La cámara secreta de la biblioteca se sentía ahora como una prisión para Morgana. La verdad, en lugar de liberarla, la había encadenado a un pasado de engaños y a una furia que amenazaba con consumirla. Merlín, el hombre que había amado y admirado, el mago que había guiado a Camelot, era el arquitecto de su dolor, el ladrón de su destino. Drácula, el supuesto Castigador, su cómplice silencioso.
"No puedo quedarme aquí," murmuró Morgana, sintiendo la magia oscura y real bullir bajo su piel. No era la magia prestada del Caos que había corrompido a Eleonora, sino algo innato, antiguo, ligado a su linaje Pendragon, ahora retorcido por décadas de supresión y la amargura del descubrimiento. Sombras danzaban en las esquinas de su visión, susurrándole promesas de poder y venganza.
Ignorando las súplicas de Merlín y la mirada vigilante de Drácula, Morgana se giró y salió de la cámara. Su paso era firme, regio, cada movimiento imbuido de una nueva y peligrosa autoridad. Atravesó los pasillos de Umbría, indiferente a las miradas de estudiantes y profesores. Ya no pertenecía a ese lugar, a ese mundo de magia domesticada y reglas impuestas por aquellos que la habían traicionado.
Necesitaba una aliada. Alguien que entendiera su rabia, que compartiera su desprecio por el orden establecido por Merlín y sus seguidores. Alguien con el poder suficiente para ayudarla a reclamar lo que le habían robado. Y solo había una opción: Eleonora, o como ahora se hacía llamar, Nyx, la Reina de la Noche Eterna.
Concentrando su recién despertada magia, Morgana rasgó el tejido de la realidad, abriendo un portal inestable que olía a azufre y oscuridad. No sabía exactamente a dónde la llevaría, pero sintió el llamado de un poder similar al suyo, una resonancia oscura desde las profundidades de la tierra. Atravesó el portal sin dudar.
Emergió en la vasta caverna del reino subterráneo. El aire era pesado, cargado con la energía del Caos y la presencia opresiva de Poimandres. Frente a ella, en el trono de obsidiana del decimosexto castillo, estaba sentada Nyx, con su apariencia de Elfa Lunar corrompida, sus ojos rojos brillando con fría inteligencia. A sus pies, Eldrin y los elfos esclavizados la miraban con ojos vacíos. Poimandres, una silueta de sombras y fuego, se enroscaba alrededor del trono.
Nyx levantó una ceja al ver a Morgana. "¿Y tú quién eres, que osas irrumpir en mi reino?" preguntó, su voz suave pero con un filo de acero.
"Soy Morgana Le Fay," respondió Morgana, su voz resonando con un poder que hizo vibrar el aire. "Heredera legítima de Camelot, traicionada y despojada por Merlín."
Nyx sonrió, una sonrisa desprovista de calidez. "He oído hablar de ti. La alumna rebelde, la hechicera inestable. ¿Qué te trae a mi dominio, Morgana? ¿Buscas refugio de tus antiguos maestros?"
"Busco una alianza," dijo Morgana, acercándose al trono. "Merlín no solo me robó mi trono y suprimió mi magia. Manipuló mi vida, mi destino, incluso mi corazón."
Los ojos rojos de Nyx se estrecharon. "¿El corazón?"
"Sí," dijo Morgana, y por un momento, la furia en su rostro fue reemplazada por un dolor genuino. "Hubo un hombre... Lancelot. El caballero más noble de Camelot. Yo lo amaba, o creía amarlo. Pero Merlín ya había tejido su red. Manipuló a Arturo para que se casara con Ginebra, una unión política, nada más. Pero Lancelot, el leal Lancelot, se enamoró de la reina prohibida."
Morgana apretó los puños. "Merlín lo orquestó todo. Creó esa farsa de matrimonio, sabiendo que destruiría a Lancelot, a Ginebra, a Arturo... y a mí. Me dejó a un lado, ignorada, mientras el hombre al que yo podría haber amado se consumía por una pasión imposible, todo por culpa de las maquinaciones de Merlín para asegurar el reinado de su rey títere."
"Él juega a ser dios," continuó Morgana, su voz cargada de veneno. "Manipula vidas, reescribe destinos, todo en nombre de un supuesto 'bien mayor'. Nos utilizó a todos, Eleonora. A ti, a mí, a Arturo, a Lancelot, a Ginebra... somos peones en su gran tablero."
Nyx escuchaba atentamente, una chispa de interés en sus ojos rojos. La historia de Morgana, la mezcla de ambición herida y corazón roto, resonaba con su propia experiencia de traición y manipulación. Poimandres siseó suavemente, como si aprobara las palabras de Morgana.
"Y ahora," dijo Morgana, recuperando su compostura regia, "Merlín se prepara para usar las Clavículas de Salomón. Cree que puede controlar un poder que apenas comprende, un poder que podría destruirnos a todos."
"Las Clavículas..." murmuró Nyx. "Un conocimiento peligroso, ciertamente."
"Tú y yo, Nyx," dijo Morgana, mirando directamente a la Reina Oscura, "somos más poderosas de lo que Merlín jamás imaginó. Él nos subestimó. Nos temía. Juntas, podemos destruirle. Podemos destruir Umbría. Podemos reclamar el poder que nos corresponde."
Morgana extendió una mano, sus dedos rodeados de sombras danzantes. "Únete a mí, Reina de la Noche Eterna. Combinemos mi sangre real y mi magia ancestral con tu dominio del Caos y el poder de Poimandres. Juntas, seremos imparables. Gobernaremos no solo este reino subterráneo, sino también el mundo de la superficie. Crearemos un nuevo orden, un orden donde nosotras dictaremos las reglas."
Nyx miró la mano extendida de Morgana, luego a Poimandres, que asintió casi imperceptiblemente. Una sonrisa lenta y calculadora se dibujó en los labios de Nyx.
"Una oferta interesante, Morgana Le Fay," dijo. "Una alianza forjada en la traición y la venganza. Me gusta."
Nyx tomó la mano de Morgana. Un pacto oscuro se selló en las profundidades de la tierra. Dos de las hechiceras más poderosas de la historia, consumidas por la oscuridad y la ambición, unidas contra un enemigo común.
La amenaza para Umbría y el mundo acababa de multiplicarse exponencialmente. La Reina de la Noche Eterna y la Reina Legítima de Camelot, respaldadas por un Dragón Primordial y un ejército de elfos corruptos, se preparaban para desatar una tormenta como nunca antes se había visto. La reflexión de Morgana había terminado, reemplazada por una resolución fría y una sed de poder insaciable.