Mientras en la base de Cancún una nueva y terrible comprensión sobre Amitiel y los Netlin se asentaba, en las entrañas fosforescentes de la Tierra Hueca, la batalla entre el Caos y el Vacío alcanzaba un clímax aterrador. Poimandres, el Dragón Primordial, era una tempestad de poder multiversal, sus alas de energía pura desgarrando el espacio subterráneo mientras se enfrentaba a las manifestaciones reptantes y tentaculares de Cthulhu. Cada rugido del dragón era una onda de choque que desintegraba la roca y hacía temblar los cimientos de ese mundo interior. Torrentes de Caos líquido, colores que gritaban y posibilidades que se retorcían, se estrellaban contra la oscuridad antinatural del Primigenio.
Los elfos lunares supervivientes, ocultos en una grieta de cristales que emitían un suave resplandor azulado, observaban con una mezcla de terror paralizante y una creciente, amarga comprensión. Su odio por Nyx, su antigua ama y corruptora, era una brasa ardiente. Pero la monstruosidad a la que Poimandres se enfrentaba era de una escala diferente, una oscuridad que amenazaba con extinguir toda luz, toda cordura, toda existencia.
"Está... está devorando la realidad misma," susurró una elfa, sus ojos plateados fijos en un tentáculo de vacío que parecía absorber la luz y el sonido a su alrededor.
Fue entonces cuando lo vieron. En un flanco de la inmensa caverna, donde otros apéndices de Cthulhu intentaban abrirse paso a través de la roca primordial, surgió un enjambre. Pequeñas figuras, no más grandes que un niño humano, hechas de tierra, arcilla y raíces, brillando con una miríada de luces internas – esmeralda, zafiro, rubí, ámbar, incluso sombras danzantes. ¡Eran los Aluxes!
"¡Por la Luna Antigua!" exclamó un capitán elfo, reconociendo a los espíritus protectores de la tierra de las leyendas más antiguas de su propio pueblo, antes de su largo exilio y corrupción. "¡Los guardianes de la superficie! ¿Cómo...?"
Vieron a los Aluxes luchar con una ferocidad y una coordinación que desmentían su tamaño. Aquellos que brillaban con luz esmeralda y dorada (los hijos de Aria) parecían tejer patrones de energía que calmaban la locura reptante o creaban escudos de verdad que hacían retroceder las sombras. Otros, envueltos en diminutos torbellinos (los de Kaelen), lanzaban ráfagas de viento cortante. Pequeños golems de tierra imbuidos de sabiduría arcana (los de Merlín) levantaban barreras de roca o lanzaban glifos explosivos. Incluso había Aluxes de un rojo oscuro y caótico (los de Sorcha y Malakor) que se lanzaban con una furia temeraria, explotando en ráfagas de energía entrópica, y otros, pálidos y veloces (los de los Castigadores), que se movían como espectros, acosando los flancos de los engendros menores de Cthulhu.
Los Aluxes no estaban derrotando a las manifestaciones principales de Cthulhu, pero estaban conteniéndolas en ese sector, formando una línea de defensa viviente, un muro de espíritu terrenal contra la invasión del Vacío. Sacrificaban sus pequeñas formas una y otra vez, solo para que la tierra circundante pareciera dar a luz a más de ellos, alimentados por la voluntad de sus lejanos creadores y la energía de Gaia.
La visión sacudió a los elfos lunares hasta lo más profundo de su ser. Esos pequeños espíritus, tan ligados al mundo que ellos habían despreciado o ignorado en su orgullo lunar, luchaban con un valor suicida.
"Ellos luchan por su hogar, por el alma de su mundo," dijo el capitán elfo, su voz ronca por la emoción y la vergüenza. "Nosotros... ¿qué somos? ¿Fantasmas de una reina caída, consumidos por el odio, esperando ser devorados por un mal aún mayor sin levantar una espada?"
Una elfa con cabello como la plata líquida desenvainó su espada lunar, la hoja brillando con una luz fría y decidida. "¡No! ¡Nuestra magia, aunque manchada por Nyx, aún recuerda el canto de la Luna Antigua! ¡Si el Caos mismo y los pequeños espíritus de la tierra se enfrentan al Devorador, nosotros, los Primeros Hijos de la Luna en este mundo, no seremos menos!"
Un grito de guerra, frágil pero lleno de una nueva y desesperada determinación, resonó entre los elfos. La decisión estaba tomada. O luchaban para combatir a Cthulhu, por la remota posibilidad de un futuro, o sucumbirían como cobardes, dejando su destino y el de este mundo interior en las garras amorfas del Primigenio.
Con un brillo plateado, los elfos lunares se lanzaron a la batalla. Su magia era un contraste elegante y frío con la furia caótica de Poimandres y la energía terrenal de los Aluxes. Rayos de luz lunar pura, concentrada y helada, impactaron las manifestaciones de Cthulhu, quemando su oscuridad con un fuego blanco. Flechas tejidas de la misma luz estelar buscaban los puntos débiles de los engendros menores. Algunos elfos, los más dotados en el arte de la ilusión, comenzaron a tejer espejismos de estrellas moribundas y lunas rotas para confundir a las mentes simples de las criaturas del Vacío, o para crear falsos objetivos que atrajeran sus ataques.
La caverna se convirtió en un infierno de belleza terrible y destrucción primordial. El rugido de Poimandres se mezclaba con los cánticos de guerra élficos y el zumbido agudo de los Aluxes. Tentáculos de vacío puro chocaban contra torrentes de Caos, eran repelidos por escudos de tierra y espíritu, y acribillados por saetas de luz lunar.
Poimandres, sintiendo el apoyo inesperado, intensificó su asalto, su forma caótica brillando con un poder renovado al ver que no luchaba solo contra el Vacío. Los Aluxes, sintiendo la llegada de nuevos aliados, redoblaron sus esfuerzos, formando intrincadas barreras defensivas alrededor de los elfos mientras estos lanzaban sus ataques a distancia.
El enfrentamiento era feroz, cada explosión de energía iluminando escenas de pesadilla y heroísmo desesperado. Los tentáculos de Cthulhu se estrellaban contra las defensas, disolviendo Aluxes en polvo y arrojando a los elfos por los aires, pero por cada golpe que asestaba el Primigenio, la alianza impía de Caos, Tierra y Luna devolvía el golpe con una furia multiplicada. La batalla por el corazón de la Tierra Hueca estaba en su apogeo, una lucha desesperada por la supervivencia contra un horror que amenazaba con devorar toda la creación. Y en Cancún, a través de la conexión temblorosa con sus pequeños guerreros, Aria y Quetzal sentían el eco de esta lucha titánica, una mezcla de terror y una nueva y feroz esperanza.