La sangre caótica de Sorcha ardió en las venas de Drácula como fuego líquido, una fusión profana de la no-muerte ancestral y la magia elemental desatada. El dolor de su "evolución" forzada no disminuyó, pero ahora estaba imbuido de un poder crudo y embriagador. Ya no se sentía desvanecer; se sentía renacer en una tempestad de furia y sombras.
El primer cambio fue visible y aterrador. Las sombras que siempre lo habían acompañado, que eran una extensión de su ser, se solidificaron y se retorcieron a su espalda. Con un sonido como el de la seda rasgándose en una tormenta, dos inmensas alas de oscuridad tangible, con bordes que brillaban con un leve fulgor carmesí – un eco de la sangre de Sorcha – se desplegaron, cada pluma una cuchilla de noche endurecida. No eran etéreas; tenían peso, presencia, y un poder que tiraba de los músculos de su espalda con una fuerza recién descubierta.
Drácula rugió, un sonido que era en parte el de un depredador ancestral y en parte el crepitar de una tormenta caótica. Con un instinto primordial, batió las alas de sombra. Se elevó del suelo con una velocidad asombrosa, dejando a Sorcha y a los Castigadores cercanos boquiabiertos. El aire se arremolinó a su alrededor mientras ascendía sobre el campo de batalla improvisado, una figura de pesadilla recortada contra la luna enferma y el resplandor verdoso de Cthulhu en el horizonte marino.
Desde arriba, vio la danza mortal de las Hadas de Sangre controladas por el Primigenio, diezmando las defensas de la base. Su velocidad, antes formidable, ahora era casi un parpadeo. Se lanzó en picado, un borrón de oscuridad y furia. El primer Hada de Sangre ni siquiera lo vio venir; el impacto del golpe de Drácula, ahora cargado con una fuerza que hacía temblar la tierra, la envió volando, convirtiéndose en una lluvia de esencia corrupta antes de tocar el suelo.
Más rápido, pensó, una exultación salvaje creciendo en su interior. Más fuerte.
Aterrizó en medio de un grupo de Hadas, sus movimientos una sinfonía letal. Cada golpe de sus garras, ahora más largas y afiladas, partía a las criaturas Fae por la mitad, sus cuerpos etéreos desgarrándose con facilidad. Donde antes había necesitado precisión y astucia, ahora dominaba con pura potencia bruta.
Entonces, sintió un nuevo impulso, una nueva arma formándose en su interior. La sangre de Sorcha, el Caos líquido, se mezclaba con su propia vitae ancestral, hirviendo, buscando una salida. Instintivamente, extendió una mano hacia un Hada de Sangre que se abalanzaba sobre él, y de la punta de sus dedos, o quizás de una herida autoinfligida en su palma, brotó un torrente de sangre oscura y brillante. No era un simple chorro; era una ráfaga presurizada, silbante, que se solidificó en el aire en una miríada de esquirlas afiladas como navajas.
Las ráfagas de sangre impactaron al Hada con una fuerza explosiva. La criatura chilló mientras su cabeza era cercenada limpiamente de su cuerpo, su forma deshaciéndose en el acto.
Drácula observó su propia mano con una mezcla de asombro y oscura satisfacción. Sangre como arma, pensó. La esencia de mi ser, convertida en proyectiles de muerte.
Con esta nueva y terrible habilidad, se convirtió en un torbellino de destrucción. Sus alas de sombra lo llevaban de un punto a otro del campo de batalla con una velocidad vertiginosa, esquivando ataques y posicionándose para ángulos mortales. Sus golpes destrozaban a las Hadas, y las ráfagas de sangre solidificada decapitaban y desmembraban con una eficiencia espantosa.
Desde el centro de mando improvisado, Aria observaba a través de una brecha en las defensas, su rostro una mezcla de asombro y profundo terror. La luz esmeralda y dorada a su alrededor pareció parpadear ante la cruda y caótica oscuridad que irradiaba Drácula. "Por los Antiguos..." susurró. "Se ha convertido en... algo más."
Merlín, a su lado, tenía una expresión grave. "El Caos es un catalizador poderoso, pero impredecible. Ha ganado poder, sí, pero ¿a qué precio para su alma... y para nosotros?"
Sorcha de la Mano Carmesí, aunque debilitada por la sangre ofrecida, observaba a Drácula con una extraña mezcla de orgullo posesivo y miedo. Su sangre, su magia, fluía ahora a través del Príncipe de la Noche, magnificada, desatada. Había desatado una fuerza que ni ella misma podría controlar.
Drácula, en el fragor de la batalla, apenas era consciente de estas reacciones. Estaba consumido por el poder, por la furia, por la necesidad de aniquilar. Por primera vez en siglos, se sentía verdaderamente vivo en su no-muerte, un depredador supremo en la cima de una nueva y terrible cadena alimenticia. Las Hadas de Sangre, antes una amenaza formidable, ahora eran poco más que juguetes sangrientos para su nueva forma.
La marea de la batalla local, en el sector donde Drácula luchaba, comenzaba a cambiar. Pero la guerra global apenas había comenzado, y la evolución del vampiro más antiguo del mundo era solo otro factor impredecible en un conflicto ya saturado de horrores cósmicos y alianzas desesperadas. El amanecer, cuando llegara, encontraría un mundo cambiado, y un Drácula renacido en la oscuridad y el Caos.