El Orlok del Titanic

La mención de Orlok por parte de Sorcha tocó una cuerda profunda y discordante en la memoria de Drácula. El nombre evocó no solo el terror de un poder descontrolado, sino una época específica, un recuerdo sepultado bajo más de un siglo de no-vida: el opulento y condenado gigante de acero, el RMS Titanic.

1912, pensó Drácula, mientras los Magos Rojos esperaban su respuesta en la penumbra de la terraza cancunense. El año de la arrogancia humana flotante. Él había estado a bordo, por supuesto. Viajaba con el sigilo que le conferían sus recursos y su naturaleza, mezclándose con la élite humana, observando sus efímeras vidas con una mezcla de desdén y curiosidad antropológica.

Pero no estaba solo en las sombras de ese transatlántico. Recordó haber sentido otra presencia, una mucho más antigua y... errónea. No era la oscuridad controlada de un vampiro de linaje noble, ni siquiera la caótica pero reconocible firma de un mago. Era algo quebradizo, alienígena, una nota discordante en la sinfonía de la noche.

Y entonces lo vio, o más bien, lo percibió en los corredores menos transitados, en las cubiertas barridas por el viento helado del Atlántico. El Conde Orlok. No el aristócrata encantador que algunos de su clase emulaban, sino la figura demacrada, cadavérica, con dedos como garras y ojos que ardían con una luz muerta, tal como las leyendas susurradas y las posteriores y crudas representaciones cinematográficas lo retratarían. Ya entonces, recordó Drácula, había algo inestable en él. Un poder primordial y hambriento que apenas se contenía tras una fachada de quietud antinatural. Habían cruzado miradas una vez, un reconocimiento silencioso entre depredadores supremos, pero Drácula había sentido repulsión, no afinidad. Orlok era... diferente. Una reliquia de una noche más antigua y salvaje.

Recordó también los rumores que circulaban en los círculos ocultos antes de zarpar. El Vaticano... el Papa Pío X... Se decía que la Santa Sede había estado intentando activamente cazar o atrapar a Nosferatu en Europa. Que agentes de la Iglesia, quizás de alguna orden secreta de cazadores, estaban siguiendo su rastro. ¿Estaba Orlok huyendo hacia el Nuevo Mundo en ese barco? ¿Era la propia travesía una trampa tendida por Roma? Nunca lo supo con certeza.

Luego vino el hielo. El impacto. El caos. Drácula observó la tragedia desarrollarse con una calma distante. El pánico humano era predecible. Para él, escapar de la mole de acero que se hundía era trivial. Pero en medio del pandemónium, en la lucha desesperada por los botes salvavidas bajo la gélida luz de las estrellas, otros de su clase no fueron tan cuidadosos. Vio a un par de neófitos franceses, deslumbrados por el lujo y descuidados, exponer su velocidad inhumana. Vio a un antiguo rival italiano, normalmente discreto, perder el control y alimentarse imprudentemente de una víctima en un bote abarrotado. La escala del desastre, la presencia de posibles agentes vaticanos y la simple mala suerte expusieron a varios vampiros esa noche, causando una crisis silenciosa en el submundo sobrenatural durante años. Una lección sobre la discreción que muchos olvidaron.

¿Y Orlok? Drácula recordó haber sentido su presencia fría y alienígena desvanecerse abruptamente mientras el Titanic se partía y se hundía en las profundidades heladas. Como la mayoría, asumió que la inmensa presión del abismo y la oscuridad total habían reclamado finalmente a la criatura, o la habían atrapado para siempre en una tumba de acero y agua helada.

Pero el abismo no siempre es una tumba, pensó ahora Drácula, la conexión formándose en su mente con una certeza helada. Si Cthulhu puede soñar y despertar en las profundidades... ¿por qué no Orlok? Los Magos Rojos dijeron que se había vuelto incontrolable después de su encuentro en Praga. ¿Significaba eso que el incidente del Titanic no fue el final? ¿Que la criatura no solo sobrevivió, sino que quizás... prosperó en la oscuridad aplastante?

Recordó fragmentos de información que le habían llegado recientemente a través de sus propias redes de influencia, informes desechados como leyendas de marineros borrachos o interferencias psíquicas del despertar de Cthulhu: barcos desaparecidos sin dejar rastro en las inmediaciones del naufragio del Titanic, tripulaciones encontradas muertas, desangradas, con expresiones de terror indescriptible.

Se alimenta, comprendió Drácula con una nueva y profunda inquietud. No está atrapado. Está cazando. Creciendo más fuerte en la oscuridad del Atlántico Norte. La criatura que los Magos Rojos habían ayudado a potenciar y que luego no pudieron controlar, la misma criatura que había sobrevivido al hundimiento más famoso de la historia, seguía activa. Otro poder antiguo, impredecible y monstruoso, suelto en un mundo que ya se tambaleaba al borde del abismo.

Miró a Sorcha y sus dos compañeros. Su oferta, su miedo a las "abominaciones", adquiría ahora una nueva dimensión. Ellos sabían del peligro de Orlok porque lo habían experimentado de primera mano. Su conocimiento podría ser vital.

"Habéis mencionado a Orlok," dijo Drácula lentamente, su voz apenas por encima de un susurro. "Y habéis mencionado otros... errores de la sangre. Decidme todo lo que sepáis. Dónde acechan. Qué tan poderosos se han vuelto." Hizo una pausa, sus ojos rojos perforando la oscuridad. "Y habladme más de esos rituales... para atenuar la quemadura del sol. Quizás, Magos Rojos, nuestra supervivencia mutua dependa de la verdad... y de pactos forjados en la más profunda desesperación."

La necesidad de los anillos era ahora inseparable del conocimiento sobre estas otras amenazas. Drácula estaba dispuesto a escuchar, a considerar la alianza profana, porque el mundo se había vuelto infinitamente más peligroso, y los viejos enemigos y los errores del pasado regresaban para atormentar la noche.