El abrazo y sus fallidas conversiones

Drácula se apartó de la ventana, la imagen del Castigador herido grabada en su mente. La vulnerabilidad al sol era una herida antigua reabierta, un eco de un pasado que había luchado ferozmente por superar. Su mente, un archivo de siglos, se retrajo involuntariamente a los primeros, caóticos intentos de propagar su linaje, mucho antes de que el Código de los Castigadores impusiera orden, mucho antes de que los anillos solares ofrecieran una apariencia de normalidad.

El Abrazo... pensó, el término arcaico para la transformación resonando en su cabeza. En aquellos primeros siglos, era un acto desesperado, un intento de crear compañeros, de aliviar la soledad aplastante de la eternidad. Pero era una ciencia oscura que apenas comprendíamos. Creíamos que bastaba con la voluntad del sire, con la potencia de la sangre... qué ingenuos fuimos.

Recordó los fracasos. No solo los humanos que simplemente morían, incapaces de soportar la transición, sino los que cambiaban de formas inesperadas, retorcidas por la alquimia oscura y la naturaleza de la vasija mortal.

La voluntad, el poder latente, la emoción dominante en el momento del cambio... comprendió con amarga retrospectiva. No creábamos copias de nosotros mismos. Desatábamos algo que se alimentaba de la esencia del humano, magnificándola y deformándola a través del prisma de la no-muerte.

Un rostro pálido y hermoso surgió de sus recuerdos, una joven apasionada, quizás una druida renegada o una ninfa del bosque con la que se había cruzado. Recordó el momento de la transformación, la agonía transmutada no solo en sed de sangre, sino en una belleza cruel y etérea. La pasión desbordada... se retorció en la cruel belleza de las 'Hadas de Sangre', pensó Drácula. Bebían sangre, sí, pero con la caprichosa malicia de los Fae más oscuros. Desarrollaron afinidad por las ilusiones, un encanto antinatural, y algunas... algunas incluso manifestaron alas sombrías, vestigiales pero funcionales. Reían mientras cazaban, indiferentes al sol que nos quemaba a nosotros, sus 'primos' imperfectos. La ironía de que Morgana Le Fay, ahora una aliada reticente de sus enemigos, hubiera abrazado un título similar no se le escapó.

Luego recordó a otros. Un erudito obsesionado con la muerte, un nigromante aficionado que buscó la inmortalidad en el Abrazo. Y aquellos cuya alma ya coqueteaba con la tumba... se convirtieron en los Necrovampiros. Su transformación había sido pútrida. La sed de sangre se mezclaba con un aura de decadencia, y descubrieron que podían influir en los muertos recientes, susurrar a los espíritus, una parodia de la vida eterna rodeada por la muerte. Eran parias incluso entre los vampiros.

Pero los más inquietantes, los que le provocaron un escalofrío incluso ahora, eran los nacidos de la fuerza bruta y la ambición desmedida. Recordó a un jefe guerrero bárbaro, un hombre cuya voluntad era acero y cuya furia era legendaria. Al recibir el Abrazo, su cuerpo no solo se había fortalecido, sino que se había transformado. Su piel se endureció como escamas superpuestas, recordó Drácula, resistente a las armas convencionales. Su fuerza física rivalizaba, y en ocasiones superaba, la mía propia. Los llamamos los 'Dracovampiros'. Bestias de poder increíble, casi imposibles de razonar o controlar, consumidos por la misma furia y ambición que los definía en vida. Habían sido necesarios varios de los vampiros más antiguos para someter al primero de ellos.

Comprendimos demasiado tarde, reflexionó el antiguo vampiro, que la transformación no era un molde uniforme. La voluntad, el poder latente, la emoción dominante... todo ello teñía, deformaba, creaba... monstruos inesperados a partir de nuestro propio error, de nuestra ignorancia inicial.

Por eso el Código, se recordó a sí mismo, su determinación endureciéndose. Por eso la Disciplina férrea de los Castigadores. Para evitar esas... abominaciones. Para forjar soldados con propósito, no monstruos erráticos nacidos del capricho de la sangre y la emoción humana.

La idea de que esas creaciones fallidas, esos subtipos divergentes, pudieran seguir existiendo en algún rincón olvidado del mundo, era una preocupación latente que rara vez se permitía aflorar. Pero ahora, con la realidad misma deshaciéndose, ¿quién sabía qué horrores antiguos podrían estar removiéndose en las sombras?

Sacudió la cabeza, apartando los recuerdos. Eran distracciones del problema inmediato: el sol. La vulnerabilidad. La necesidad imperiosa de restaurar la protección de sus Castigadores. Los fantasmas del pasado solo servían como un crudo recordatorio de lo que estaba en juego si fallaban. No volverían a ser débiles. No volverían a ser el hazmerreír. Encontraría la manera. Siempre lo hacía.