La evolución

Cancún, Quintana Roo, México - Domingo, 18 de mayo de 2025, 11:13 PM EST

La explosión de sangre caótica de Sorcha había comprado a Drácula un instante precioso. Las Hadas de Sangre controladas por Cthulhu retrocedieron, chillando ante la cruda energía entrópica, sus formas etéreas parpadeando. Pero el respiro fue momentáneo. El Príncipe de la Noche estaba gravemente herido; la energía vital que le habían drenado las Hadas y la constante presión psíquica de Cthulhu lo habían llevado al límite.

Se tambaleó, apoyándose contra un pilar de piedra medio derruido de la base, su respiración un siseo dificultoso. Las sombras a su alrededor parecían aferrarse a él con desesperación, pero también adelgazaban, perdiendo su profunda oscuridad, como si su misma esencia se estuviera desvaneciendo.

No... así no, pensó Drácula con una furia fría que luchaba contra la creciente debilidad. Después de siglos... ¿caer ante estas... marionetas del Vacío? Sintió un tirón extraño en su interior, una profunda reconfiguración de su ser no-muerto. No era solo la pérdida de vitae; era algo más fundamental. Su antigua forma, su poder ancestral, parecía estar... deshilachándose, pero al mismo tiempo, algo nuevo y terrible luchaba por nacer de sus cenizas. Un dolor agudo, como si sus huesos se estuvieran cristalizando y rompiendo a la vez, lo recorrió. Sus ojos rojos parpadearon, y por un instante, destellaron con un fuego carmesí, el color de la sangre arterial y el caos elemental.

Sorcha de la Mano Carmesí, con el rostro pálido por el esfuerzo de su reciente estallido mágico, corrió hacia él, seguida de cerca por un Silas el Susurrante inusualmente agitado. Vio la palidez mortal de Drácula, la forma en que su conexión con las sombras parecía fluctuar, y el brillo errático y antinatural en sus ojos.

"¡Príncipe!" exclamó, su voz urgente. No era solo la herida. Reconoció los signos, aunque magnificados a una escala aterradora: una transformación forzada, una evolución caótica provocada por el trauma extremo y las energías cósmicas que saturaban el aire. Su esencia vampírica se estaba... ¡rehaciendo o destrozándose!

Si cae, estamos perdidos, pensó Sorcha con una claridad brutal. El pacto... la supervivencia de mi Círculo... depende de él. No había tiempo para la sutileza, ni para el miedo. La desesperación era una maestra implacable.

Sin dudarlo, Sorcha se arrancó el guantelete carmesí, revelando una muñeca delgada y pálida. Con su athame ritual, que aún goteaba con su propia sangre usada en el ataque anterior, se hizo un corte profundo y rápido. La sangre, de un rojo oscuro y antinaturalmente vibrante, brotó con la energía del Caos que ella comandaba.

"¡Príncipe Drácula!" lo urgió, ofreciéndole su muñeca sangrante. El olor de su sangre, potente y extrañamente dulce por la magia que la imbuía, llenó el aire. "Estás... cambiando. Te desvaneces. ¡Mi sangre! ¡Está imbuida del Caos que conoces, de la furia de los elementos, pero también de la voluntad indómita de sobrevivir que compartimos! ¡Toma! ¡Bebe! ¡Recupérate! ¡Ancla tu nueva forma, si es eso lo que el destino te depara en esta noche de horrores!"

Drácula, apenas consciente, levantó la cabeza con esfuerzo. Sus ojos se enfocaron en la muñeca ofrecida, en el rojo brillante de la sangre de la Maga Roja. Sintió el poder crudo que emanaba de ella, una mezcla peligrosa de vitalidad y Caos puro. Era un veneno y un elixir a la vez. Su instinto de supervivencia, afilado por milenios, gritaba. La sed, siempre presente, ahora se magnificaba por su estado debilitado y la extraña metamorfosis que lo consumía.

Con un gruñido que fue casi animal, se lanzó hacia adelante y sus colmillos se hundieron en la carne de Sorcha.

No fue la alimentación controlada y casi elegante de un príncipe de la noche. Fue el acto desesperado de una bestia al borde de la aniquilación. La sangre de Sorcha, cargada con la esencia del Caos elemental y la voluntad de una hechicera poderosa, inundó su ser.

El efecto fue inmediato y aterrador. Un grito que no era ni humano ni vampírico brotó de la garganta de Drácula mientras su cuerpo se convulsionaba violentamente. Las sombras a su alrededor ya no se aferraban a él; explotaron hacia afuera, sólidas como tentáculos de obsidiana, barriendo a las Hadas de Sangre cercanas. Sus ojos ya no eran solo rojos; ardían con un núcleo carmesí, como el corazón de una fragua infernal, y de su espalda parecieron brotar por un instante formas alaformes hechas de pura noche y relámpagos rojos.

La energía caótica de la sangre de Sorcha no solo lo curó; catalizó la extraña evolución, la empujó hacia una nueva y terrible forma. El dolor de la transformación se mezcló con una oleada de poder crudo y salvaje. Se sintió... diferente. Más antiguo. Más primordial. Más aterrador.

Cuando finalmente soltó a Sorcha, que se tambaleó hacia atrás, pálida pero con una mirada de asombro temeroso, Drácula se irguió. Ya no parecía estar al borde del colapso. Estaba tenso como un depredador a punto de saltar, irradiando un aura de poder oscuro y caótico que hacía que incluso Malakor, el vampiro-mago, retrocediera instintivamente.

La batalla con las Hadas de Sangre aún rugía a su alrededor, pero ahora tenían un nuevo factor en el campo: un Drácula renacido, o al menos, peligrosamente transformado. Merlín y Aria, que habían presenciado la escena desde la distancia mientras contenían otra oleada de Hadas, observaron con una mezcla de horror y profunda aprensión. Drácula había sobrevivido, e incluso podría haber evolucionado, pero ¿a qué precio? ¿Y qué significaba esta nueva encarnación, tocada por el Caos de una Maga Roja, para la ya fracturada y desesperada alianza que luchaba por el alma de Cancún?