Una urgencia que quemaba en sus pechos

El ritual había tomado horas, una danza extenuante de voluntades y energías arcanas. Finalmente, en el centro del patio de la base en Cancún, la obra maestra de la desesperación y la cooperación impía estaba completa. No era un portal de luz crepitante ni una herida dimensional de energía pura. Era algo más orgánico, más primario. Un vórtice palpitante tejido con las sombras combinadas de todos los presentes: la oscuridad ancestral de Drácula y sus Castigadores, la magia Fae umbría de Morgana, el Caos entrelazado con la noche de Sorcha y Silas, e incluso las sombras proyectadas por los magos de Umbría y los brujos Mayas, todas ellas atraídas, moldeadas y estabilizadas por un encantamiento complejo dirigido por los cuatro maestros de la penumbra.

El portal era una mancha de negrura absoluta, un desgarro en la realidad que no absorbía la luz, sino que parecía ser la ausencia de ella. Se arremolinaba lentamente, y de su interior emanaba un frío que calaba los huesos y un silencio que era más que la falta de sonido; era la promesa de un vacío insondable.

Quetzal y sus brujos mayas, con una confianza nacida de su comunión con los misterios de la tierra, fueron los primeros en acercarse, sus Aluxes más pequeños revoloteando nerviosamente a su alrededor antes de ser reabsorbidos en sus esencias. Tras ellos, Merlín, con Aria y Kaelen a su lado, se preparó, la luz de su báculo un faro desafiante ante la oscuridad. Drácula y su cohorte vampírica, incluyendo a un Malakor que vibraba con poder caótico contenido, observaban con una mezcla de impaciencia depredadora y cautela ancestral.

Los que más dudaron, comprensiblemente, fueron Elena Rossi y su equipo de científicos. Para ellos, aquello no era magia ni misterio; era una violación flagrante de todas las leyes conocidas de la física, una invitación a la aniquilación entrópica. Javier el filósofo estaba lívido, Mateo el psíquico temblaba visiblemente.

"Esto... esto es una locura," susurró Elena, sus ojos fijos en la oscuridad palpitante. "¿Cómo se supone que la ciencia, la lógica, sobrevivan a... eso?"

Fue Mateo quien, a pesar de su miedo, encontró un ancla en las teorías que habían estado estudiando tan desesperadamente. "La Dra. Rossi... recuerde a Grinberg," dijo, su voz apenas un hilo. "La Lattice Sintérgica... la Rejilla. Si este portal es, como dice Merlín, un camino tejido a través de las 'sombras entre los mundos', entonces no es solo un agujero, es una... una distorsión controlada y masiva de la propia Lattice. Jacobo creía... creía que la conciencia enfocada podría navegar estas 'discontinuidades', estas anomalías en la estructura pre-espacial, si podíamos mantener nuestra coherencia interna."

Elena lo miró, y una chispa de su antigua determinación científica brilló a través del miedo. "Tienes razón, Mateo," dijo, enderezándose. "Si podemos modular nuestro propio campo neuronal, si podemos estabilizar nuestra percepción de la Rejilla incluso cuando la Rejilla misma está siendo retorcida a nuestro alrededor... podríamos no solo sobrevivir al tránsito, sino también medir, registrar los parámetros de este... fenómeno. Nuestros sensores, si los protegemos adecuadamente, podrían darnos datos que nadie ha obtenido jamás." Su voz ganó fuerza. "Preparen los estabilizadores de campo de coherencia individual. ¡Vamos a ser los ojos de la razón y la ciencia en el corazón mismo de la locura sobrenatural!"

El coraje, nacido no de la magia sino de la fe en el entendimiento, se asentó en los científicos. Uno por uno, los miembros de la extraña alianza comenzaron a cruzar el umbral.

Entrar en el portal de sombras fue como sumergirse en un océano de tinta fría y consciente. No era simplemente oscuridad; era una negrura viva, palpitante, tejida con la esencia misma de sus creadores. Aria sintió un escalofrío recorrerla al reconocer la oscuridad regia y antigua de Drácula, entremezclada con los giros caprichosos y peligrosos de la magia Fae de Morgana, y los bordes afilados y caóticos del poder de Sorcha. Era como caminar dentro del subconsciente colectivo de los seres más oscuros que conocía.

Instantáneamente, toda sensación de arriba y abajo, de dirección, se desvaneció. Una presión inmensa pareció apretarlos desde todas partes, como si estuvieran siendo exprimidos a través del ojo de una aguja cósmica, mientras simultáneamente sentían una expansión vertiginosa hacia un vacío infinito. La gravedad era un recuerdo lejano.

Las imágenes que asaltaban sus ojos (o su percepción, ya que la vista normal era inútil allí) eran un torbellino de pesadilla y maravilla. No era un túnel, sino un paisaje imposible de geometría no euclidiana hecho de sombras puras que se plegaban y desplegaban sobre sí mismas. Vislumbraron colores que no tenían nombre, estrellas vistas desde ángulos que desafiaban la astronomía, y breves destellos de lo que Merlín había llamado alguna vez los "espacios intermedios", los pliegues olvidados entre las dimensiones.

El sonido era una cacofonía y un silencio absoluto al mismo tiempo. El estruendo de un viento cósmico que no movía nada, el eco distorsionado y amplificado de sus propios corazones latiendo con terror, y a veces, susurros. Susurros fríos y antiguos, como si las propias sombras que componían el portal estuvieran murmurando los secretos, los miedos y el poder de aquellos que las habían invocado.

Físicamente, sentían un frío que penetraba hasta la médula de sus huesos, no un frío terrenal, sino la ausencia de calor vital. Un hormigueo constante recorría sus cuerpos, como si cada átomo estuviera siendo estirado, examinado y apenas mantenido unido por la fuerza de su propia voluntad y la magia del portal. La náusea y el vértigo eran compañeros constantes. Los magos sintieron que su propia magia era extrañamente amortiguada, ahogada por la densidad de la energía sombría, mientras que los científicos veían cómo sus instrumentos más sensibles enloquecían, registrando datos imposibles o simplemente apagándose.

Para Aria, fue una prueba de fuego. Su magia de Chi y Verdad luchaba por encontrar un ancla, un punto de "verdad" en un lugar que era la antítesis de la realidad estable. Se aferró a la imagen mental de la Flor de la Vida, al recuerdo de la energía de Gaia, intentando crear una pequeña burbuja de coherencia a su alrededor, un faro diminuto en la oscuridad infinita.

El tránsito pareció durar una eternidad y un instante. El tiempo mismo se había vuelto maleable, insignificante. Y entonces, tan abruptamente como habían entrado, sintieron un cambio. Una disminución de la presión, una luz diferente – no la luz del sol, sino algo más tenue, más extraño – filtrándose en la distancia. Y una sensación de ser... expulsados, o más bien, suavemente depositados.

La oscuridad del portal de sombras retrocedió, y se encontraron parpadeando, desorientados, en el umbral de un mundo nuevo y aterrador. La Tierra Hueca los había recibido. La necesidad de saber qué horrores y maravillas les esperaban era ahora una urgencia que quemaba en sus pechos, más fuerte incluso que el miedo residual del viaje.