En estos tiempos, la compasión ciega puede ser una sentencia de muerte.

La pesada atmósfera de deliberación en el centro de mando de Cancún, donde se sopesaban las monstruosas revelaciones sobre Amitiel, Lilith y el potencial genético humano, se hizo añicos de la forma más literal y aterradora.

Un súbito resplandor antinatural desgarró el cielo nocturno sobre el Caribe, seguido por el rugido ensordecedor de metal alienígena rasgando la atmósfera. Segundos después, un impacto titánico sacudió la península de Yucatán, haciendo temblar los cimientos de la base, derribando equipos y sumiendo el laboratorio en una oscuridad momentánea rota solo por las luces de emergencia y el brillo de la magia defensiva.

"¡Impacto! ¡Objeto masivo desconocido ha caído al mar, a menos de diez kilómetros de la costa!" gritó Javier, aferrándose a su consola mientras las pantallas volvían a la vida, mostrando una columna de vapor y humo negro elevándose desde el océano agitado, iluminada por los incendios que consumían los restos de una nave.

El letargo de la discusión filosófica y estratégica se evaporó. La cruda realidad de la guerra, en toda su furia impredecible, acababa de llamar a su puerta.

"¡No hay firmas energéticas que coincidan con las facciones de Lira con las que establecimos contacto, ni con los Netlin conocidos!" exclamó Enki, sus dedos dorados volando sobre una interfaz Anunnaki que había logrado mantener operativa. "Su tecnología... es anómala. Distinta."

La curiosidad, afilada por el miedo y la urgencia, se apoderó del grupo. ¿Quiénes eran? ¿Qué buscaban? ¿Eran una nueva amenaza, o víctimas del conflicto que asolaba el sistema solar?

Pasaron minutos que parecieron una eternidad, mientras Merlín y Quetzal reforzaban las defensas exteriores de la base y enviaban sondas mágicas para evaluar la situación. Entonces, los sensores de corto alcance detectaron movimiento.

"Múltiples señales vitales," informó Elena Rossi, con la voz tensa. "Descendiendo de los restos de la nave... se dirigen hacia la costa. Son... varios."

A través de los visores mágicos y las cámaras de seguridad que aún funcionaban, vieron las figuras. Seres altos y esbeltos, envueltos en lo que parecían ser trajes plateados ajustados, ahora rasgados y humeantes. Se movían con una gracia extraña, pero sus movimientos eran erráticos, desesperados, tropezando en la arena mientras emergían del oleaje.

Un equipo de reconocimiento compuesto por Kaelen, varios Castigadores bajo el mando directo de Drácula, y Ek Chuah con un puñado de Aluxes, fue enviado con extrema cautela al perímetro de la playa.

Cuando los primeros alienígenas llegaron a la orilla, se desplomaron, exhaustos. Eran humanoides, pero su piel pálida tenía un brillo casi nacarado, y sus ojos, grandes y oscuros, sin pupilas visibles, reflejaban un terror abismal. Intentaron hablar, pero de sus gargantas solo surgía una serie de complejos chasquidos, silbidos agudos y tonos armónicos que resultaban incomprensibles para los humanos y magos.

Fue entonces cuando la presión psíquica golpeó al equipo de Umbría en la base, y a Aria con una fuerza particular. No eran palabras, sino una oleada de emoción pura, cruda y universal:

<<¡AYUDA! ¡SOCORRO! ¡NOS CAZAN... EL DEVORADOR... LA LUZ FRÍA DEL ORDEN MUERTO! ¡DESTRUCCIÓN... ANCESTRAL... EL GRAN ENEMIGO... REFUGIO... POR FAVOR... ADVERTIR... TERRA... ES EL SIGUIENTE... LA COSECHA...>>

Aria se llevó las manos a la cabeza, el grito silencioso resonando en su alma. "Puedo... puedo sentirlos," jadeó. "Están... aterrorizados. Huyen de algo... algo terrible."

En la playa, Enki, que se había unido al equipo de reconocimiento, dio un paso adelante. "Permitidme," dijo, su voz tranquila. Escuchó atentamente los extraños sonidos de los alienígenas. "Este dialecto... es increíblemente arcaico. Pero reconozco raíces de una de las lenguas sagradas de los Primeros Ingenieros de Lira, aquellos que precedieron incluso a los Lireanos que conocimos. Puedo... intentar traducir."

Mientras Enki intentaba establecer una comunicación verbal, la angustia telepática de los recién llegados continuaba bombardeando a los sensibles. Merlín y Quetzal, aunque más estoicos, sentían la oleada de desesperación.

Pero la duda era una sombra fría en la mente de todos.

"Desesperación," siseó Drácula a través del comunicador desde la playa, sus ojos rojos fijos en los alienígenas caídos. Su voz era un gruñido bajo, apenas audible por encima del rugido del mar y los lamentos psíquicos. "Una táctica tan antigua como el miedo mismo. ¿Cómo sabemos que no son una vanguardia de Cthulhu, fingiendo debilidad para infiltrarse? ¿O una trampa de esos Netlin Luciferinos, usando cebo para atraernos?"

Sorcha, a su lado, asintió con gravedad. "El Caos se deleita en tales engaños. Su terror podría ser genuino, o una actuación impecable."

Incluso Merlín, sintiendo la cruda agonía en la transmisión psíquica, luchaba contra la cautela forjada por eones de traiciones. "Su angustia... parece desgarradoramente real," admitió, "pero en estos tiempos, la compasión ciega puede ser una sentencia de muerte. No podemos ofrecer ayuda sin saber a quién, o a qué, estamos invitando a nuestro santuario."

Aria miró hacia la playa, sintiendo la oleada de terror de los alienígenas y la fría desconfianza de sus propios compañeros. Estaban al borde de la destrucción, sí, pero ¿podían permitirse ignorar un grito de auxilio tan desesperado, incluso si provenía de lo desconocido? ¿O era la prudencia la única opción sensata cuando el universo entero parecía haberse vuelto loco? La decisión que tomaran en los próximos momentos podría sellar su destino, de una forma u otra.