El poder del Chi para controlar la sed de sangre

El aire en el exterior del laboratorio improvisado crepitaba con tensión. Merlín se enfrentaba a Drácula, la furia del mago antiguo apenas contenida ante la visión de Malakor el Marchito, ahora un vampiro neófito, retorciéndose en el suelo mientras luchaba contra la sed de sangre y la caótica fusión de energías que lo recorrían. Sorcha y Silas observaban, atrapadas entre el horror por la transformación de su compañero y la dependencia de su nuevo y precario pacto con Drácula.

"¡Profanaste su esencia, Drácula!" tronó Merlín, su báculo brillando con poder. "Usaste su desesperación para crear otra abominación, ¡otro esclavo para tu causa!"

"Salvé lo que quedaba de él, Mago," replicó Drácula con frialdad, aunque sus ojos vigilaban atentamente al inestable Malakor. "Su propia estupidez lo condenó. Le ofrecí la única continuación posible. Ahora me pertenece, sí, pero vive... a su manera."

Mientras la discusión se intensificaba, Aria se sintió abrumada. El conflicto, la energía caótica residual de Malakor, la presión constante de Cthulhu, la verdad sobre su propio pasado... todo amenazaba con resquebrajarla. Buscando un ancla, cerró los ojos, ignorando el enfrentamiento, y se sumergió en los principios de la Tabla Esmeralda que Merlín le había enseñado, buscando el equilibrio en medio del caos. Meditó sobre la correspondencia, "Como es Arriba, es Abajo"... si el cosmos estaba en desorden, ¿podría el microcosmos del ser encontrar la armonía?

Y entonces, sintió algo nuevo. Una percepción sutil pero clara, quizás nacida de la fusión de su propia magia empática, la sabiduría hermética y la reciente exposición a las teorías sintérgicas. Sintió la energía que fluía dentro de ella, dentro de Kaelen a su lado, incluso dentro del furioso Merlín y el gélido Drácula. Una corriente vital. Chi, susurró una parte de su mente que recordaba textos orientales olvidados. Prana. La fuerza vital misma. Y sintió que, con concentración, podía... dirigirla. Calmarla. Equilibrarla dentro de sí misma.

Miró a Malakor, que ahora se había puesto de pie a trompicones, gruñendo, sus ojos rojos y caóticos fijos en la garganta de Sorcha con una necesidad abrumadora. La sed. Era una tormenta dentro de él, una energía vital vampírica desequilibrada y furiosa. Si la sed es un desequilibrio energético... ¿podría el Chi controlarlo?

Impulsada por una audacia nacida de la desesperación, Aria se acercó, ignorando la advertencia silenciosa de Kaelen y la mirada sorprendida de Merlín y Drácula, quienes detuvieron su discusión al verla moverse.

"Drácula," dijo Aria, su voz sorprendentemente firme. "Tu nuevo... protegido... está consumido por la sed. Pero quizás no tenga que ser así." Se volvió hacia el vampiro antiguo. "He descubierto algo. Una forma de controlar la energía interna... el Chi. Creo... creo que puedo enseñarles a tus Castigadores, y a él," señaló a Malakor, "a contener la sed. A equilibrarla."

Drácula la miró con incredulidad, luego con intenso interés. ¿Controlar la sed? Era el santo grial para cualquier vampiro que buscara algo más que la existencia bestial. Dada la inestabilidad de Malakor y la reciente vulnerabilidad de sus tropas, la oferta de Aria, por extraña que pareciera, era demasiado tentadora. "Inténtalo, niña maga," concedió con un gesto, manteniendo una guardia vigilante sobre Malakor.

Aria se acercó al tembloroso vampiro caótico. "Malakor," dijo suavemente, proyectando calma. "Siente la furia, la sed... pero no dejes que te controle. Siente debajo de ella. Hay una corriente... tu fuerza vital. Respira conmigo. Siente cómo fluye. Ahora... guíala. No la apagues, solo... canalízala. Conviértela de un fuego arrasador en una brasa contenida."

Guió a Malakor – y a un par de Castigadores cercanos que Drácula indicó que observaran y participaran – a través de ejercicios de respiración y visualización, adaptando intuitivamente los principios del Chi a la fisiología vampírica. Era extrañamente agotador, pero Aria sintió una conexión, una resonancia. Y vio un cambio. La furia en los ojos de Malakor disminuyó ligeramente, su respiración se volvió menos errática. Los Castigadores parecían más centrados, la tensión depredadora en sus posturas se relajó un ápice. Funcionaba.

Fue mientras estaba en este estado de profunda conexión energética, sintiendo las corrientes vitales de los vampiros y la energía ambiental, que Aria percibió la otra anomalía. Sintió la perturbación constante de Cthulhu, la energía despierta de Gaia, el poder caótico residual de Malakor... pero había algo más. Una interferencia sutil, casi escondida bajo las otras, pero deliberada. Una energía que no era solo caótica, sino dirigida. Una frecuencia específica que parecía diseñada para contrarrestar y deshacer patrones mágicos antiguos y ordenados. Sintió cómo erosionaba las matrices de los anillos solares que Drácula aún llevaba, cómo debilitaba las runas protectoras de Umbría, cómo interfería con la propia resonancia de Gaia.

Y esa firma energética... la conocía. La había sentido antes, creciendo en poder, retorciéndose con ambición y resentimiento.

Aria abrió los ojos de golpe, jadeando, la conexión rota. Miró a Merlín, luego a Drácula, su rostro pálido de horror y comprensión.

"No es solo Cthulhu," susurró, su voz temblando ligeramente. "La inestabilidad mágica... los anillos fallando... las barreras debilitándose..."

"¿Qué quieres decir, Aria?" preguntó Merlín, acercándose.

"Hay otra fuente," dijo Aria, encontrando la mirada de Merlín. "Una interferencia deliberada. Alguien está usando magia caótica para deshacer activamente la magia ancestral. Para sabotearnos."

"¿Quién?" demandó Drácula, sus ojos rojos entrecerrándose peligrosamente.

Aria respiró hondo antes de pronunciar el nombre que ahora resonaba en su mente con una certeza aterradora.

"Eleonora."