La decisión, audaz hasta la demencia, había sido tomada. Se aventurarían a la Tierra Hueca, al corazón mismo del poder de Cthulhu, siguiendo la desesperada lógica de los supervivientes Lireanos. El cómo y el cuándo exacto aún se debatían en susurros urgentes entre Merlín, Quetzal y Enki, pero la intención era una flecha disparada.
El agotamiento, después de días de revelaciones cataclísmicas y batallas sobrenaturales, finalmente comenzó a hacer mella en los humanos y magos. Uno por uno, aquellos que no estaban directamente involucrados en la planificación inmediata o en la vigilancia, se retiraron a los rincones más seguros de la base para intentar descansar. Las luces del laboratorio se atenuaron, dejando que la noche tropical reclamara su dominio.
Solo los vampiros permanecían completamente alerta, una guardia silenciosa y letal en la oscuridad. Drácula, desde el punto más alto de la estructura dañada, observaba el mar Caribe, sus ojos rojos fijos en el horizonte donde un resplandor antinatural y verdoso delataba la presencia activa de Cthulhu. Malakor y los Castigadores potenciados por la sangre ritual patrullaban el perímetro, su "maldita fuerza" ahora una corriente controlada pero siempre presente bajo su piel, una promesa de aniquilación para cualquier cosa que osara acercarse.
Aria no podía dormir. El peso del mundo, la inminencia del viaje a un infierno subterráneo, la verdad sobre su propia magia y la traición de Eleonora, todo se arremolinaba en su mente. Salió a una terraza dañada que daba al mar, buscando un respiro en la inmensidad del cielo nocturno. Las estrellas, normalmente un consuelo, ahora parecían ojos distantes y fríos, testigos de guerras cósmicas que empequeñecían la existencia humana.
Kaelen la encontró allí, apoyada en una barandilla rota, la brisa marina jugando con su cabello color fuego. Se unió a ella en silencio, ambos contemplando el lienzo oscuro salpicado de diamantes.
"Es extraño, ¿no?" dijo Aria finalmente, su voz apenas un susurro. "Hace unos meses, mi mayor preocupación era no incendiar accidentalmente la biblioteca de Umbría. Ahora... el destino de la humanidad, y quizás de todo el planeta, parece depender de decisiones tomadas en habitaciones como esta, por personas como nosotros."
Kaelen asintió, sus ojos reflejando las estrellas. "La vida... realmente ha dado un giro que nadie podría haber previsto. Es como si nos hubieran arrojado a una saga demasiado vasta, a una leyenda que se escribe con nuestra sangre y nuestro miedo."
Hubo un largo silencio, lleno solo por el murmullo de las olas y el distante y apenas perceptible pulso psíquico que emanaba del mar.
"A veces," comenzó Kaelen, su voz inusualmente baja y teñida de una melancolía que Aria rara vez había escuchado en él, "me pregunto qué pensarían mis padres de todo esto. Si estarían... orgullosos de mí. O simplemente aterrorizados." Miró a Aria, y ella vio una vulnerabilidad en sus ojos que lo hizo parecer mucho más joven que el valiente mago del viento que solía proyectar. "Nunca los conocí, Aria. Crecí en un orfanato especial que Umbría mantenía para niños con 'dones'. Los maestros siempre me dijeron que mis padres eran magos poderosos, que murieron en alguna misión secreta y heroica para el colegio, defendiendo nuestro mundo."
Una sonrisa triste curvó sus labios. "Siempre me aferré a esa historia. Pero hay noches, como esta, bajo estas estrellas que ahora parecen tan llenas de amenazas, en que desearía... desearía con toda mi alma haber tenido a alguien, una madre, un padre... que me hubiera abrazado y dicho que todo iba a estar bien, sin importar lo loco o aterrador que fuera el mundo. O que simplemente... me hubieran apoyado, creído en mí, incluso cuando yo mismo no lo hacía."
Aria se giró para mirarlo, la sorpresa y una profunda empatía suavizando sus propios rasgos cansados. Su confesión era un eco de su propia soledad, de sus propias preguntas sin respuesta.
"Kaelen..." dijo suavemente. "Yo tampoco conocí a los míos. No tengo idea de quiénes fueron, ni por qué mi magia era tan... caótica, tan diferente. Crecí sintiéndome un error, un peligro, hasta que Umbría me encontró. Hasta que Eleonora..." Su voz se quebró ligeramente al mencionar el nombre, la herida de la traición aún fresca. Tragó saliva y continuó. "Entiendo ese deseo. Esa... falta. Es como un hueco en el alma que nunca se llena del todo, ¿verdad? Un susurro constante que te pregunta de dónde vienes, a quién perteneces realmente."
Sus miradas se encontraron en la penumbra, y en ese instante, bajo el vasto y aterrador cielo cósmico, sintieron una conexión extraña y profunda. No era romántica, no todavía, pero era algo igualmente poderoso: el reconocimiento silencioso de dos almas huérfanas, arrojadas juntas a una guerra que superaba su comprensión, cargando un peso que ningún joven debería soportar. El universo, con sus dioses locos, ángeles caídos y guerras estelares, pareció encogerse por un momento, contenido en la comprensión mutua de ese compartido anhelo de pertenencia.
En ese vasto lienzo de caos y terror, esa pequeña chispa de conexión humana era, quizás, la magia más real y desafiante de todas. Era una promesa silenciosa, no de victoria, sino de no estar completamente solos mientras se adentraban en la oscuridad más profunda que el mundo, o cualquier otro, hubiera conocido jamás. La necesidad de saber qué les depararía el mañana, y el viaje a la Tierra Hueca, era ahora una pregunta que latía con una urgencia casi insoportable en el corazón de la noche mexicana.