"¡Impacto masivo frente a la costa!"

La atmósfera en el centro de mando de la base de Cancún era densa, casi irrespirable. Las recientes revelaciones de Enki sobre Amitiel, Lilith, la verdadera naturaleza de la "Serpiente Antigua" y el potencial reprimido en el ADN humano habían sumido al grupo en un abismo de reflexión, una mezcla de horror cósmico y una extraña, casi prohibida, esperanza. Estaban tan absortos en la magnitud de estas verdades milenarias, discutiendo la casi imposible tarea de encontrar a Lilith o los peligros de intentar despertar el poder genético humano, que por un instante el rugido constante de las amenazas inmediatas pareció atenuarse en sus mentes.

Fue entonces cuando la realidad, con su habitual y brutal sentido de la oportunidad, los arrancó de su letargo filosófico.

Un destello cegador iluminó el cielo del Caribe, visible incluso a través de los ventanales reforzados del laboratorio. Segundos después, una onda de choque sacudió la base hasta sus cimientos, haciendo vibrar los equipos y arrojando al suelo objetos sueltos. Las alarmas de proximidad y de impacto sísmico estallaron en una cacofonía estridente.

"¡Informe!" ladró Merlín, recuperando el equilibrio, su báculo brillando con energía protectora.

"¡Impacto masivo frente a la costa!" gritó Javier desde una consola, sus ojos fijos en las lecturas. "¡Un objeto no identificado, grande, ha caído al mar a unos veinte kilómetros! ¡La energía residual es... no es de este mundo!"

En las pantallas principales, a pesar de la interferencia, lograron captar imágenes temblorosas de una columna de humo y vapor elevándose desde el océano, y los restos incandescentes de lo que inequívocamente parecía ser una nave espacial, un "platillo volador" de diseño alienígena, ahora destrozado y hundiéndose.

"¡Por Gaia!" exclamó Elena Rossi. "¡Nos habíamos perdido en los ecos del pasado olvidando el trueno en nuestra propia puerta!"

El impacto, la visión del desastre, sacudió a todos, recordándoles con crudeza que estaban en medio de una guerra activa en múltiples frentes, que la destrucción no era una teoría abstracta, sino una realidad tangible que acababa de estrellarse en su umbral.

Pero en medio del caos y la renovada urgencia, sucedió algo inesperado. Las consolas de comunicación que Enki y el equipo de Elena habían estado luchando por estabilizar, aquellas que intentaban mantener un enlace con las dispares facciones de Lira en medio de la batalla espacial, de repente cobraron vida. Donde antes solo había estática y datos corruptos, ahora surgían señales claras, aunque cargadas de urgencia y desesperación.

"¡Tengo comunicación!" anunció Enki, sus dedos dorados volando sobre su interfaz Anunnaki. "Múltiples canales. ¡Son los Saurianos del Cónclave de Tycho! ¡Y los Grises del Colectivo Delta! ¡También los enjambres Insectoides de Cygnus-X1! ¡Están transmitiendo en todas las frecuencias, informando de pérdidas masivas, pero también de contraataques coordinados contra las flotas de Cthulhu y los Luciferinos!"

Aparecieron mensajes fragmentados en las pantallas:

"...Primigenio y sus heraldos Netlin sufren bajas... nuestras fuerzas combinadas de Lira resisten... pero necesitamos apoyo en el flanco de Terra..."

"...Coordenadas de debilidad en sus escudos dimensionales detectadas... compartiendo datos... el tributo ha terminado... la libertad o la aniquilación..."

"...Enjambre diezmado, pero hemos abierto una brecha en su formación cerca de Neptuno... ¡Terra, debéis actuar ahora o la oportunidad se perderá!..."

Las comunicaciones, aunque caóticas y desesperadas, eran coherentes. Las facciones de Lira, aplastadas y dispersas por la ofensiva de Cthulhu y los Netlin Luciferinos, no habían sido completamente aniquiladas. Estaban contraatacando con la furia de los condenados, y ahora, quizás viendo a la Tierra como el último bastión o un posible punto de inflexión, buscaban desesperadamente coordinarse, compartir información, luchar. Su insistencia era palpable; ya no querían, ni podían, pagar el antiguo tributo a Cthulhu. Ahora luchaban por su propia existencia, y en esa lucha, veían a los defensores de Terra como posibles, aunque improbables, compañeros de armas.

Una nueva luz de esperanza, frágil como el cristal pero innegablemente brillante, comenzó a brillar en el oscuro panorama. Merlín miró a Quetzal, luego a Aria. Drácula observaba con su cinismo habitual, pero incluso en sus ojos rojos había un nuevo cálculo.

"Parece," dijo Merlín con una media sonrisa cansada, "que la galaxia ha decidido que no podemos permitirnos el lujo de la desesperación. El enemigo es formidable, pero no está solo. Y nosotros... tampoco."

La caída de la nave alienígena frente a sus costas era un recordatorio de la brutalidad de la guerra, pero la repentina restauración de las comunicaciones y la desesperada resistencia de las facciones de Lira ofrecían una nueva y peligrosa oportunidad. La partida se había vuelto aún más compleja, pero por primera vez en mucho tiempo, no se sentían completamente solos contra la inmensidad del terror cósmico.