Mientras Quetzal exponía la sabiduría ancestral de su pueblo, sus ojos ámbar se desviaron hacia Drácula, que permanecía envuelto en las sombras más densas de la sala, una estatua de noche y poder contenido. Una leve sonrisa, enigmática y antigua, curvó los labios del líder maya.
"Siento la escarcha de tu alma, Caminante Nocturno," dijo Quetzal, su voz manteniendo la calma pero con un matiz que penetraba las defensas del vampiro. "Tu desconfianza es tan antigua como tus colmillos. Crees que todos los que ofrecen ayuda buscan un precio oculto, como los mercaderes de almas y poder de tu Europa natal. Y quizás no te falte razón en desconfiar de lo desconocido."
Drácula no se movió, pero la intensidad de su mirada roja se agudizó.
"Nyx, la Reina de las Sombras Tejidas por el Caos," continuó Quetzal, "ha intentado cegar a tus hijos del sol, ¿no es así? Ha tejido una contra-magia, una disonancia, sobre los antiguos encantamientos que los protegen, aprovechando la inestabilidad cósmica."
Quetzal hizo un gesto apenas perceptible con la mano. Los diminutos Aluxes, que hasta entonces se habían movido con una energía juguetona pero vigilante alrededor de los brujos mayas, de repente se enfocaron. Un zumbido agudo, casi inaudible, llenó el aire, y una luz verde dorada, como el corazón de la selva al amanecer, emanó de ellos. Se movieron como un enjambre de luciérnagas conscientes, rodeando a Drácula y a los Castigadores presentes.
Los vampiros se tensaron, listos para el ataque, pero Drácula levantó una mano para detenerlos, observando con fría curiosidad. Sintió una energía extraña recorrer los anillos solares que él y sus guerreros llevaban. Hubo un cosquilleo, una vibración, y luego, la sensación opresiva y de interferencia que había plagado los anillos desde el sabotaje de Nyx pareció... desvanecerse. Una muy tenue, casi olvidada, aura protectora original brilló fugazmente alrededor de los metales y las gemas.
"Los Aluxes son guardianes de lo tejido, protectores contra la corrupción y los nudos malintencionados en la Rejilla de la Vida," explicó Quetzal, mientras las pequeñas entidades regresaban a su lado. "Han... deshecho el nudo que la Reina Oscura ató en vuestras protecciones. La magia original de vuestros anillos, aunque aún vulnerable a las grandes fluctuaciones cósmicas y al poder directo de Cthulhu, ya no está siendo activamente saboteada por la magia específica de ella."
El alivio fue una oleada casi física para Drácula, aunque no lo demostró. La amenaza inmediata a la operatividad diurna de sus Castigadores había sido neutralizada, al menos parcialmente. Pero su desconfianza, lejos de disiparse, se agudizó. Una demostración de poder, pensó. Un regalo con hilos invisibles. Pueden deshacer la magia de Nyx... ¿qué más pueden deshacer? ¿O tejer?
Quetzal pareció leer sus pensamientos. Una sombra de tristeza cruzó su rostro. "Veo que aún dudas, Príncipe de la Noche. Quizás la historia de mi pueblo, tal como la conocéis, oscurece vuestro juicio. Los sacrificios... la sangre derramada en nuestros altares piramidales bajo el sol..."
Hizo una pausa, su mirada perdida en el pasado. "No fue siempre la voluntad de los Mayas, ni de los Toltecas antes que nosotros, manchar nuestros lugares sagrados con tal cantidad de K'uh arrebatado. Nuestros ancestros honraban los ciclos con ofrendas de flores, de incienso, de cantos que armonizaban con las estrellas, de su propia energía vital ofrecida en ayuno y meditación para mantener el equilibrio."
Su voz se endureció. "Pero luego vinieron los Dzules," dijo, usando la antigua palabra maya para los extranjeros, pero con un veneno dirigido claramente a los conquistadores españoles. "Hombres de acero y fuego, con una cruz en una mano y una insaciable sed de oro en la otra que rivalizaba con la vuestra por la sangre."
"Y no estaban solos," continuó Quetzal, y el aire en la sala pareció enfriarse. "Detrás de sus estandartes y sus plegarias a su dios celoso, había otros susurros, otros pactos oscuros. Los Dzules, en su arrogancia y su ignorancia de las verdaderas fuerzas del cosmos, pagaban un tributo terrible... no a nosotros, sino a las Estrellas Errantes." Enki, presente en la sala, desvió la mirada por un instante, una rara muestra de incomodidad. "A cambio de poder para dominar este 'Nuevo Mundo', a cambio de sus victorias inexplicables sobre imperios, ofrecían la energía del miedo, del dolor, la esencia vital arrebatada en rituales cada vez más sangrientos, amplificados por el terror de la conquista."
"Nuestros antiguos sacerdotes, los Ah Kinob, los guardianes de la sabiduría, fueron obligados," la voz de Quetzal era ahora un eco de dolor ancestral. "Bajo amenaza de la aniquilación total de nuestro pueblo, de la quema de nuestros códices sagrados, de la destrucción de nuestros linajes, se nos forzó a realizar esos ritos oscuros. A convertir nuestros observatorios estelares y nuestros templos de armonía en mataderos para alimentar a los amos estelares de los conquistadores y saciar la sed de espectáculo de los propios invasores. La sangre que manchó nuestras pirámides, la que vuestros cronistas registraron con horror hipócrita, fue el precio de una supervivencia precaria, un tributo pagado en lágrimas y almas para mantener a raya a los dioses alienígenas de los hombres blancos y a los propios hombres blancos."
La revelación fue un golpe para todos los presentes. Merlín miró a Quetzal con una nueva y profunda comprensión. Aria sintió una oleada de empatía por el sufrimiento de un pueblo atrapado entre dos horrores. Incluso Drácula, el eterno cínico, sintió una resonancia con la historia de un pueblo forzado a la oscuridad por poderes externos para sobrevivir; era una melodía que su propia existencia conocía bien.
"No buscamos dominar, Caminante Nocturno," concluyó Quetzal, sus ojos ámbar fijos en Drácula. "Buscamos preservar el equilibrio de esta tierra, nuestro hogar sagrado, el Yóok'olkab. Y para ello, a veces, incluso los hijos de la noche más profunda y los guardianes del sol del mediodía deben encontrar un terreno común contra la tormenta cósmica que amenaza con devorarnos a todos y silenciar el canto de la vida."
La demostración de poder y la dolorosa confesión habían alterado la dinámica. Drácula seguía siendo desconfiado por naturaleza, pero los Mayas habían demostrado su valía de una manera innegable y habían ofrecido una perspectiva que resonaba con la complejidad del mundo que él conocía. La posibilidad de una alianza, aunque tensa e improbable, ya no parecía tan descabellada. La supervivencia, después de todo, forjaba las más extrañas compañías.