El aire sobre el círculo de piedras vibró hasta casi hacerse sólido. La luz y la sombra giraban en un vórtice inestable, alimentado por la magia combinada de hechiceros, elfos corruptos, vampiros, un dragón primordial invisible y una Diosa Hada Oscura. Las voces que cantaban el conjuro se elevaron en un crescendo cacofónico pero extrañamente armonioso, uniendo Orden y Caos en una súplica desesperada.
Entonces, la respuesta llegó.
No fue una voz, ni una aparición. Fue una sensación que golpeó a cada ser presente con la fuerza de una marea tectónica. El suelo bajo sus pies no solo tembló, sino que respiró. Un pulso lento, profundo, inmenso, que resonó en sus huesos, en sus almas. Sintieron la rotación del planeta, el fluir del magma bajo la corteza, el peso de las montañas y la profundidad de los océanos, todo a la vez.
Una oleada de conciencia pura, vasta y antigua como el tiempo mismo, los inundó. No eran pensamientos articulados, sino una avalancha de sensaciones primordiales: la lenta erosión de la roca, el ciclo interminable de crecimiento y descomposición, la furia silenciosa de una tormenta, la paciente espera de un bosque milenario. Era la mente de Gaia, despertando de su letargo geológico.
Alrededor del círculo de piedras, la naturaleza reaccionó violentamente. El musgo sobre las rocas ancestrales brilló con una intensa luz verde esmeralda. La hierba a sus pies creció visiblemente, retorciéndose y formando patrones extraños. Flores silvestres, imposibles en esa estación y altitud, brotaron de la tierra en una explosión de color. El viento aulló alrededor del círculo, pero no con furia, sino con una voz que parecía susurrar secretos olvidados en el lenguaje de las hojas y las olas. En el cielo, más allá de la cúpula de energía mágica, se formaron débiles auroras boreales, danzando con colores sobrenaturales.
Los participantes del ritual fueron sacudidos hasta la médula. Los magos de Umbría sintieron la estructura ordenada de su magia abrumada por la fuerza vital pura. Lyra cayó de rodillas, llorando, sintiendo la alegría y el dolor del planeta como si fueran suyos. Kaelen sintió el viento responder no a su voluntad, sino a una voluntad mucho mayor. Aria sintió la energía de la Tabla Esmeralda resonar en armonía con el pulso de la Tierra, una conexión profunda y fundamental.
Del lado oscuro, la reacción fue igualmente intensa. Los elfos corruptos chillaron, la esencia vital de Gaia chocando dolorosamente con su naturaleza retorcida por el Caos. Nyx retrocedió instintivamente, sus ojos rojos ensanchados por una mezcla de asombro y una cautela casi temerosa ante un poder tan fundamentalmente diferente al Caos. Morgana, la Diosa Hada Oscura, sintió su conexión con la naturaleza (aunque corrupta) vibrar con una intensidad desconocida; era como tocar un cable de poder primordial, excitante y aterrador a la vez. Incluso Poimandres, cuya presencia sombría se sentía como una presión en el aire, pareció aquietarse, reconociendo una fuerza tan antigua como él mismo, pero de una naturaleza opuesta. Drácula y sus Castigadores, seres no muertos, sintieron la abrumadora fuerza de la vida como una quemadura fría.
Entonces, la comunicación llegó, no en palabras, sino en una impresión directa en sus mentes conscientes. Una imagen de la Tierra, vista desde el espacio, hermosa y vibrante, pero con sombras oscuras que se arrastraban desde más allá del sistema solar – formas retorcidas y alienígenas (Cthulhu y su progenie) – y otras presencias frías y angulares descendiendo desde arriba (los Netlin). Y junto a esas imágenes, una sensación abrumadora: CONSCIENCIA. PELIGRO PERCIBIDO. DEFENSA INICIADA.
No hubo promesa de alianza, ni juicio sobre sus acciones pasadas. Solo el reconocimiento de una amenaza existencial para el propio planeta, y la activación de una respuesta a escala global. Sintieron cómo las líneas ley de la Tierra se iluminaban, cómo antiguos guardianes elementales comenzaban a moverse en lugares remotos, cómo la propia atmósfera parecía espesarse con una energía protectora sutil pero innegable. Gaia estaba reforzando sus defensas naturales.
Tan repentinamente como había comenzado, la intensidad disminuyó. El pulso de la Tierra se calmó, volviendo a su ritmo geológico. El viento amainó, las luces se desvanecieron, las plantas dejaron de crecer explosivamente. La presencia abrumadora se retiró, volviendo a un estado de conciencia latente, aunque ahora, todos sabían que estaba despierta, observando.
El ritual terminó. La cúpula de energía se disipó. Los participantes, tanto de la Luz como de la Oscuridad, estaban de pie (o de rodillas), exhaustos, pálidos, pero vibrando con la energía residual del planeta. Se miraron unos a otros a través del círculo de piedras. La tregua se mantenía, forjada ahora no solo por el miedo a enemigos externos, sino por la experiencia compartida de haber tocado algo inmenso y primordial.
Habían despertado a Gaia. Habían puesto en marcha una fuerza que no controlaban. La Tierra misma se había convertido en un jugador activo en la guerra cósmica que se avecinaba. La esperanza y el peligro se habían multiplicado exponencialmente.