La noche era el dominio de Drácula, pero esta noche se sentía diferente. La vulnerabilidad al sol recién redescubierta pesaba sobre él como un sudario. Mientras Merlín y los magos de Umbría descansaban o continuaban sus preparativos diurnos, Drácula supervisaba a sus Castigadores, reorganizando sus patrullas, adaptándose a la cruda realidad de ser de nuevo prisioneros de la oscuridad. Estaba en una terraza sombreada del edificio que usaban como base, contemplando el mar Caribe iluminado por una luna pálida y enfermiza, cuando las sombras a su alrededor se profundizaron antinaturalmente.
Tres figuras emergieron del aire nocturno, no con la ostentación de un portal, sino como si la propia oscuridad les hubiera dado forma. Vestían túnicas de un rojo desvaído y raído, sus rostros ocultos por capuchas profundas, pero Drácula pudo sentir su poder – una magia caótica, sí, pero atenuada, tensa, casi quebradiza – y, sobre todo, sintió su miedo.
"Príncipe Drácula," dijo una voz femenina, rasposa y cautelosa, perteneciente a la figura que parecía liderar al pequeño grupo. Llevaba un guantelete carmesí en una mano, quizás una insignia de rango o un foco de poder. "Le traemos saludos... y una propuesta."
Drácula se giró lentamente, sus ojos rojos brillando en la oscuridad. Reconoció la firma energética, aunque debilitada. "Magos Rojos," dijo, su voz un bajo murmullo. "¿Qué asuntos pendientes tenéis con la noche, vosotros que servisteis a la traidora Eleonora?"
"Eleonora nos abandonó," replicó la mujer. "Nos usó y nos desechó cuando encontró un poder mayor en las profundidades. Somos... los últimos del Círculo Escarlata original. Y buscamos sobrevivir."
Supervivencia, pensó Drácula con desdén. La motivación más básica. Y la más peligrosa. "¿Y creéis que yo, aliado con aquellos que os cazarían como a perros rabiosos, os ofreceré santuario?"
"No buscamos santuario," dijo la líder Roja, dando un paso tentativo hacia adelante. "Buscamos un pacto. Un beneficio mutuo." Hizo una pausa, midiendo sus palabras. "Sabemos de vuestra... reciente dificultad con el sol. No es la primera vez que vuestra estirpe sufre esa debilidad."
Drácula se tensó. "¿Qué sabéis vosotros de eso?"
"Nuestra orden es antigua, Príncipe. Más de lo que Merlín sospecha. En eras olvidadas, cuando los primeros de vuestra clase luchaban contra la luz del día, el Círculo Escarlata compartió ciertos... conocimientos. Secretos de la sangre, de la sombra, rituales que podían tejer una protección temporal contra la quemadura solar. Métodos crudos, quizás, comparados con los anillos élficos o lo que sea que usarais, pero métodos al fin y al cabo. Conocimiento que podría ser... adaptado."
La intriga reemplazó momentáneamente la sospecha en la mente de Drácula. Conocimiento sobre protección solar, por muy arcaico que fuera... era una oferta casi imposible de rechazar en su situación actual. "¿Y qué pedís a cambio de estos 'secretos'?"
El miedo que había sentido antes en los magos se intensificó. La líder Roja miró nerviosamente hacia las sombras más allá de la terraza. "Protección. No contra Merlín, ni siquiera contra los horrores cósmicos o los Vigilantes Caídos, aunque también los tememos. Tememos algo más cercano. Algo... familiar para vos."
"Habla claro, hechicera," urgió Drácula.
"Las otras creaciones," susurró la mujer. "Los errores de la sangre. ¡Los hemos visto! Aquí, en las sombras de este caos global. Las Hadas de Sangre, más crueles y esquivas que nunca, cazando en los límites de las ciudades. Los Necrovampiros, levantando pequeños ejércitos de muertos en cementerios olvidados. Y las bestias escamadas... los Dracovampiros... hemos encontrado los restos de sus matanzas. ¡Son reales! ¡Y están activos! Se aprovechan de la confusión. Cazan por igual a humanos y a magos perdidos. Nos han diezmado."
Drácula sintió un frío que no tenía nada que ver con la brisa marina. Sus propios recuerdos, sus propios fracasos, ahora eran una amenaza activa y presente, no solo para él, sino para estos últimos restos de magos caóticos.
"Somos pocos," admitió la líder Roja, su voz teñida de desesperación. "El Caos es un amo que devora a sus sirvientes. Te proponemos esto: unimos nuestras fuerzas restantes. Nuestro conocimiento olvidado sobre la manipulación de la sangre y la resistencia elemental podría ser la clave para restaurar vuestra protección contra el sol, o crear una nueva. A cambio... tu poder, tus Castigadores... defendednos de esas abominaciones que vuestra propia especie desató en el mundo."
Drácula permaneció en silencio, sopesando la oferta. Era un pacto con el diablo, o al menos, con sus sirvientes más caóticos y desesperados. Aliarse con Magos Rojos era una traición directa a la frágil tregua con Umbría. Pero ofrecían una solución potencial a su mayor debilidad y confirmaban una amenaza que él mismo temía. Era pragmatismo contra principios. Supervivencia contra honor.
¿Puedo usarlos? pensó. ¿Controlarlos? El riesgo es inmenso... pero la recompensa...
"Su propuesta me es... audaz," dijo finalmente, su voz cuidadosamente neutral. "Y vuestro miedo, palpable. No confío en vuestra clase de magia, ni en vuestra lealtad." Hizo una pausa. "Pero la información... es interesante. Habladme más de esos 'secretos' sobre el sol. Demostrad que vuestro conocimiento tiene valor. Y decidme exactamente dónde habéis encontrado a esas... abominaciones. Dónde acechan."
No era un sí, pero tampoco era un no. Era una puerta entreabierta en la oscuridad.
La líder de los Magos Rojos asintió lentamente, comprendiendo la negociación implícita. "Te daremos lo que sabemos, Príncipe Drácula. Con la esperanza de que veas el beneficio mutuo... en las sombras que compartimos."
Una alianza profana, nacida del miedo y la necesidad, comenzaba a tejerse en secreto bajo la luna de Cancún. Drácula tenía ahora una nueva y peligrosa carta que jugar, pero el precio de usarla podría ser más alto de lo que imaginaba.