¡Están libres! ¡Ya no son una amenza!

La batalla en la base de Cancún era un infierno desatado. Drácula y Malakor, imbuidos de una fuerza maldita y primigenia, se habían convertido en vórtices de aniquilación, destrozando a las Hadas de Sangre controladas por Cthulhu con una ferocidad que helaba la sangre de amigos y enemigos por igual. Los Castigadores, siguiendo el ejemplo de su príncipe, luchaban con una brutalidad desesperada, la disciplina rota, consumidos por el poder oscuro de la sangre ritual.

Pero la marea de Hadas, aunque diezmada en cada embestida vampírica, seguía llegando, impulsada por la voluntad insondable del Primigenio.

Aria, observando la masacre y la espiral de violencia en la que sus aliados vampíricos se estaban sumiendo, sintió una oleada de náuseas. La luz esmeralda y dorada que emanaba de ella vibró con angustia. "¡Esto es una locura!" gritó por encima del estruendo. "¡Matarlas no detendrá a Cthulhu! ¡Solo está usando sus cuerpos, sus esencias!"

Se volvió hacia Morgana Le Fay, quien luchaba por mantener escudos de sombras espinosas contra los ataques Fae. "¡Morgana! Tu conexión con lo Fae, mi percepción de la Rejilla y las energías... ¡Juntas! ¡Podríamos romper el control mental que Cthulhu ejerce sobre ellas! ¡Liberarlas!"

Morgana la miró, sus ojos de Diosa Hada Oscura brillando con una luz fría y calculadora. Vio la sinceridad desesperada en Aria, y quizás, una oportunidad de infligir un golpe diferente al Primigenio, o simplemente de salvar a lo que consideraba una perversión de su propia especie. "Una apuesta arriesgada, niña maga," respondió, su voz un susurro seductor y peligroso. "Pero la alternativa es ver a mi especie profanada y a tus vampiros consumirse en su propia furia. Hagámoslo."

Ambas hechiceras se convirtieron en el ojo de una nueva tormenta. Aria extendió su conciencia, sintiendo la Rejilla, la estructura fundamental de la realidad que Cthulhu estaba corrompiendo para transmitir su voluntad. Visualizó los hilos de control mental como hebras oscuras y venenosas, y con su nueva magia de Chi y Verdad, comenzó a proyectar una resonancia de pura coherencia, una vibración de libertad y consciencia individual.

Morgana, a su lado, entonó un antiguo canto Fae en una lengua olvidada, una melodía de disonancia y liberación, tejiendo su magia oscura no para destruir, sino para desenredar, para cortar los lazos psíquicos que ataban a las Hadas de Sangre.

"¡Ahora!" gritó Merlín al resto de los magos. "¡Enfocad vuestra energía a través de la Rejilla que Aria ilumina! ¡Quetzal, guía a tus brujos! ¡Sorcha, incluso tu Caos puede ser usado para romper cadenas!"

Un esfuerzo mágico colectivo sin precedentes se concentró. Magia ancestral de Umbría, poder telúrico de los Mayas, la energía inestable de los Magos Rojos, todos canalizados a través de la estructura de la Rejilla que Aria ahora percibía con claridad, amplificando la contramagia de liberación de Aria y Morgana.

El efecto fue instantáneo y dramático. La luz verde enfermiza en los ojos de cientos de Hadas de Sangre parpadeó y se extinguió, reemplazada por el brillo natural, aunque a menudo cruel, de sus ojos Fae. La coordinación antinatural de sus ataques se rompió. Se detuvieron en pleno vuelo, mirando a su alrededor con una confusión que rápidamente se transformó en un terror absoluto al comprender dónde estaban y a quiénes se enfrentaban.

"¿Qué... qué ha pasado?" gimió un Hada, su voz antes un chillido de batalla, ahora un susurro asustado.

"¡Piedad!" suplicó otra, viendo a Drácula, con sus alas de sombra goteando sangre y sus ojos como brasas infernales, girarse hacia ellas. "¡Estábamos... controladas! ¡No éramos nosotras!"

Olas de súplicas lastimeras se elevaron de las Hadas recién liberadas. Suplicaban por sus vidas a los mismos vampiros que momentos antes habían intentado destrozar.

Pero Drácula, Malakor y los Castigadores estaban demasiado hundidos en la marea roja de la "maldita fuerza". El poder de la sangre ritual había desatado sus instintos más primarios, su sed de destrucción era ahora una compulsión irrefrenable. Para ellos, las Hadas seguían siendo el enemigo, el objetivo. Sus súplicas no eran más que el zumbido de insectos antes de ser aplastados.

"¡Drácula, no!" gritó Aria, sintiendo la intención asesina de los vampiros. "¡Están libres! ¡Ya no son una amenaza!"

Pero su voz se perdió en el rugido de Drácula mientras se lanzaba sobre el grupo más cercano de Hadas aterrorizadas. Malakor, un cometa de caos y furia, lo siguió, desgarrando y quemando sin discriminación. Los Castigadores, con los ojos inyectados en sangre, continuaron la matanza con una eficiencia brutal y sin sentido.

Fue una masacre. Las Hadas de Sangre, desorientadas, aterrorizadas y desarmadas de la voluntad de Cthulhu, caían como moscas ante la embestida imparable de los vampiros enloquecidos. Los magos que las habían liberado observaban con horror, impotentes para detener a sus propios y monstruosos aliados.

La nueva magia de Aria había funcionado, pero el resultado fue una tragedia aún mayor.

Solo unas pocas Hadas de Sangre, las más rápidas o las que estaban en la periferia de la carnicería, lograron comprender la situación lo suficientemente rápido. Con gritos de puro terror, se dispersaron, huyendo desesperadamente hacia la oscuridad de la selva tropical que rodeaba Cancún, buscando refugio de los dioses locos, los ángeles caídos y, ahora, de los vampiros que habían perdido toda apariencia de control.

El campo de batalla quedó sembrado de los restos destrozados de las Fae. La amenaza inmediata de ese enjambre había sido aniquilada, pero el precio había sido la cordura y el alma de sus defensores vampíricos, y una nueva y amarga herida en el corazón de Aria.