Eleonora que una vez fue, la maestra dedicada a sus estudiantes, la guardiana de Umbría. Recordó su deseo de proteger a sus alumnos, de guiarlos por el camino de la luz.
¿En qué se había convertido? ¿En una criatura consumida por el odio y la ambición, dispuesta a destruir todo a su paso para alcanzar el poder?
Por un instante, Eleonora dudó. Dudó de su camino, dudó de su propósito, dudó de sí misma.
Y esa duda fue su perdición.
Eldrin, aprovechando la vacilación de Eleonora, lanzó un ataque relámpago. Su espada plateada se movió con una velocidad increíble, atravesando las defensas de Eleonora y golpeando el cristal rojo en su mano.
El cristal se partió en dos, liberando una explosión de energía caótica. Eleonora fue lanzada hacia atrás, cayendo pesadamente al suelo.
La magia del Caos, que antes la había potenciado, ahora la abandonaba, dejándola débil y vulnerable.
Eldrin se acercó a ella, con la espada en alto. Pero no la atacó. Simplemente la miró, con una mezcla de tristeza y decepción en sus ojos azules.
"Has perdido, Eleonora," dijo. "Pero no te mataré. No soy un monstruo, como tú crees."
Eleonora, derrotada, no respondió. Cerró los ojos, esperando el golpe final.
Pero el golpe nunca llegó. En cambio, sintió una mano suave en su hombro.
Abrió los ojos y vio a Eldrin, que había guardado su espada y le ofrecía su ayuda.
"Levántate," dijo el rey elfo. "No eres mi enemiga, Eleonora. Eres una víctima. Una víctima de tu propia ambición, y de la oscuridad que te sedujo."
Eleonora, confundida, aceptó la mano de Eldrin y se puso de pie.
"¿Qué… qué vas a hacer conmigo?" preguntó.
"Te daré una oportunidad," respondió Eldrin. "Una oportunidad de redimirte. Una oportunidad de encontrar un nuevo camino."
Eldrin explicó que el reino subterráneo no necesitaba una reina conquistadora, sino una protectora. Necesitaba a alguien que entendiera la magia, que conociera el mundo de la superficie, y que pudiera guiar a los Elfos Lunares en su regreso al mundo.
"Tú has conocido la oscuridad, Eleonora," dijo Eldrin. "Y has sobrevivido. Eso te da una perspectiva única, una sabiduría que pocos poseen. Puedes usar esa sabiduría para ayudar a mi pueblo."
Eleonora, al principio, se mostró escéptica. No creía merecer una segunda oportunidad. Pero la sinceridad en los ojos de Eldrin, la nobleza de su oferta, la conmovieron.
"¿Y qué hay de Umbría?" preguntó. "De los Magos Rojos?"
"Umbría se enfrentará a su propia batalla," respondió Eldrin. "Y tú, si aceptas este camino, podrás ayudarles, pero no como una conquistadora, sino como una aliada. Como una guía."
Eleonora miró a su alrededor, a la sala del trono, a los Elfos Lunares dormidos. Pensó en Umbría, en sus amigos, en sus estudiantes. Pensó en la oscuridad que se avecinaba, y en la luz que aún podía brillar.
Y entonces, tomó su decisión.
"Acepto," dijo Eleonora. "Acepto tu oferta, Rey Eldrin. Ayudaré a tu pueblo. Y lucharé contra la oscuridad, no con el Caos, sino con la luz."
Eldrin sonrió. "Bienvenida, entonces, Eleonora," dijo. "Bienvenida al Reino del Subsuelo. Bienvenida a tu nueva vida."
Y así, la antigua Maestra de Umbría, la hechicera del Caos, la aspirante a reina conquistadora, comenzó un nuevo capítulo en su historia. Un capítulo de redención, de servicio, de esperanza. Un capítulo en el que la oscuridad que una vez la consumió, se convertiría en la herramienta para iluminar el camino hacia un futuro mejor. No sería fácil, pero Eleonora, por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba en el camino correcto. La luz de la luna, y no la oscuridad del Caos, guiaría sus pasos.