La batalla mental entre Aria y Nyx era un torbellino invisible de voluntades. Aria, anclada por la nueva luz esmeralda y dorada de su magia de Chi y Verdad, se sentía como un rompeolas contra un océano de malicia y caos. La conciencia de Nyx era un laberinto de ambición retorcida, poder prestado de Poimandres, y debajo de todo, un eco doloroso de la Eleonora que fue. La presión psíquica de Cthulhu, mientras tanto, seguía golpeando las defensas de todos en la base, una marea constante de locura.
Merlín, Kaelen y los demás magos de Umbría luchaban por mantener las barreras del laboratorio y apoyar a Aria a distancia, mientras Elena y su equipo monitoreaban con horror las lecturas de energía que se salían de todas las escalas. Drácula y sus Castigadores, junto a los Magos Rojos, mantenían una tensa guardia contra cualquier manifestación física del caos.
Fue en ese momento de crisis máxima, cuando la realidad misma parecía a punto de deshilacharse, que aparecieron.
No hubo portal, ni estallido de luz. Simplemente, estaban allí. Tres figuras emergieron de las sombras más profundas del laboratorio, como si hubieran tejido su camino desde los intersticios del mundo. Eran ancianos, sus rostros curtidos como cuero antiguo, marcados por el sol de incontables generaciones y la sabiduría de una tierra mucho más vieja que cualquier ciudad moderna. Vestían sencillas mantas de algodón blanco bordadas con intrincados símbolos geométricos en rojo y negro, y llevaban báculos de madera nudosa adornados con plumas de quetzal y jade. Sus ojos oscuros, profundos y penetrantes, observaron el caos reinante con una calma inquietante, casi indiferente a la locura cósmica.
Un aura de tierra antigua, de humo de copal y de poder elemental emanaba de ellos. A su alrededor, figuras diminutas, apenas visibles, del tamaño de un pulgar, con piel que parecía corteza de árbol y ojos brillantes como luciérnagas, se movían con increíble velocidad, observando, susurrando, casi invisibles a menos que uno supiera dónde mirar.
El que parecía ser el líder, un hombre con una larga trenza cana y una mirada que parecía abarcar eones, dio un paso adelante. Su atención se centró inmediatamente en Aria, en la luz pura que emanaba de ella mientras luchaba contra Nyx.
"La Ix K'iin," dijo el anciano, su voz un susurro grave como el viento en las ruinas de una pirámide. "La Dama del Sol Nuevo. Su luz ha rasgado el velo entre los mundos. Sentimos su fuego... y la profunda oscuridad que combate."
Merlín se giró, sorprendido por la repentina aparición y la calma autoritaria de los recién llegados. "¿Quiénes sois?" preguntó, su báculo aún brillando, listo para la defensa.
El anciano inclinó levemente la cabeza. "Somos los Guardianes de la Ceiba Sagrada. Los Hijos del Jaguar. Los últimos Ah Men, los brujos de esta tierra, Yucatán. Mi nombre es Itzamná Balam."
Miró a Nyx, o más bien, a la perturbación psíquica que Aria combatía. "Conocemos a los antiguos caminantes de la luna," dijo, y Aria, incluso en su trance de combate, sintió una resonancia con la descripción, pensando en los Elfos Lunares que ahora servían a Nyx. "Sus ecos aún susurran en las raíces de nuestras selvas y en el corazón de nuestros cenotes."
Luego, su mirada se desvió hacia la ventana, hacia el mar Caribe de donde emanaba la locura de Cthulhu. "Y hemos visto al Durmiente Profundo agitarse antes, en ciclos olvidados de este sol. Su locura es una marea oscura que intenta ahogar la cordura del mundo."
"Pero esta tierra," continuó Itzamná Balam, y una sonrisa casi imperceptible curvó sus labios, "tiene sus propios protectores." Hizo un gesto casi casual, y las pequeñas figuras que se movían a su alrededor parecieron volverse un poco más visibles, sus ojos brillantes fijos en los magos y científicos con una inteligencia traviesa pero vigilante. "Los Aluxes. Pequeños espíritus de la tierra, guardianes de los lugares sagrados, tejedores de engaños para los impuros, pero feroces defensores contra la oscuridad que no pertenece."
"¿Cómo... cómo habéis llegado aquí?" preguntó Elena Rossi, asombrada.
"La luz de la Ix K'iin," repitió Itzamná Balam, señalando a Aria. "Su espíritu, en su lucha, resonó con la Rejilla de la Vida que esta tierra nutre. Nos llamó. Su magia es... diferente. Nueva, pero con raíces antiguas. Pura."
Uno de los otros brujos mayas, una mujer anciana con el rostro surcado de arrugas como un mapa de ríos secos, dio un paso adelante y comenzó a entonar un cántico bajo y rítmico en una lengua maya gutural. Las pequeñas figuras de los Aluxes parecieron responder, y una sutil vibración de energía terrenal comenzó a extenderse por el laboratorio, no combatiendo directamente la energía de Cthulhu o Nyx, sino reforzando la estructura de la realidad local, estabilizando los objetos, calmando ligeramente el parpadeo de las luces.
Aria, en medio de su batalla mental, sintió este apoyo inesperado. Era como si la tierra misma le ofreciera un ancla, una resonancia de estabilidad que contrarrestaba la disonancia de Nyx y la locura de Cthulhu. Le dio una nueva fuerza, una nueva claridad.
La llegada de los brujos mayas no había resuelto la crisis, pero había introducido un nuevo y poderoso elemento en el tablero. Eran guardianes locales, con un conocimiento profundo de las energías de esa tierra específica, armados con una magia ancestral y con la ayuda de los esquivos Aluxes. Y habían sido atraídos por Aria.
Merlín los observó con profundo respeto. "Guardianes de la Ceiba Sagrada," dijo. "Vuestra llegada es... inesperada, pero quizás providencial. Necesitamos toda la ayuda posible."
Itzamná Balam lo miró fijamente. "Ayudaremos a proteger esta tierra, Mago de Occidente. Es nuestro deber. Y la Ix K'iin es clave. Pero el precio de despertar a los antiguos guardianes... y a los antiguos horrores... siempre es alto."
La batalla por Cancún, y por el alma de Aria, acababa de volverse aún más compleja, con nuevos aliados surgiendo de las profundidades de la historia y la tierra misma.