Un descenso hacia lo desconocido.

Las primeras y pálidas luces del alba comenzaban a pintar el cielo oriental sobre Cancún, una señal para que las criaturas de la noche buscaran refugio y para que los hijos del día se prepararan para la negrura que les esperaba en las entrañas del mundo. La decisión de viajar a la Tierra Hueca, de confrontar a Cthulhu en su propio terreno, había infundido en la base una actividad febril y sombría.

El equipo de Elena Rossi se movía con una eficiencia tensa en su rincón del laboratorio, ahora atestado de equipos de Umbría y extraños artefactos mayas. No pulían armaduras ni afilaban espadas; su guerra era de datos, de sensores, de comprensión. Elena supervisaba la calibración final de una serie de sondas geofísicas y psiónicas miniaturizadas, diseñadas para resistir presiones extremas y campos energéticos anómalos. "Revisen los escudos de interferencia de la Rejilla para los registradores," instruía, su voz firme a pesar del temblor apenas perceptible en sus manos. "Cada fragmento de información que podamos extraer de ese... infierno... podría ser crucial." Mateo, a su lado, ajustaba un casco de electroencefalografía modificado con cristales y alambres de plata, una interfaz experimental para intentar monitorizar la coherencia de su propio campo neuronal en el entorno hostil que les esperaba. Javier, el filósofo, empaquetaba con sorprendente cuidado varios data-pads blindados, murmurando sobre la "epistemología de la locura cósmica". Estaban aterrados, sí, pero una feroz curiosidad científica y la cruda necesidad de entender los impulsaban.

En un área más aislada, protegida por un tenue campo de fuerza dorado que ondulaba con inscripciones Anunnaki, Enki hacía sus propios y silenciosos preparativos. No eran armas en el sentido tradicional. Sobre una mesa flotante improvisada, disponía una serie de varillas cristalinas de diferentes longitudes que emitían un suave zumbido armónico. Se ajustó unos guanteletes delgados, hechos de un metal desconocido que parecía cambiar de color con la luz, y de cuyas yemas brotaban filamentos de energía casi invisibles. Finalmente, tomó un pequeño dispositivo esférico que cabía en la palma de su mano; al activarlo, la esfera se desplegó en una compleja matriz holográfica de luz, un escudo personal o quizás un arma psiónica de increíble complejidad. Estos juguetes de los dioses menores y los mortales no bastarán contra el Vacío y el Orden Tiránico, pensó Enki, pero mis propios... 'argumentos'... podrían ser más persuasivos, o al menos, asegurar mi propia supervivencia para presenciar el resultado de este ciclo cósmico.

Mientras tanto, los magos de Umbría y los brujos mayas compartían un ritual matutino diferente. Quetzal había instruido a Merlín y a los suyos en una antigua práctica: la solarización del agua. Varias vasijas de cristal llenas de agua pura habían sido expuestas a los primeros rayos del sol naciente, cuidadosamente filtrados y bendecidos con cánticos mayas que invocaban el poder de Kinich Ahau, el Rostro del Sol. Ahora, cada mago bebía de esta agua cargada, y una tenue aura dorada los envolvía brevemente, sintiendo cómo una energía limpia, vital y enfocada recorría sus venas, preparándolos para el descenso a la oscuridad.

"Bebed el aliento del Sol, hermanos y hermanas de la magia," dijo Quetzal, su voz resonando con la calidez del astro rey. "Llevad su luz a las profundidades donde la noche amenaza con reinar eternamente."

Aria bebió, sintiendo el agua solarizada no solo como energía, sino como una afirmación de vida, una conexión con el mundo de la superficie que estaban a punto de dejar atrás. Kaelen, a su lado, sintió cómo sus propios poderes eólicos parecían vibrar con una nueva claridad.

A las 7:30 AM, la hora acordada, todos los que participarían en la expedición se reunieron en el patio central de la base, un espacio ahora marcado con complejos glifos de sombra y contención. La atmósfera era eléctrica, una mezcla de resolución sombría y un miedo apenas contenido. Magos con túnicas que brillaban con energía solarizada se encontraban junto a vampiros enfundados en armaduras ancestrales que parecían beber la luz. Científicos con sus extraños dispositivos se codeaban con brujos mayas adornados con jade y plumas. Enki era una columna dorada de poder alienígena. Morgana, una reina oscura de belleza Fae. Y los Magos Rojos, una presencia volátil e incierta.

Merlín y Quetzal intercambiaron una última mirada. Drácula asintió secamente a Sorcha. Aria encontró los ojos de Kaelen, y por un instante, el recuerdo de su conversación bajo las estrellas, de ese toque fugaz, creó una burbuja de silencio en medio de la tensión.

Entonces, las cuatro figuras expertas en la magia de las sombras – Drácula, con su dominio ancestral de la noche; Morgana Le Fay, cuyos caminos Fae se entrelazaban con los reinos intermedios; Sorcha de la Mano Carmesí, tejiendo el Caos en patrones de oscuridad; y Silas el Susurrante, cuya esencia misma parecía ser un eco de los lugares vacíos – dieron un paso al frente.

Comenzaron a entonar en lenguas olvidadas, sus manos tejiendo patrones complejos en el aire. Las sombras del amanecer que aún se aferraban a los rincones de la base parecieron cobrar vida, alargándose, arremolinándose, convergiendo en el centro del círculo. Un viento frío barrió el patio, trayendo consigo el olor a polvo de estrellas y a la tierra profunda.

Un portal comenzó a formarse: no un desgarro violento, sino una herida oscura y palpitante en el tejido de la realidad, un remolino de negrura que prometía un descenso a lo desconocido. La Tierra Hueca los esperaba. El viaje al corazón de la locura estaba a punto de comenzar.