La oferta de los Magos Rojos flotaba en el aire nocturno, cargada de desesperación y la promesa de conocimiento prohibido. Drácula los sopesó, su mente milenaria evaluando los riesgos y las recompensas. Necesitaba una solución para el sol, y necesitaba información sobre las abominaciones que su propia sangre había engendrado. La prudencia dictaba cautela, pero la situación era extrema. Quizás un pequeño empujón...
Mientras Sorcha comenzaba a detallar los rudimentos de sus antiguos ritos solares, Drácula, casi por instinto, permitió que una fracción de su poder se filtrara hacia afuera. No un comando directo, sino la sutil pero inmensa presión de su voluntad ancestral, el encanto hipnótico que había doblegado a incontables mortales y debilitado la resolución de seres menores durante siglos. Buscaba una fisura en sus defensas mentales, una señal de debilidad que pudiera explotar, una forma de asegurar su sumisión más allá de la simple desesperación.
La reacción fue instantánea, pero no la que esperaba.
Sorcha, en medio de una frase sobre catalizadores de sangre lunar, se detuvo bruscamente, sus ojos oscuros entrecerrándose con furia repentina mientras una barrera de energía carmesí parpadeó a su alrededor. Malakor el Marchito emitió un gruñido bajo y amenazante, y el aire a su alrededor crepitó con ozono y calor caótico. Incluso Silas el Susurrante pareció solidificarse por un instante, y Drácula sintió una fría y aguda réplica psíquica, como un alfiler de hielo, rozar sus propias defensas mentales.
"¡Príncipe Drácula!" espetó Sorcha, la deferencia evaporándose, reemplazada por una ira fría. Su mano enguantada agarró la empuñadura de su athame ritual. "Agradecemos la gravedad de nuestra situación, ¡pero no somos campesinos asustados para ser encantados o intimidados por viejos trucos de depredador! Nuestra mente ha resistido susurros del Vacío y paradojas del Caos que harían añicos la cordura de vuestros elegantes Castigadores. ¡Si queremos un pacto, será entre iguales en desesperación, no entre maestro y siervo!"
Drácula retiró su influencia mental al instante, una chispa de genuina sorpresa (y quizás, un ápice de respeto a regañadientes) en sus ojos rojos. Resisten, pensó. Su magia caótica, o las entidades con las que han tratado, les han otorgado una resistencia mental formidable. Peligrosos, sí. Pero quizás... más valiosos si su cooperación es voluntaria, aunque sea por interés propio. Forzarlos sería inútil y probablemente contraproducente.
"Mis disculpas," dijo Drácula, su voz volviendo a una calma regia, aunque ahora con una nueva apreciación por la peligrosa capacidad de sus interlocutores. "Una... vieja costumbre. Probad vuestro valor, entonces. Compartid vuestro conocimiento."
Sorcha lo miró fijamente por un momento más, luego asintió con brusquedad, aceptando la disculpa tácita y volviendo al pragmatismo de la supervivencia. "Muy bien. El sol... los antiguos ritos no son como vuestros anillos. No crean una barrera permanente. Implican una sintonización personal y constante."
Comenzó a explicar, su voz recuperando un tono académico oscuro. "Se utiliza la propia sangre del vampiro, extraída bajo la luna nueva o llena, y se la imbuye con energía lunar canalizada – la luna oscura es más potente para esto – y se mezcla con catalizadores específicos: polvo de obsidiana finamente molido, ciertos óxidos metálicos raros que se encuentran cerca de venas volcánicas profundas, y una resina de árbol petrificado que solo crece en cavernas tocadas por la energía telúrica. Esta mezcla se aplica ritualmente sobre la piel o se ingiere en pequeñas dosis. Crea una... resonancia simpática temporal en la sangre, una vibración que interfiere con las frecuencias solares más letales, refractándolas o absorbiéndolas parcialmente."
"Es un proceso doloroso," añadió Malakor con un gruñido. "Requiere una concentración férrea para mantener la sintonía, y debe renovarse cada pocas horas de exposición. No otorga la libertad de vuestros anillos. Es una lucha constante. Resistencia, no inmunidad. Pero," concluyó con una mueca, "es mejor que arder hasta la ceniza."
"Y las abominaciones," continuó Sorcha, mientras Silas proyectaba imágenes mentales fugaces y perturbadoras en la periferia de la conciencia de Drácula – visiones de criptas mohosas, montañas azotadas por el viento y claros de bosque iluminados por una luna enfermiza. "Los Necrovampiros se han atrincherado en las catacumbas bajo Viena, Praga, incluso algunas secciones olvidadas de París. Parecen estar reuniendo a los recién muertos. Los Dracovampiros son más solitarios; hemos detectado actividad reciente y brutal en los Cárpatos Meridionales y en una cordillera remota de los Urales. Son territoriales y extremadamente violentos. Pero las Hadas de Sangre..." Su voz se tensó. "Son las más esquivas y quizás las más peligrosas ahora. Parecen haberse aliado o infiltrado en las Cortes Fae Oscuras que bordean vuestro mundo y el Otro Lado. Con el caos actual, esas fronteras son más delgadas. Las hemos visto cerca de lugares donde la influencia de Cthulhu es fuerte, como si se alimentaran de la locura y la energía corrupta de la naturaleza."
Drácula absorbió la información. El ritual solar era imperfecto, exigente, pero era algo. Una posibilidad. Y la inteligencia sobre los divergentes era específica, alarmante y confirmaba la necesidad de actuar contra ellos. Los Magos Rojos, a pesar de su naturaleza caótica y su evidente debilidad numérica, poseían piezas clave que él necesitaba desesperadamente.
Tomó una decisión. El honor era un lujo, la supervivencia una necesidad.
Extendió su mano derecha, con la palma hacia arriba, las líneas de su larga vida marcadas en la piel pálida. De las sombras de su capa, surgió una pequeña daga de obsidiana, fría y afilada.
"Vuestro conocimiento tiene valor," concedió Drácula, su voz solemne. "Y vuestro miedo a los errores de mi sangre es... comprensible, dado que ahora os acechan. La supervivencia exige alianzas incómodas y sacrificios inesperados." Miró directamente a Sorcha. "Un pacto, entonces. Sellado no con promesas vacías que el Caos o la necesidad pueden romper, sino con lo único que ambas nuestras naturalezas entienden y respetan profundamente: la sangre."
Sorcha observó la daga, luego la mano extendida. Vio la determinación en los ojos rojos de Drácula. Sabía el riesgo que corría al ligarse, aunque fuera temporalmente, a un ser de su poder y naturaleza. Pero la alternativa era ser cazada hasta la extinción por monstruos u horrores cósmicos. Asintió una sola vez y desenvainó su propio athame ritual, cuya hoja brilló con una luz oscura.
Con movimientos precisos y sin vacilación, ambos líderes se hicieron un pequeño corte en la palma. La sangre antigua y potente de Drácula, oscura como el vino añejo, brotó lentamente. La sangre de Sorcha, de un rojo casi antinaturalmente brillante, pulsó con energía caótica contenida. Acercaron sus manos, y la sangre se mezcló sobre el círculo de piedras bajo la luna mexicana.
Unas pocas palabras fueron pronunciadas en una lengua olvidada, una mezcla de latín infernal y sílabas guturales del Caos, sellando el acuerdo: conocimiento arcano sobre el sol y los divergentes a cambio de la protección letal de los Castigadores contra las abominaciones y otros enemigos inmediatos. Un pacto oscuro, nacido de la necesidad extrema, tan frágil como poderoso, acababa de ser forjado en las profundidades de la noche, añadiendo otra capa de intriga y peligro a la guerra por la supervivencia de la Tierra.