Luchando con la furía de una diosa traicionada y acorralada

El aire en el laboratorio reforzado de Cancún – al que habían regresado desde Calakmul por una necesidad estratégica de acceso a cierta tecnología y por la creciente inestabilidad del vórtice selvático – era una mezcla de agotamiento y la efímera esperanza traída por Enki. La noticia de que Amitiel, el Comandante Supremo Netlin, había concedido un aplazamiento, aunque condicionado, les había comprado un tiempo precioso. Pero esa esperanza estaba a punto de ser brutalmente destrozada.

Merlín y Quetzal estaban enfrascados en una discusión con Enki sobre la naturaleza exacta de la "cooperación" que Amitiel esperaba. Drácula y Sorcha observaban desde las sombras, analizando cada palabra. Aria, aún vibrando con la energía de su nueva magia y la resonancia de Gaia que había sentido en Calakmul, intentaba mantener un estado de alerta meditativa.

Fue entonces cuando las barreras exteriores de la base, una compleja red de magia de Umbría, tecnología Anunnaki y protecciones chamánicas mayas, chisporrotearon violentamente. Un instante después, una figura envuelta en sombras y con el brillo esmeralda de una divinidad oscura y herida se materializó en el centro de la sala, cayendo de rodillas, jadeando.

"¡Morgana!" exclamó Aria, corriendo hacia ella, mientras Kaelen y los Castigadores se ponían instintivamente en guardia.

Morgana Le Fay, la Diosa Hada Oscura, estaba cubierta de heridas etéreas que parecían supurar oscuridad y luz corrupta. Su porte regio estaba quebrado, sus ojos llenos de un horror que trascendía el miedo.

"¡Están... están vivos!" jadeó Morgana, agarrando el brazo de Aria. "Nyx... Poimandres... ¡Aún resisten! ¡Pero apenas! La embestida... es... inimaginable."

"¿Qué viste, Morgana?" preguntó Merlín, su voz grave y urgente. La alianza con Nyx y Morgana era una de conveniencia extrema, pero ahora compartían un destino precario.

Morgana luchó por recuperar el aliento, su mirada recorriendo el salón, deteniéndose en Enki con una nueva y terrible comprensión. "La alianza de Cthulhu... no es solo con sus engendros. Los Netlin... ¡los Luciferinos como se llaman a sí mismos en sus lenguas de fuego oscuro!... ¡Están luchando con él! ¡Como uno solo!"

Enki dio un paso atrás, sus ojos dorados ensanchándose en shock. "No... Amitiel juró... su guerra es contra el Primigenio. Él..."

"¡Mentiras!" escupió Morgana, con veneno en la voz. "O una facción ha sido engañada, o todos vosotros habéis sido sus peones. ¡Esto no es nuevo, Anunnaki! ¡Esta impía alianza es antigua!" El conocimiento parecía brotar de ella, quizás desbloqueado por el trauma de la batalla o por su profunda conexión con la magia Fae, que recordaba ecos de guerras olvidadas.

"Cuando las Guerras de Lira consumían las estrellas," continuó Morgana, su voz temblando de furia y revelación, "los Primigenios como Cthulhu y esta secta de Netlin, los Luciferinos, ya estaban unidos. ¡No luchaban contra el Caos primordial como una fuerza opuesta, sino que lo usaban! ¡Luchaban contra las civilizaciones de Lira, contra los que llamaban los Lireanos, y contra otras razas cósmicas que defendían un equilibrio que no se sometía ni al Vacío devorador de Cthulhu ni al Orden absoluto y tiránico de los Netlin!"

La sala quedó en un silencio atónito. Esta revelación reescribía la historia cósmica que apenas comenzaban a comprender.

"Y Amitiel..." Morgana se giró hacia Enki, sus ojos esmeralda ardiendo. "El 'Estratega Caído' que contactaste... ¡la verdad es una blasfemia aún mayor! Durante la batalla, a través de las pesadillas psíquicas que Nyx proyectaba en su agonía y los cánticos de poder de los Luciferinos... percibí una conexión familiar, una resonancia de sangre oscura. ¡Amitiel no es un enemigo de Cthulhu en el sentido que creéis! ¡Es su pariente! ¡Su hermano menor!"

Si antes Enki estaba en shock, ahora parecía devastado. "No... no puede ser... los anales... las profecías de la Caída Netlin..."

"¡Son mentiras tejidas para ocultar una verdad monstruosa!" insistió Morgana. "Su 'Caída' no fue por rebelión contra un Cielo de Luz inexistente, sino quizás por disputas de poder dentro de su propia y oscura estirpe, o una elaborada estrategia para infiltrar otras esferas de la creación y prepararlas para la cosecha. La 'guerra' de Amitiel contra Cthulhu es una farsa, ¡una artimaña para consolidar el poder de su linaje o para eliminar a otros Primigenios rivales que no se someten a su pacto! ¡Su verdadera base de operaciones, su ciudadela oculta, no está en algún reino celestial perdido, sino en Neptuno! ¡En los fríos y oscuros confines de vuestro propio sistema solar, vigilando, esperando!"

Un grito ahogado escapó de los labios de Elena Rossi. Merlín parecía haber envejecido un siglo en ese instante. Quetzal observaba con una solemnidad que trascendía la sorpresa, como si esta nueva capa de engaño cósmico fuera solo otra vuelta en la espiral del Gran Ciclo.

"Entonces," dijo Merlín con voz queda, "el ultimátum de Amitiel... nuestra 'esperanza' de un respiro... todo fue una maniobra de distracción. Una forma de evaluarnos, de asegurar nuestra pasividad o nuestra sumisión antes de la verdadera ofensiva."

La decisión de no enviar información a Amitiel, tomada en Calakmul tras la visión de Aria del ataque a Nyx, ahora parecía no solo sabia, sino profética.

"Nyx lo sabe ahora," dijo Morgana, exhausta. "Vio la verdad en el corazón de la tormenta. Está luchando con la furia de una diosa traicionada y acorralada, Poimandres a su lado. Pero el poder combinado de Cthulhu y sus parientes Netlin es... inconcebible." Se estremeció. "Intenté contactarte, Merlín, para advertirte. Pero las interferencias... eran demasiado grandes."

De repente, Aria, que había estado en silencio, pálida pero con sus ojos brillando intensamente, se llevó las manos a la cabeza. "¡Nyx!" jadeó. "Su grito... lo siento de nuevo... ¡Desesperación! ¡Puro terror!"

Todos temieron lo peor. La esperanza se había hecho añicos, reemplazada por la certeza de una traición cósmica y la inminencia de un enemigo unificado, monstruoso y con la ventaja del engaño. Estaban solos, y la noche acababa de volverse infinitamente más oscura.