La recuperación de los vampiros

El sol de la mañana, aunque invisible dentro de las profundidades reforzadas de la base en Cancún, proyectaba una ironía cruel sobre la carnicería que había tenido lugar durante las horas de oscuridad. La última oleada de Hadas de Sangre controladas por Cthulhu había sido finalmente aniquilada, pero el precio era evidente en los rostros horrorizados de los supervivientes y en la naturaleza de sus "victoriosos" aliados vampíricos.

Drácula, Malakor y los Castigadores que habían bebido de la petaca de sangre ritualizada seguían vibrando con la "maldita fuerza". El combate había cesado por falta de enemigos inmediatos, pero la energía oscura y devoradora que los consumía no se había aplacado. Se movían entre los restos destrozados de las Hadas, sus formas ligeramente más monstruosas, sus ojos brasas infernales, y una sed voraz que trascendía la simple necesidad de vitae los impulsaba.

Fue Malakor, siempre el más cercano al Caos primordial, quien dio el primer paso hacia una nueva abominación. Con un gruñido animal, se arrodilló junto al cuerpo destrozado de un Hada de Sangre y, para horror de los observadores, comenzó a alimentarse de la esencia que aún se aferraba a los restos, bebiendo la sangre mágica y la energía vital residual.

Otros Castigadores, sus mentes nubladas por la furia de la sangre maldita, siguieron su ejemplo instintivamente. Pronto, el área que había sido un campo de batalla se convirtió en un festín macabro.

Drácula, incluso él, el antiguo príncipe, sucumbió. La fuerza que lo había hecho evolucionar también lo había despojado de capas de control y civilización autoimpuesta. Se encontró arrodillado, desgarrando los restos de una poderosa Hada, la sangre Fae, de un extraño color iridiscente y sabor a magia salvaje, llenando su boca.

Aria, Merlín, Quetzal y los demás observaban desde la relativa seguridad del centro de mando, sus rostros una mezcla de náuseas y terror absoluto. Morgana Le Fay, aunque endurecida por las crueldades del mundo Fae Oscuro, apartó la vista con una mueca de disgusto.

"Por todos los dioses y demonios..." susurró Kaelen, aferrándose a su varita. "¿Qué... qué están haciendo?"

"La sangre ritualizada," analizó Merlín con voz queda, aunque su rostro estaba pálido. "Ha desatado sus instintos más básicos, una necesidad de consumir energía vital en su forma más cruda para mantener ese nivel de poder. Y la esencia Fae... es potente."

Pero entonces, notaron algo extraño. A medida que los vampiros se alimentaban de los restos de las Hadas, la furia descontrolada, la energía berserker que los había hecho tan aterradores, comenzó a... atenuarse. El brillo maníaco en sus ojos disminuyó ligeramente, sus movimientos se volvieron menos espasmódicos, aunque seguían siendo profundamente depredadores.

"Los está... ¿calmando?" preguntó Elena Rossi, incrédula, observando las lecturas de energía de los vampiros en su monitor. "La energía caótica que irradiaban está... estabilizándose un poco."

Aún más sorprendente fue la velocidad con la que sus heridas de batalla comenzaron a cerrarse. Cortes profundos se tejían, quemaduras se desvanecían, incluso la corrupción psíquica residual de los ataques de Cthulhu parecía retroceder de sus auras a un ritmo acelerado. La sangre de las Hadas, rica en magia vital y esencia Fae, actuaba como un potente elixir regenerativo, mucho más rápido que la sangre humana normal.

"Increíble," murmuró Sorcha, observando a Malakor. El Mago Rojo convertido en vampiro caótico, cuyas heridas habían sido espantosas, ahora parecía casi ileso, aunque su forma seguía siendo una parodia monstruosa de lo que había sido. La sangre Fae lo estaba reparando a una velocidad asombrosa, y la furia elemental en sus ojos se calmaba, transformándose en una astucia depredadora más fría y concentrada.

Drácula fue el primero en levantarse del macabro festín. Sus heridas habían desaparecido. La "maldita fuerza" seguía allí, una corriente oscura y poderosa bajo su piel, pero la rabia ciega había sido reemplazada por una calma aterradora, la de un depredador supremo completamente saciado y en la cima de su poder. Sus ojos, aún con ese núcleo carmesí, recorrieron la sala, y todos los que encontraron su mirada sintieron un escalofrío de miedo primordial.

Pero el miedo principal persistía, ahora con un nuevo matiz. Los vampiros se habían calmado... por ahora. Se habían curado. Pero el espectáculo de su salvajismo y la fuente de su recuperación eran profundamente perturbadores.

"¿Cuándo... cuándo se detendrán?" susurró Mateo, el joven científico, su voz apenas audible. Era la pregunta que todos se hacían.

Habían consumido los restos de las Hadas. ¿Qué vendría después? ¿Volverían a su disciplina anterior, por muy oscura que fuera? ¿O la "maldita fuerza", ahora alimentada y calmada por la esencia Fae, buscaría otras fuentes de sustento? La línea entre aliado y monstruo se había vuelto peligrosamente delgada, y nadie en la base de Cancún sabía con certeza de qué lado caerían finalmente Drácula y sus Castigadores evolucionados. El silencio que siguió al festín fue casi tan aterrador como la batalla misma.