En medio del asalto psíquico de Nyx y la sofocante presión de Cthulhu, mientras Aria luchaba en el plano mental anclada por la sutil ayuda de los brujos mayas recién llegados, Itzamná Balam se irguió. Su mirada antigua se posó en Merlín.
"La perturbación es profunda, Mago de Occidente," dijo con su voz grave. "La Ix K'iin es fuerte, pero la oscuridad que enfrenta es vasta y tiene muchas fauces. Esta tierra... este momento... requiere la guía de nuestro Ajaw K'uhul, el Señor Divino."
Itzamná Balam y los otros dos brujos – la anciana que había calmado el aire, llamada Ix Mukul, y un hombre más joven y severo con pintura de guerra obsidiana en el rostro, Ek Chuah – se volvieron hacia el centro del espacio que los Aluxes habían sutilmente despejado. Juntos, comenzaron un cántico bajo, un ritmo que evocaba el latido del jaguar y el susurro del viento entre las ruinas ancestrales. Ix Mukul encendió una pequeña bola de copal, y el humo aromático ascendió, no dispersándose, sino tejiendo patrones complejos en el aire.
No hubo un estallido de luz, ni un portal desgarrador. Simplemente, el humo de copal se arremolinó con más intensidad y, cuando se disipó parcialmente, una cuarta figura estaba allí, observándolos con una calma que contrastaba con el caos reinante.
Era más alto que los otros tres, su porte regio, ataviado con una túnica de un blanco inmaculado tejida con hilos de oro y jade que representaban serpientes emplumadas y ciclos cósmicos. Un tocado de plumas de quetzal, largas y vibrantes, caía por su espalda. Su rostro era el de un hombre en la plenitud de la vida, pero sus ojos, de un profundo color ámbar, contenían la sabiduría de incontables edades y un brillo de astuta diversión.
"Saludos, Itzamná Balam, Ix Mukul, Ek Chuah," dijo la figura, su voz melódica y llena de autoridad. "¿La tormenta finalmente ha llegado a nuestras costas con toda su furia?"
Kaelen, siempre cortés incluso en medio del apocalipsis, dio un paso tentativo. "Bienvenido, eh... Maestro Cetzal," dijo, pronunciando el nombre tal como estaba escrito en algunos de los fragmentos que Merlín había logrado traducir sobre leyendas locales.
El recién llegado soltó una risa suave, un sonido como el de hojas secas arrastradas por el viento. "Ah, el susurro de la serpiente emplumada se pierde en lenguas extranjeras, joven mago. Se escribe Cetzal, sí, un intento de capturar el aliento. Pero el espíritu lo nombra K'uk'ulkaan, o para vuestros oídos, Quetzal." Hizo una pausa, su mirada ámbar recorriendo el laboratorio, deteniéndose en Merlín, luego en Drácula (que lo observaba con renovada y fría cautela), y finalmente en Aria, que seguía luchando en su trance.
"Habéis despertado muchas cosas, Hijos de la Superficie," dijo Quetzal, su tono ahora más serio. "El Durmiente Profundo (Cthulhu) agita sus pesadillas sobre el mundo, y los ecos de antiguas guerras estelares resuenan de nuevo. Pero esta tierra, el Mayab, no es ajena a tales convulsiones."
Se acercó al centro de la sala, y los Aluxes parecieron inclinarse a su paso. "Mis ancestros, los Mayas, y nuestros hermanos mayores, los Toltecas, no éramos simples constructores de ciudades de piedra. Éramos Navegantes del Tiempo, Guardianes de los Ciclos Cósmicos. Comprendíamos el flujo del K'uh – la sagrada energía vital – y cómo se entrelaza con las estrellas, con la sangre, con la conciencia."
Su voz adquirió una calidad hipnótica, como si estuviera contando una saga junto a una fogata bajo un cielo estrellado. "Construimos Vivas Pirámides, no solo de piedra y argamasa, sino de intención pura y energía focalizada, alineadas con los grandes ciclos para amplificar la conciencia, estabilizar la Rejilla de la Vida cuando las estrellas errantes traían malos augurios, o incluso para proyectar la voluntad unida de nuestros sacerdotes y guerreros a través del velo del mundo."
Habló de pactos con los espíritus de la selva y los cenotes, de un conocimiento profundo sobre las propiedades de las plantas sagradas para abrir las puertas de la percepción, y de rituales que, a través del sacrificio – no siempre de sangre, sino de energía personal, de tiempo, de devoción – podían tejer la realidad misma.
"La locura del Durmiente Profundo es una disonancia en el Gran Canto de la Creación," continuó Quetzal. "Nuestras antiguas artes buscaban la armonía, pero también conocíamos las vibraciones para silenciar la discordia, los patrones para sellar las grietas entre los mundos. El conocimiento para tejer escudos de tiempo y espíritu aún reside en la memoria de la sangre y la piedra de esta tierra, en las raíces de la Ceiba Sagrada que conecta los tres mundos."
Drácula observaba desde las sombras más profundas, sus ojos rojos fijos en Quetzal. Más 'dioses' y 'salvadores', pensó el vampiro con cinismo. Todos con sus propias leyendas, sus propias agendas. Estos Mayas... su poder es antiguo, ligado a la tierra, a la sangre y a un tipo de sacrificio que reconozco en su esencia. Pero la sangre y el espíritu siempre exigen un precio. ¿Cuál será el que ellos demanden? Su desconfianza era una barrera helada. Veía en Quetzal no a un salvador, sino a otro jugador poderoso en un tablero cada vez más abarrotado y peligroso.
Merlín, en cambio, escuchaba con fascinación y un profundo respeto. Veía los ecos de la sabiduría hermética, de la magia druídica, reflejados en las palabras de Quetzal, una confirmación de la unidad subyacente de todas las verdaderas tradiciones mágicas.
"Vuestra llegada es providencial, Señor Quetzal," dijo Merlín. "La Ix K'iin, Aria, lucha en este momento contra la mente de Nyx, la antigua Eleonora, que sabotea nuestras defensas y se alimenta del miedo del mundo. El Durmiente Profundo está cerca de manifestarse plenamente."
Quetzal asintió lentamente, su mirada volviendo a Aria. "La joven estrella arde con una luz feroz. Está tocando la Rejilla de la Vida, pero también la red de pesadillas del Durmiente y la corrupción del Caos. Es un camino peligroso." Miró a los reunidos. "Nuestros antepasados sabían cómo construir santuarios de conciencia, lugares donde la mente podía anclarse incluso cuando el universo se convulsionaba. Quizás... podamos enseñarles a tejer un escudo de espíritu, un Naj Tunich (casa de piedra) para el alma, aquí mismo, en el ojo de esta tormenta."
La oferta estaba hecha. Los Mayas, con su conocimiento ancestral y sus esquivos Aluxes, habían entrado de lleno en la guerra espiritual. Pero la pregunta seguía en el aire: ¿podrían estas facciones tan dispares, con sus propias historias, desconfianzas y fuentes de poder, trabajar juntas antes de que las múltiples amenazas los consumieran a todos? La risa burlona de Quetzal sobre la pronunciación de su nombre parecía un eco lejano de una era más simple.