Mientras en la base de Cancún una frágil esperanza luchaba por nacer en medio de la desesperación y las revelaciones cósmicas, en las entrañas del planeta, el infierno tenía su propio y primordial despertar. Nyx, la Reina de la Noche Eterna, se había refugiado con Poimandres en una vasta caverna de la Tierra Hueca, un lugar de extrañas luces fosforescentes, ríos de magma solidificado y una flora alienígena que palpitaba con una vida antigua. Estaba gravemente herida, su conexión con el Caos y las energías que cosechaba en la superficie interrumpida por el brutal asalto de Cthulhu y los Netlin Luciferinos. Poimandres, su dragón de Caos puro, estaba inquieto, su forma de sombras y energía inestable crepitando con furia contenida.
De repente, la propia estructura de la caverna pareció gemir. Zarcillos de una oscuridad más profunda que la noche, no hechos de sombra sino de la ausencia misma de luz y realidad, comenzaron a supurar de las paredes, retorciéndose como los tentáculos de una pesadilla cósmica. Eran las sondas psíquicas y dimensionales de Cthulhu, penetrando incluso este refugio olvidado.
Nyx ahogó un grito, pero Poimandres reaccionó con la furia de una galaxia en colapso.
Un grito ensordecedor, un sonido que no era sonido sino una onda de choque de pura aniquilación caótica, desgarró la caverna. Estalactitas de eras incontables se hicieron añicos, y el suelo tembló. Poimandres se irguió en toda su aterradora majestad, sus múltiples alas de energía pura y sombras cambiantes batiendo con una fuerza que levantó vendavales de polvo y escombros. Cada ala parecía contener un universo diferente de locura y creación desatada.
Con un impulso titánico, el Dragón del Caos voló, no tanto nadando en el aire como desgarrando la realidad misma para imponer su trayectoria. Se lanzó directamente contra los tentáculos de Vacío que se materializaban.
Sus fauces, que podrían haber devorado una montaña, se abrieron para liberar no fuego, sino un torrente de Caos líquido: un río de colores que herían la mente, de posibilidades imposibles y de la materia prima de la creación y la destrucción en su forma más cruda. Este torrente impactó los tentáculos de Cthulhu, y donde tocaba, la realidad se deshacía, se retorcía, gritaba. Los tentáculos chisporroteaban y se disolvían parcialmente, solo para regenerarse con una lentitud antinatural.
Poimandres no se detuvo. Sus garras, cada una del tamaño de una torre de asedio, brillaban con energía entrópica. Rasgó y desgarró los apéndices del Primigenio, y cada impacto liberaba explosiones de luz negra y el hedor de dimensiones rotas. Su cuerpo mismo era un arma, una tormenta de Caos primordial, su piel de sombras cambiantes desviando los peores efectos de la locura que irradiaban las manifestaciones de Cthulhu. Podía sentir la mente vasta y alienígena del Durmiente Profundo presionando contra la suya, un océano de nihilismo y hambre cósmica, pero Poimandres era Caos, y el Caos, a su manera, también era infinito y resistente.
A poca distancia, ocultos entre formaciones cristalinas que palpitaban con luz propia, los pocos elfos lunares que habían despertado de su letargo inducido por Cthulhu observaban con una mezcla de terror y una confusión paralizante. Eran los restos de la guardia de Nyx, aquellos que ella misma había corrompido y que luego Cthulhu había usado como marionetas en su ataque contra ella. Ahora, con sus mentes relativamente libres pero profundamente traumatizadas, no sabían qué hacer.
"¡Es la Reina Oscura!" siseó uno, sus ojos plateados aún con un brillo enfermizo. "¡Poimandres lucha por ella! ¡Debemos atacarla, vengar nuestra esclavitud!"
"Pero... ¡mira contra qué lucha!" replicó otra elfa, su voz temblando mientras señalaba los tentáculos que parecían beber la luz. "Esa... cosa... su oscuridad es más profunda que la de Nyx, más vacía. Si el Dragón del Caos cae, esa entidad del abismo consumirá este refugio... y luego la superficie."
Comprendieron la terrible verdad. Nyx los había corrompido y usado. Pero Cthulhu... Cthulhu quería devorarlo todo. Su propia naturaleza Fae, su conexión con la vida, aunque fuera una vida retorcida, se rebelaba ante la aniquilación entrópica que representaba el Primigenio. Por su propia y egoísta naturaleza, ellos también eran parte del "festín" que Cthulhu anhelaba.
"¿Nos aliamos con la oscuridad que conocemos," murmuró un tercer elfo, "para evitar una oscuridad que nos devorará sin siquiera registrar nuestra existencia?"
La batalla entre Poimandres y las manifestaciones de Cthulhu alcanzó un nuevo crescendo. El Dragón del Caos, en un despliegue de poder aterrador, concentró su esencia en un único y devastador pulso de energía multiversal que hizo retroceder momentáneamente los tentáculos. Pero era evidente que incluso él estaba luchando contra una fuerza de una magnitud casi incomprensible.
¿Podría el Caos mismo, la fuerza de la posibilidad infinita y la destrucción creativa, realmente dañar o repeler al Heraldo del Vacío y la Nada? Los elfos lunares observaban, su destino, y quizás el de toda la Tierra Hueca, pendiendo del resultado de esta lucha titánica en las entrañas del mundo, mientras en la superficie, sus lejanos parientes y los habitantes de Terra apenas comenzaban a vislumbrar la verdadera escala de los horrores que se habían despertado. La necesidad de saber quién prevalecería en esa oscuridad primordial era una pregunta que helaba el alma.