El aire en el centro de mando de Cancún seguía cargado con el ozono de la batalla y la tensión de las múltiples amenazas. Los magos estaban exhaustos, sus reservas de energía mermadas por el esfuerzo de mantener el "Ancla de Coherencia" y repeler la incursión de las Hadas de Sangre. Merlín, Quetzal y Aria estaban en el centro, discutiendo con Enki los próximos movimientos ante el silencio de Amitiel y la aterradora actividad de Cthulhu.
Enki, que había estado inusualmente callado desde su recuerdo de Salomón y Enlil, finalmente habló, su voz dorada cortando la sombría atmósfera.
"Magos de Terra, Guardianes de este mundo asediado," comenzó, captando la atención de todos. Había una nueva inflexión en su tono, una mezcla de su habitual desapego Anunnaki con algo que se asemejaba a... ¿respeto? ¿O quizás una profunda ironía cósmica? "He estado... reflexionando. Sobre vuestra historia, vuestra naturaleza, y la persistente ceguera de mi propia raza, y de otras que se creen superiores."
Hizo una pausa, sus ojos dorados barriendo el cansado pero desafiante grupo. "Vuestro rey Salomón, hace eones, vio a través de la máscara de un 'dios' Anunnaki y se atrevió a cuestionar. Vosotros, aquí y ahora, os enfrentáis a horrores que harían huir a las propias estrellas, y aún así, tejéis esperanza de la desesperación, buscáis la luz en la más profunda oscuridad. Hay una... cualidad indómita en vuestra especie que hemos despreciado arrogantemente, para nuestra propia confusión y, a menudo, para vuestro sufrimiento."
Merlín lo miró con cautela. "¿A dónde quieres llegar, Enki?"
Enki se permitió una leve, casi imperceptible sonrisa. "A una omisión... o más bien, a una edición deliberada en la historia de vuestra creación, una que yo mismo supervisé junto a mi hermana, Ninhursag."
El Anunnaki se irguió, y por un momento, pareció menos un aliado ambiguo y más el antiguo ingeniero genético de un imperio estelar. "Cuando 'mejoramos' a vuestros ancestros, el proceso no fue solo de adición de capacidades para el servicio. Para asegurar la... eficiencia, la predictibilidad y, seamos francos, la gobernabilidad de la nueva especie Homo sapiens sapiens, también hubo un meticuloso proceso de supresión selectiva."
Un escalofrío recorrió la sala. Aria sintió que su nueva magia vibraba en alerta.
"Recuerdo claramente las secuencias genéticas que consideramos 'problemáticas'," continuó Enki, su voz ahora con un tono casi de conferencia científica, pero con un trasfondo de secretos milenarios. "Potenciales que, desde la perspectiva de Anu y el pragmatismo de Enlil, eran innecesarios, redundantes o incluso peligrosos para el orden que deseábamos imponer en este planeta para la extracción de recursos y el establecimiento de nuestras colonias."
"Hélices enteras de vuestro ADN," dijo, y sus ojos dorados se posaron en Aria, luego en Merlín y Quetzal, "portadoras de capacidades que empequeñecerían vuestra actual comprensión de la 'magia' o la 'conciencia', fueron... desactivadas. Silenciadas. Como interruptores apagados en un circuito complejo."
"¿Qué... qué clase de capacidades?" preguntó Elena Rossi, la científica, su voz apenas un susurro, dividida entre el horror y la fascinación profesional.
Enki inclinó la cabeza. "Imaginen una conexión psíquica innata y a gran escala entre todos los miembros de vuestra especie, una telepatía empática que haría imposibles las guerras y los engaños a gran escala. Imaginen una comunión consciente y directa con las corrientes energéticas de vuestro planeta – con Gaia, con la Rejilla – no como un arte místico para unos pocos elegidos, sino como un sentido natural para todos. Imaginen una resonancia armónica con los ciclos cósmicos que os permitiría anticipar y mitigar cataclismos. Una mayor longevidad, una regeneración celular acelerada, una resistencia innata a la corrupción psíquica y a las distorsiones dimensionales..." Hizo una pausa, dejando que el peso de sus palabras se asentara. "Potenciales que os habrían hecho... menos manejables. Menos 'útiles' para nuestros propósitos."
"Siempre asumimos, en nuestra arrogancia Anunnaki," prosiguió Enki, y ahora había un brillo extraño, casi febril, en sus ojos, "que esas hebras permanecerían latentes para siempre, meros ecos genéticos de lo que podría haber sido. Pero al observaros ahora... vuestra tenacidad indomable, la forma en que vuestra conciencia lucha por expandirse a pesar de nuestras 'limitaciones' impuestas, la magia única que tú has manifestado, Aria, la profunda conexión de los Mayas con la Tierra y sus ciclos..."
Se inclinó ligeramente hacia adelante. "¿Y si esas hebras no están muertas, sino simplemente... dormidas? ¿Profundamente dormidas, sí, pero no irrevocablemente perdidas?" Su voz se volvió un susurro cargado de posibilidades. "¿Y si la clave definitiva para vuestra supervivencia, para desatar un poder que ni siquiera vosotros mismos concebís que poseéis, no reside en buscar artefactos externos, ni en la ayuda de 'dioses' caídos o Anunnakis arrepentidos, sino en despertar lo que ya yace latente dentro de vuestra propia sangre, en el código mismo de vuestra existencia?"
Miró directamente a Aria, luego a Merlín, a Quetzal, a Elena. "Tal vez... tal vez solo deba enseñaros, o ayudaros a recordar, cómo volver a encender esas luces que nosotros mismos apagamos en vuestro ADN. Cómo reclamar vuestra herencia completa, la que los Anunnaki, en nuestra infinita sabiduría y nuestra infinita estupidez, decidimos negarles."
El silencio que siguió fue atronador. La idea era monstruosa, increíble... y terriblemente tentadora. ¿Desbloquear el potencial oculto de la humanidad? ¿Reactivar dones perdidos? ¿Podría ser esa la clave no solo para sobrevivir, sino para trascender la crisis actual?
"¿Es... es eso posible?" preguntó Aria, su voz llena de asombro y una esperanza casi dolorosa.
Enki sonrió, una sonrisa enigmática y llena de secretos milenarios. "Los 'mapas' originales de vuestro genoma completo, los diagramas de Ninhursag... algunos fragmentos aún existen en mis archivos personales en Nibiru, o en puestos de avanzada olvidados. Pero la verdadera clave, creo, reside en la combinación de vuestra voluntad indomable, la energía única de este planeta – especialmente en nexos como Calakmul o este mismo vórtice de Cancún – y quizás... una guía adecuada para navegar por los senderos olvidados de vuestro propio ser interior."
"El proceso," advirtió, la sonrisa desvaneciéndose ligeramente, "no sería sencillo. Ni seguro. Despertar tales potenciales de forma abrupta podría tener... efectos secundarios imprevistos y profundamente desestabilizadores. Para el individuo y para vuestra especie. Pero," y sus ojos dorados brillaron con una intensidad renovada, "¿si la alternativa es ser devorados por Cthulhu, esclavizados por los Netlin, o consumidos por el Caos de Nyx... no valdría la pena explorar incluso el más peligroso de los caminos hacia vuestra propia y olvidada grandeza?"
Dejó la pregunta flotando en el aire, una invitación a un futuro desconocido y aterrador, pero también uno que ofrecía una chispa de poder y autonomía que nadie había imaginado. La necesidad de más información, de saber cómo, era ahora una sed tan apremiante como la de los vampiros por la sangre.