Esta tierra antigua ofrece caminos inesperados

El aire en Calakmul era espeso y antiguo, cargado con el aroma de la tierra húmeda, la vegetación exuberante y el peso de los siglos. La llegada a las ruinas ciclópeas había traído una sensación de asombro y un respiro momentáneo de la presión psíquica directa de Cthulhu, pero el agotador viaje había dejado a todos, humanos y sobrenaturales por igual, al borde de sus fuerzas. El hambre roía sus entrañas, una necesidad primordial que ni la magia ni la inmortalidad podían ignorar por completo.

Kaelen fue el primero en verbalizarlo, apoyándose con cansancio contra una estela de piedra cubierta de glifos. "Merlín... Señor Quetzal... con el debido respeto a este... increíble lugar, necesitamos reponer energías. Y comida."

Quetzal, que había estado observando la interacción de las energías del lugar con los recién llegados, asintió con solemnidad. "La selva provee a quienes la respetan y entienden sus ritmos, joven mago. El K'uxa'an Suum, el cordón umbilical viviente que nos une a la Madre Tierra, es generoso."

Hizo una seña a Ek Chuah, el brujo de rostro severo pintado para la guerra, y a otro de sus compañeros. Los dos mayas se inclinaron brevemente y, sin una palabra, se disolvieron en la densa oscuridad de la jungla circundante como si fueran parte de ella.

El resto del grupo esperaba en un silencio tenso. Drácula y sus Castigadores, incluyendo al recientemente transformado y aún inestable Malakor, se mantenían en las sombras más profundas de una estructura parcialmente derruida, sus ojos rojos brillando con una intensidad depredadora apenas contenida. La sed, exacerbada por el viaje y la tensión, era una bestia que arañaba sus entrañas.

No pasó mucho tiempo antes de que Ek Chuah y su compañero regresaran. Traían consigo dos venados jóvenes, cargados con una facilidad sorprendente sobre sus hombros. Los depositaron con cuidado en un claro iluminado por la luna.

Antes de que nadie pudiera moverse para preparar la carne, Itzamná Balam y los otros brujos se arrodillaron junto a los animales abatidos. Comenzaron un canto bajo y gutural en la lengua maya, un sonido que parecía vibrar en armonía con el pulso de la selva. Itzamná Balam colocó una mano sobre el corazón inmóvil de cada venado.

"Su espíritu ha partido," explicó Quetzal a los observadores desconcertados. "Pero su forma nos dará sustento. Pedimos permiso a su esencia, agradecemos su sacrificio para que nosotros podamos continuar la lucha. Su vida nos da vida. Honramos su lugar en el Gran Ciclo."

Aria observaba, fascinada. La luz esmeralda y dorada de su propia magia pareció intensificarse ligeramente, resonando con la profunda reverencia de los mayas. "Es como... como en esa vieja película de los hombres azules y el planeta lejano, Avatar," susurró a Kaelen. "Los Na'vi... pidiendo permiso a las criaturas que cazaban, sintiendo su partida."

Quetzal escuchó su susurro y una leve sonrisa cruzó sus labios. "Las historias de los hombres blancos," dijo, "a veces, como semillas arrastradas por el viento a tierras lejanas, contienen ecos distorsionados de verdades que sus propios ancestros olvidaron, robaron, o nunca comprendieron del todo. La conexión es real, Ix K'iin. La vida es sagrada, incluso cuando debe ser tomada para preservar otra vida."

Tras el breve ritual, los mayas comenzaron a preparar la carne con una habilidad eficiente y respetuosa. Pero Quetzal se acercó a Drácula, cuyos ojos estaban fijos en la sangre fresca que comenzaba a manar de los venados.

"Caminante Nocturno," dijo Quetzal, su voz tranquila. "Vuestra sed es una sombra profunda que os sigue. La sangre humana, especialmente en estos tiempos de miedo global y corrupción psíquica, solo alimentará la oscuridad que lleváis dentro y la que intentamos combatir."

Hizo un gesto hacia los venados. "Esta sangre es diferente. Ha sido ofrecida con respeto, en un lugar sagrado, por una criatura que es pura esencia de esta selva, un hijo del Yuum K'aax. No extinguirá la maldición que os aflige, lo sé. Pero os nutrirá sin la mancha de la desesperación humana, sin el veneno del miedo que ahora satura a vuestra presa habitual." Hizo una pausa, sus ojos ámbar brillando con un conocimiento antiguo. "Y aquí... en el corazón de Calakmul... incluso la sangre de la bestia del monte vibra con un poder ancestral, una pureza que quizás no hayáis probado en muchos siglos. Probadla. Ved si la Madre Tierra no ofrece también sustento a sus hijos más oscuros cuando la necesidad es grande y el respeto se muestra."

Drácula miró a Quetzal, luego a los venados. La idea era... extraña. Había bebido sangre animal en el pasado, en tiempos de extrema necesidad, pero siempre había sido un sustituto insípido, una burla de la rica complejidad de la vitae humana. Pero la convicción en la voz de Quetzal, la energía única de este lugar...

Con un gesto casi imperceptible, indicó a Malakor, cuya lucha contra la sed era una batalla visible, que se acercara. El vampiro caótico, con los ojos inyectados en sangre y temblando, se arrodilló junto a uno de los venados. Sorcha lo observaba con aprensión.

Malakor hundió sus colmillos. Hubo un instante de sorpresa en su rostro monstruoso. La sangre no era solo... sangre. Era cálida, sí, pero también vibrante, casi eléctrica, con un sabor a tierra antigua, a hojas verdes, a la fuerza indómita de la selva. La sed ardiente no desapareció por completo, pero una extraña calma, una sensación de limpieza y una inesperada oleada de vitalidad recorrieron su ser no-muerto. Miró sus manos, luego a Drácula, confundido.

Intrigado, Drácula mismo se acercó al otro venado. Con la dignidad de un monarca probando una ofrenda desconocida, bebió. No es el fuego complejo de la sangre humana, pensó, esa intrincada danza de emociones y esencia vital. Pero... hay una pureza aquí. Una fuerza indómita. Casi... sagrada. Y en este lugar... vibra con una resonancia que no había probado en incontables noches. Sintió cómo la sangre calmaba no solo la sed física, sino también una parte de la inquietud y la corrupción ambiental que se había adherido a su espíritu.

Los otros Castigadores, observando a su príncipe, siguieron su ejemplo con cautela, y pronto, expresiones de sorpresa similar se reflejaron en sus rostros pálidos.

El resto del grupo observaba la escena con una mezcla de asombro y aprensión. Ver a los temibles vampiros alimentándose de los ciervos con una especie de calma ritualista era surrealista. Aria, sin embargo, sintió una pequeña punzada de esperanza. Quizás, solo quizás, esta tierra antigua ofrecía caminos inesperados incluso para las criaturas más oscuras.

La primera noche en Calakmul había comenzado con un acto de comunión inesperado, uniendo a cazadores y presas, a vivos y no-muertos, bajo la atenta mirada de ruinas milenarias y un líder maya que parecía conocer los secretos más profundos de la vida y la muerte. La lucha por la supervivencia continuaba, pero por un breve momento, el hambre había sido saciada de una manera que ninguno de ellos había anticipado.