¡Las hadas de sangre!

La revelación de Enlil y la posterior confirmación por las otras facciones de Lira de que ya no pagarían tributo a Cthulhu habían dejado el centro de mando en un estado de caos estratégico. Pero antes de que pudieran formular un plan coherente para tratar con estos nuevos y volátiles "casi-aliados", la amenaza más inmediata y arrogante regresó.

La presencia mental de Amitiel, Comandante Supremo Netlin, se manifestó de nuevo, esta vez no como un mensaje, sino como una imponente proyección holográfica en el centro de la sala. Su figura de luz fría y angélica exudaba un poder y una autoridad que hacían que el aire mismo pareciera enrarecido.

"Terra, tus líderes han deliberado lo suficiente," proclamó Amitiel, su voz resonando sin sonido directamente en sus mentes. "El Primigenio se prepara para su verdadera ascensión. Vuestro planeta será el crisol. La demanda de vuestra lealtad y la entrega de vuestros artefactos de poder – la Tabla, las Clavículas, el conocimiento de la conciencia planetaria – es final. Vuestra obediencia asegurará un papel, por menor que sea, en el Orden que se impondrá. La resistencia..." Dejó la amenaza flotando.

Merlín dio un paso al frente, su rostro anciano endurecido por una resolución de acero. A su lado, Quetzal se mantenía erguido, sus ojos ámbar fijos en el Netlin. Aria, flanqueada por Kaelen, sintió la nueva magia esmeralda y dorada arder dentro de ella.

"Comandante Amitiel," comenzó Merlín, su voz tranquila pero inflexible. "Hemos considerado vuestro... ultimátum. Y hemos recibido nueva información. Información que sugiere que vuestra 'guerra' contra el Primigenio es una farsa."

Aria tomó la palabra, su voz clara y resonante con la verdad que había percibido. "Sabemos de los Luciferinos, Comandante. Sabemos de vuestra alianza con Cthulhu en las Guerras de Lira. ¡Y sabemos de vuestra impía hermandad con el mismo ser que afirmáis combatir!"

Por un instante, la impasible figura de luz de Amitiel pareció vacilar. Luego, una risa fría, antigua y aterradora, brotó de la proyección, un sonido que no tenía nada de celestial y todo de burla cósmica.

"¡Mortales! ¡Criaturas del fango!" se carcajeó Amitiel, su forma luminosa parpadeando con oscura diversión. "¿Realmente creísteis que el Orden que nosotros, los Netlin, representamos es el vuestro, el de vuestras patéticas esperanzas y temores? ¿Que nuestra guerra milenaria es por vuestra insignificante supervivencia?" La máscara de nobleza caída se desvaneció, revelando un desprecio gélido. "Cthulhu es un poder primordial, una fuerza de la naturaleza cósmica. ¡Un hermano en el gran y eterno vacío, sí! Nuestro 'conflicto' es una danza de dominio, una forma de asegurar que la cosecha de este universo sea... eficiente. Y vosotros, con vuestra Gaia y vuestra magia de bolsillo, sois solo el grano a ser trillado, o el suelo a ser purgado y resembrado."

Mientras Amitiel se regodeaba en su engaño revelado, una nueva oleada de terror psíquico, más focalizada y maliciosa que la presión constante de Cthulhu, golpeó la base. Esta vez, tenía una cualidad Fae, retorcida y enloquecida.

"¡Las Hadas de Sangre!" gritó Morgana, que había estado observando con furia contenida. "¡Pero esta energía... está siendo dirigida! ¡Controlada!"

Desde la oscuridad de la noche tropical, una miríada de figuras hermosas y terribles descendió sobre la base. Eran las Hadas de Sangre, sus alas como cristales de sangre coagulada, sus ojos brillando con la luz verde enfermiza de Cthulhu. Ya no se movían con su propia y caprichosa crueldad; ahora eran marionetas, sus movimientos antinaturalmente coordinados, una extensión de la voluntad del Primigenio.

"¡Parece que mi hermano ha decidido daros una lección de humildad por vuestra insolencia!" se burló Amitiel desde su proyección, mientras las Hadas atacaban las barreras mágicas.

Drácula no esperó. "¡Castigadores!" rugió. "¡A la defensa! ¡No son ellas mismas! ¡Es la mente del Durmiente la que tira de sus hilos!"

Él y sus vampiros se lanzaron a la refriega, convirtiéndose en borrones de velocidad y furia pálida. Chocaron con las Hadas controladas por Cthulhu en una explosión de magia oscura y violencia sobrenatural. Los ataques de las Hadas eran ahora más potentes, imbuidos de la locura del Vacío, sus garras etéreas no solo drenaban sangre, sino también cordura.

La lucha fue terrible. Los Castigadores, aunque feroces, estaban en desventaja numérica y enfrentaban un enemigo cuyas tácticas eran impredecibles y cuya nueva fuente de poder era alienígena. Drácula mismo, luchando como un demonio antiguo, se encontró de repente aislado, rodeado por un círculo de las Hadas más poderosas, sus ataques coordinados empujándolo hacia atrás, sus defensas comenzando a ceder bajo la presión incesante. Sintió la quemadura de sus toques psíquicos, la debilidad reptando por sus miembros inmortales. Estaba acorralado.

"¡Príncipe!" El grito vino de Sorcha de la Mano Carmesí.

Al ver a Drácula en peligro mortal, la líder de los Magos Rojos actuó sin dudar. La supervivencia de su pequeño Círculo dependía ahora enteramente del vampiro. Con un grito de furia, extendió su guantelete carmesí y la sangre que había derramado para el pacto – y quizás más, extraída de sí misma en ese instante – explotó hacia afuera en un torrente hirviente y sombrío. No era un hechizo sutil; era una erupción de Caos puro y concentrado, una nova de vitae corrupta y energía elemental.

La oleada de sangre caótica golpeó a las Hadas que rodeaban a Drácula, haciéndolas chillar y retroceder, sus formas etéreas momentáneamente interrumpidas por la cruda energía entrópica. Le dio a Drácula el respiro que necesitaba.

La batalla por la base de Cancún había estallado con una furia renovada, mientras la burlona imagen de Amitiel observaba el caos que él y su "hermano" Cthulhu habían desatado. La traición de los Netlin era ahora una herida abierta, y la lucha por la supervivencia se había vuelto aún más desesperada.