Su poder radicaba en un grito

El silencio opresivo de la caverna de la Tierra Hueca, roto solo por el eco fantasmal de las palabras de Enki sobre el origen de la esclavitud humana, fue repentinamente y horriblemente desgarrado.

Un alarido escalofriante resonó por las vastas bóvedas subterráneas, un lamento agónico y sobrenatural que parecía perforar no solo los oídos, sino la propia esencia del alma. No era el grito de una criatura herida, sino un sonido cargado de presagios, de dolor ancestral y de la certeza ineludible de la tragedia inminente.

Todos se detuvieron en seco, sus corazones latiendo con un terror primario e instintivo. Los vampiros, criaturas de la noche acostumbradas a la oscuridad y el misterio, tensaron sus cuerpos, sus ojos inyectados en sangre escaneando las sombras danzantes. Los magos empuñaron sus artefactos, sus rostros pálidos a la luz espectral de los cristales subterráneos. Incluso la imperturbable calma de Quetzal se vio ligeramente perturbada, sus ojos ámbar brillando con una cautela ancestral.

"¡La Banshee!" susurró Aria, su voz temblorosa, reconociendo el lamento inconfundible que una vez había helado la sangre en los pasillos de Umbría. "¿Qué... qué está haciendo aquí? Este no es su dominio."

La aparición de la Banshee de la Escuela de Magia tan lejos de su hogar era un presagio ominoso, una violación de las leyes naturales y sobrenaturales que regían sus existencias. Su presencia solo podía significar una cosa: una advertencia de una calamidad inminente, una tragedia tan profunda que resonaría a través de los velos entre los mundos.

La tensión se intensificó hasta casi romperse. La mente de cada uno se llenó de preguntas oscuras y temores tácitos. ¿A qué peligro terrible y traumático se enfrentaban ahora, en este reino subterráneo, como para que el espectro anunciador de la muerte de Umbría hubiera seguido su rastro hasta aquí?

La memoria de la reciente batalla contra las Hadas de Sangre en la superficie aún era una herida abierta. Drácula, aunque ahora poseía un poder indudablemente mayor, había pagado un precio terrible por esa ascensión, sumiéndose en una locura bestial durante un tiempo aterrador. La fragilidad de incluso los seres más poderosos les había sido brutalmente demostrada.

¿Podría alguien más caer aquí? El pensamiento heló la sangre de Aria. ¿Podría ser Kaelen, cuyo valor a menudo superaba a su experiencia? ¿Podría ser Merlín, el anciano maestro cuyo conocimiento era su mayor defensa, pero cuyo cuerpo mortal era vulnerable? ¿Podrían ser los científicos, valientes pero desprovistos de defensas sobrenaturales? La idea de perder a alguien más, después de las pérdidas que ya habían sufrido, era insoportable.

Para Drácula, pensó Aria la aparición de la Banshee resonaba con ecos de su propia vulnerabilidad. Había rozado la locura, había sentido su mente fragmentarse. La pérdida de cordura era una forma de muerte en sí misma para un ser de su antigüedad y complejidad. ¿Acaso la Banshee anunciaba una recaída, una nueva oscuridad consumiéndolo a él o a aquellos bajo su protección?

¿Y de qué o cuál peligro específico les advertía su lamento espectral? ¿Era Cthulhu, cuya presencia ya se sentía como una opresión invisible en el aire? ¿Eran las criaturas desconocidas que seguramente habitaban estas profundidades olvidadas? ¿O era acaso una amenaza aún más insidiosa, nacida de sus propias decisiones y alianzas?

La Banshee no se apareció visualmente. Su poder radicaba en su grito, en la certeza helada que sembraba en los corazones. Pero en la oscuridad de la caverna subterránea, iluminada por la luz fantasmagórica de los cristales, todos podían sentir su presencia, la promesa espectral de dolor y pérdida flotando en el aire como un sudario invisible. La tensión era casi palpable, cada uno conteniendo la respiración, esperando el golpe que su lamento anunciaba. La necesidad de saber qué destino cruel les esperaba ahora en las entrañas de Gaia era un nudo de terror helado en el estómago de cada uno de ellos.