La gran manipulación a los seres humanos por los dioses

La presencia de Enki en Umbría era una fuente constante de tensión. Aunque proporcionaba información valiosa sobre los Primigenios y las tácticas Anunnaki, su aire de superioridad y sus respuestas evasivas sobre el pasado profundo de su raza generaban desconfianza, especialmente en Merlín. El anciano mago sentía que Enki ocultaba algo fundamental.

Decidido a obtener la verdad, Merlín convocó una asamblea en el Gran Salón. No solo el Consejo y los Magos Antiguos estaban presentes, sino también representantes estudiantiles y profesores clave, y por supuesto, Enki, flanqueado por guardias mágicos discretos pero poderosos. Drácula observaba desde las sombras, como era su costumbre.

"Enki," comenzó Merlín, su voz tranquila pero firme, resonando en el salón silencioso. "Nos has hablado de las Guerras de Lira, de los Primigenios, de tu hermano Enlil. Pero has sido vago sobre el papel exacto de los Anunnaki en la historia de este planeta, más allá de la 'observación' y el 'ocultamiento'."

Merlín hizo una pausa, sus ojos azules fijos en los dorados de Enki. "Los textos más antiguos, fragmentos que incluso yo apenas puedo descifrar, no hablan solo de observación. Hablan de 'creación', de 'modelado', de 'los que sirven desde el polvo'."

Enki mantuvo la compostura, pero una leve tensión endureció sus rasgos. "¿A qué te refieres, Mago?"

"Me refiero a la humanidad," dijo Merlín. "Al Homo sapiens. La velocidad de nuestra evolución consciente, el salto cuántico desde primates apenas erguidos hasta constructores de civilizaciones... siempre ha sido un enigma. Demasiado rápido, demasiado... dirigido. ¿Cuál fue vuestro papel, Enki?"

La pregunta flotó en el aire. Todos los ojos estaban puestos en el Anunnaki. Enki permaneció en silencio por un momento, evaluando la situación. Podía negar, evadir, pero sintió la mirada penetrante de Merlín, la desconfianza colectiva. Quizás, una verdad calculada era necesaria para mantener su precaria posición y asegurar la cooperación contra las amenazas mayores.

"La verdad es... compleja, Mago," respondió Enki finalmente, su voz ahora carente de su melodía habitual, teñida de una frialdad antigua. "Y quizás, dolorosa para vuestra especie."

Tomó aire, como si se preparara para revelar un peso milenario. "Cuando llegamos a este mundo, hace incontables ciclos orbitales de nuestro propio planeta, encontramos una biosfera rica, pero con formas de vida inteligentes aún en sus etapas más primitivas. Vuestros ancestros, los homínidos que clasificáis como Homo erectus o similares, poseían potencial, pero carecían de la capacidad para tareas complejas, para la organización... para el servicio que requeríamos."

Un murmullo de inquietud recorrió el salón.

"Mi raza," continuó Enki, "necesitaba recursos de este planeta para mantener el equilibrio de nuestra propia biosfera en nuestro mundo natal... Nibiru."

El nombre cayó como una piedra en un estanque. Nibiru. El planeta errante de las leyendas, el hogar mítico de los dioses sumerios.

"Necesitábamos una fuerza laboral inteligente y dócil," prosiguió Enki, con una objetividad casi clínica. "Los homínidos existentes no eran adecuados. Así que... los mejoramos. Mi hermana, Ninhursag, una maestra genetista de habilidad incomparable, y yo, supervisamos el proyecto. Modificamos vuestra estructura genética."

El horror se dibujó en los rostros de los presentes. Aria sintió náuseas.

"Aceleramos vuestra evolución cerebral," explicó Enki. "Os dimos la capacidad para el lenguaje complejo, la planificación, la organización social... pero también implantamos ciertos... protocolos. Una predisposición a la reverencia hacia figuras de autoridad percibidas como 'dioses'. Una capacidad para el trabajo arduo y la obediencia. Una conciencia capaz de comprender y seguir instrucciones, pero limitada en su capacidad para cuestionar el orden establecido por sus creadores."

"En esencia," concluyó Enki, sin rastro de remordimiento en su voz, "tomamos al Homo sapiens primitivo y lo convertimos en el Homo sapiens sapiens... el sirviente fiel de los Anunnaki. Os dimos la chispa de la conciencia superior, sí, pero la moldeamos a nuestra conveniencia."

Un silencio atronador llenó el Gran Salón. La revelación era monstruosa, inimaginable. La humanidad, en su esencia, ¿había sido diseñada para servir? ¿Su libre albedrío era una ilusión, sus religiones un eco de una programación genética?

"¿Cómo... cómo pudisteis?" susurró la profesora Minerva, con lágrimas en los ojos.

"Fue una necesidad pragmática en una era olvidada," respondió Enki, encogiéndose de hombros casi imperceptiblemente. "Y en muchos sentidos, un regalo. Os elevamos por encima de los animales. Os dimos civilización, aunque fuera para nuestros propósitos. Enlil, mi hermano, habría preferido simplemente esclavizar o exterminar."

Merlín cerró los ojos por un momento, el peso de siglos de sospechas confirmándose de la manera más brutal. "Jugasteis a ser Dios, Anunnaki," dijo, su voz cargada de una furia fría. "Y forjasteis cadenas en el alma misma de la humanidad. Cadenas que quizás expliquen gran parte de nuestra historia de conflicto y sumisión."

La confesión de Enki, aunque posiblemente incompleta y ciertamente interesada, había cambiado todo. La confianza, ya frágil, se había evaporado. La alianza contra las amenazas cósmicas ahora estaba envenenada por la revelación de que uno de sus supuestos aliados pertenecía a la raza que había manipulado genéticamente a la humanidad para convertirla en esclava. La pregunta ahora no era solo cómo sobrevivir a Cthulhu y los Netlin, sino cómo enfrentar la verdad de su propio origen manipulado.