Como una plaga surgiendo de las sombras

La transformación de Drácula en una entidad de pesadilla alada, un avatar de sombras y sangre caótica, había abierto una sangrienta brecha en las filas de las Hadas de Sangre controladas por Cthulhu. Sus ráfagas de vitae solidificada decapitaban, sus garras y alas de sombra desgarraban. Por un momento, pareció que su furia evolucionada podría cambiar el curso de la desesperada defensa de la base en Cancún.

Pero el influjo de las Hadas era incesante, una marea iridiscente y letal que se estrellaba contra sus defensas. La influencia de Cthulhu las hacía implacables, inmunes al miedo, cada una un conducto de locura y una sed antinatural.

A pesar de la nueva y aterradora destreza de Drácula, sus Castigadores estaban sufriendo. Eran guerreros ancestrales, disciplinados y letales, pero las Hadas, potenciadas por el Primigenio, eran demasiado numerosas, sus ataques demasiado erráticos y psíquicamente corrosivos. Uno a uno, algunos de los vampiros más jóvenes o aquellos cuyas protecciones solares (ahora inútiles contra este asalto nocturno) habían sido las más afectadas por la inestabilidad mágica, comenzaban a caer. Sus gruñidos de desafío se convertían en chillidos de agonía mientras eran arrastrados por enjambres de Fae, sus formas destrozadas o drenadas hasta convertirse en cáscaras vacías.

Drácula, enzarzado en una lucha aérea con un trío de Hadas particularmente poderosas, vio cómo uno de sus tenientes más leales era derribado, su grito cortado abruptamente. Una furia helada, más profunda que su reciente transformación, lo recorrió. ¡Inaceptable!

Fue en ese momento de creciente desesperación que otra anomalía surgió del caos.

Malakor, el Mago Rojo recién convertido en vampiro, había estado luchando con la torpeza y la furia descontrolada de un neófito. Su magia caótica innata chocaba violentamente con su nueva naturaleza vampírica, haciéndolo tan peligroso para sus aliados como para sus enemigos. Varias Hadas de Sangre, sintiendo su inestabilidad como una presa herida, lo habían rodeado, sus risas agudas perforando la noche mientras lo acosaban con rápidos y dolorosos cortes.

Malakor rugió de frustración y dolor, su cuerpo comenzando a fallar bajo la pérdida de vitae y la agonía de sus heridas. Pero mientras caía de rodillas, algo dentro de él, algo más allá de la simple transformación vampírica, se encendió. No fue la sangre de Sorcha esta vez. Fue la profunda reserva de poder arcano que había cultivado durante décadas como Mago Rojo, una vida dedicada a canalizar las energías crudas y elementales del Caos, ahora catalizada por la desesperación y la vitae no-muerta.

Su piel, ya pálida por la vampirización, pareció volverse translúcida por un instante, y runas rojas y negras, las mismas que había intentado usar en su fallido ritual de resistencia solar, brillaron bajo ella como brasas. Un grito desgarrador brotó de su garganta, pero este no era de dolor, sino de una transformación explosiva.

Una onda de choque de pura energía caótica emanó de él, lanzando hacia atrás a las Hadas que lo rodeaban. Cuando el polvo se asentó, Malakor se erguía, pero ya no era el mismo. Era más alto, más delgado, su cuerpo vibrando con un poder elemental inestable. Sus ojos rojos de vampiro ahora tenían pupilas que parecían fragmentos de obsidiana crepitando con relámpagos internos.

Su pasado como mago... pensó Merlín desde el centro de mando, sintiendo la oleada de poder con una mezcla de asombro y terror. La base de su poder arcano... está reaccionando violentamente con la vitae, forzando una mutación diferente, más... primordial y descontrolada que la de Drácula.

Con un rugido gutural, Malakor se lanzó hacia adelante. Su velocidad era asombrosa, dejando estelas de energía caótica rojinegra a su paso. Ya no se movía como un humano ni como un vampiro neófito; se movía como una tormenta personificada. Sus golpes, antes torpes, ahora impactaban con la fuerza de un ariete, enviando a las Hadas de Sangre a estrellarse contra los muros en ruinas. Y entonces, para sorpresa de todos, saltó, y en lugar de caer, una erupción de energía caótica de sus pies lo propulsó hacia el cielo en un vuelo errático pero innegablemente poderoso, como un cometa oscuro.

Dos depredadores evolucionados ahora dominaban una porción del campo de batalla. Drácula, con sus alas de sombra y ráfagas de sangre, era una visión de terror elegante y letal. Malakor, impulsado por pura fuerza elemental y furia vampírica, era un meteoro de destrucción. Juntos, comenzaron a abrir un camino sangriento a través de las filas de las Hadas.

Sorcha observaba a Malakor con una mezcla de horror y un extraño orgullo. El hombre que había sido su brutal segundo al mando se había convertido en algo... más. Algo terrible, pero magnífico en su poder desatado.

Sin embargo, a pesar de la ferocidad de Drácula y el recién ascendido Malakor, la marea de Hadas de Sangre controladas por Cthulhu parecía interminable. Eran como una plaga, surgiendo de las sombras, sus risas enloquecedoras resonando por encima de los gritos de batalla. Por cada diez que caían, veinte más parecían tomar su lugar.

Incluso con sus nuevos poderes, ni Drácula ni Malakor parecían capaces de contener la embestida por completo. Estaban infligiendo bajas masivas, sí, pero el enemigo seguía avanzando, presionando, su número y la constante influencia psíquica de Cthulhu comenzando a desgastar incluso a estos titanes evolucionados. La base en Cancún seguía bajo asedio, y la noche era joven y llena de horrores. La evolución era poder, pero el océano de locura al que se enfrentaban amenazaba con ahogarlos a todos.