La decisión de estudiar las Clavículas de Salomón había abierto una caja de Pandora en Umbría. El conocimiento prohibido, aunque tentador, también era perturbador. Los estudiantes y profesores se enfrentaban a dilemas morales, a preguntas sin respuesta, a la constante amenaza de la corrupción.
Merlín, consciente del peligro, vigilaba de cerca a sus alumnos, guiándolos con mano firme pero también con una creciente melancolía en su mirada. Las noches en vela, dedicadas a descifrar los crípticos pasajes del grimorio, le traían recuerdos de un pasado que había intentado olvidar, un pasado ligado a las Clavículas, a la magia y al amor.
Una noche, mientras Aria practicaba un complejo ritual de invocación bajo la atenta mirada de Merlín, el anciano mago se quedó absorto en sus pensamientos, perdido en la danza de las llamas que iluminaban la sala.
"Maestro," preguntó Aria, interrumpiendo la meditación de Merlín, "¿en qué piensa?"
Merlín suspiró, volviendo lentamente al presente. "En el pasado, Aria," respondió. "En errores cometidos, en amores perdidos."
Aria, que había llegado a conocer a Merlín como un mentor sabio e imperturbable, se sorprendió al ver la tristeza en sus ojos.
"¿Errores?" preguntó. "Usted, maestro, es el mago más grande de todos los tiempos. ¿Qué errores podría haber cometido?"
Merlín sonrió con amargura. "Incluso los magos más grandes son humanos, Aria. Y los humanos somos propensos a la equivocación, a la pasión, a la ceguera del amor."
Merlín relató entonces una historia que había mantenido oculta durante siglos, una historia que explicaba, en parte, su profundo conocimiento de las Clavículas de Salomón y su reticencia a usarlas.
"Hace mucho tiempo," comenzó, "en la época de Camelot, yo amaba a una mujer. Una mujer de una belleza incomparable y un poder mágico aún mayor. Su nombre era… Morgana."
Aria se sorprendió al escuchar el nombre de la hechicera, que ahora formaba parte del Consejo de Umbría, pronunciado con tanta reverencia y dolor.
"¿Morgana Le Fay?" preguntó.
Merlín asintió. "Pero no la Morgana que conoces ahora. La Morgana de mi pasado era diferente. Era apasionada, ambiciosa, con un ansia de conocimiento que rivalizaba con la mía."
Merlín y Morgana, en su juventud, habían sido inseparables. Habían estudiado juntos la magia, habían explorado los límites del conocimiento, habían soñado con construir un mundo mejor. Pero su amor, tan intenso como era, también era destructivo.
Su obsesión por la magia, y en particular por las Clavículas de Salomón, los había llevado a experimentar con fuerzas que no comprendían completamente. Habían intentado invocar a entidades poderosas, habían buscado el control sobre los elementos, habían desafiado las leyes de la naturaleza.
"Creíamos que podíamos dominar la magia," dijo Merlín, con amargura. "Que podíamos usarla para crear un paraíso en la Tierra. Pero nos equivocamos. El poder, sin control, sin sabiduría, solo conduce a la destrucción."
Su imprudencia había desencadenado una serie de eventos catastróficos, que habían puesto en peligro la existencia misma de Camelot. Habían desatado fuerzas oscuras que amenazaban con consumir el reino, y habían provocado la desconfianza y el odio entre los habitantes de la mesa redonda.
"La guerra, la traición, la caída de Camelot… todo fue, en parte, culpa nuestra," confesó Merlín. "De nuestro amor ciego, de nuestra ambición desmedida."
Fue entonces cuando Merlín, desesperado por salvar lo que quedaba de su mundo, había recurrido a la solución más extrema que ofrecían las Clavículas de Salomón.
"Creé a los vampiros," dijo Merlín, su voz un susurro. "No como los conocemos ahora, criaturas de la noche sedientas de sangre, sino como guardianes, como protectores contra la oscuridad que habíamos desatado."
Utilizando la magia de las Clavículas, Merlín había transformado a un grupo de guerreros leales, otorgándoles fuerza, velocidad y una resistencia sobrenatural. Pero el proceso había sido imperfecto, y los vampiros, aunque inicialmente cumplieron su propósito, pronto se volvieron incontrolables, consumidos por su nueva naturaleza.
"Fue Drácula," dijo Merlín, "el primero de los vampiros, el más poderoso, quien me ayudó a corregir mi error. Él desarrolló el concepto de los Castigadores, vampiros que se alimentarían solo de la maldad, que usarían sus poderes para proteger a los inocentes."
Pero el precio de la creación de los vampiros había sido alto. Y el precio de detener la oscuridad que él y Morgana habían desatado había sido aún mayor.
"Para salvar a Camelot, tuve que hacer algo terrible," dijo Merlín, con lágrimas en los ojos. "Tuve que borrar la memoria de Morgana. Tuve que eliminar de su mente todos los recuerdos de nuestro amor, de nuestra magia, de nuestros errores. Tuve que convertirla en… otra persona."
Drácula, con su habilidad para manipular las mentes, había ayudado a Merlín a realizar el hechizo. Morgana había sido enviada lejos, a un lugar seguro, donde podría vivir una vida normal, libre de la carga de su pasado.
"Y desde entonces," dijo Merlín, "he vivido con el peso de mi culpa, con el dolor de mi pérdida, con la esperanza de que algún día, Morgana pudiera encontrar la paz que yo le robé."
La revelación de Merlín dejó a Aria sin palabras. Comprendió ahora la tristeza en los ojos del mago, la melancolía que a veces lo embargaba, el peso de la responsabilidad que cargaba sobre sus hombros.
En ese momento, Morgana Le Fay entró en la sala. Había escuchado parte de la conversación, y su rostro, normalmente sereno, estaba pálido y tenso.
"¿Merlín?" preguntó, su voz temblorosa. "¿Es cierto lo que has dicho? ¿Drácula y tú… me borrasteis la memoria?"
Merlín la miró fijamente, incapaz de negar la verdad.
Morgana se tambaleó, como si hubiera recibido un golpe. "¿Por qué?" preguntó, con lágrimas en los ojos. "¿Por qué me harías algo así?"
Antes de que Merlín pudiera responder, Drácula, que había estado escuchando en silencio desde la entrada de la sala, se adelantó.
"Lo hicimos para protegerte, Morgana," dijo el vampiro, su voz profunda y resonante. "Para protegerte de ti misma, y del poder que habías desatado."
Morgana miró a Drácula, luego a Merlín, y luego a Aria, como si buscara una respuesta, una explicación, una forma de entender lo que estaba sucediendo.
"¿Quién soy?" preguntó, su voz un susurro. "¿Quién era yo… antes?"
La pregunta quedó flotando en el aire, sin respuesta. El pasado, como una bestia dormida, había despertado. Y las consecuencias de ese despertar, aún eran inciertas. La verdad había salido a la luz, pero en lugar de traer paz, había abierto viejas heridas, había sembrado la duda y la desconfianza, y había puesto en peligro la frágil alianza que se había formado en Umbría. La batalla contra Eleonora y Poimandres se acercaba, pero ahora, una nueva batalla, una batalla interna, amenazaba con dividir a las fuerzas de la luz.