Recuerdos raros

Mientras en las entrañas de Gaia la batalla entre el Caos de Poimandres, la furia lunar de los elfos y la tenacidad terrenal de los Aluxes se enfrentaba a las manifestaciones reptantes de Cthulhu, una extraña y engañosa quietud comenzaba a descender sobre la superficie del planeta. El foco principal de la monstruosa conciencia del Primigenio, antes una presión aplastante sobre la psique global, ahora parecía haberse retraído, concentrándose en el conflicto subterráneo.

En Cancún, y en ciudades de todo el mundo que habían sufrido bajo la marea de locura y el terror inducido por Nyx, la gente comenzó a despertar como de una pesadilla febril y opresiva. Uno por uno, los ojos se abrían con confusión. Un dolor de cabeza indescriptible, como si sus cráneos hubieran sido comprimidos por una prensa invisible, era la primera y más universal sensación. Seguía una profunda, casi absoluta, lasitud; los cuerpos se sentían pesados, los músculos doloridos, como si hubieran corrido una maratón sin moverse de sus sitios.

Cthulhu, al parecer, había dejado de intervenir directamente en sus mentes. La cacofonía de susurros alienígenas, las visiones de geometrías imposibles que habían plagado sus sueños y su vigilia, se habían desvanecido, dejando un vacío casi tan perturbador como el asalto mismo.

El cambio fue notable también en el reino animal. Los pájaros, que habían enmudecido o volado en patrones erráticos, ahora trinaban con una cautelosa normalidad. Los perros dejaron de aullar a sombras invisibles. En la costa de Cancún, los cardúmenes de peces que se habían arrojado a las playas en un suicidio masivo ahora flotaban sin vida en la resaca, o los supervivientes se alejaban nadando aturdidos hacia aguas más profundas.

Las criaturas marinas, las primeras en caer bajo el yugo directo de la voluntad de Cthulhu, comenzaron a recuperar una apariencia de su propia conciencia. Los delfines ya no embestían barcos; los tiburones ya no patrullaban en formaciones antinaturales. Como si una mano cósmica, en un acto de indiferencia o de una extraña y perversa misericordia para evitar un colapso biosférico por trauma, hubiera borrado las cintas de su terror, Cthulhu, al retirar su control directo, pareció llevarse consigo el recuerdo de la violación de sus mentes, dejando solo un instinto vacío y una paz superficial y precaria.

Sin embargo, para la humanidad, el precio de ese breve roce con el abismo no sería tan fácilmente olvidado, incluso si la memoria consciente de la causa se había vuelto borrosa. Mientras la mayoría de las personas luchaban por sacudirse la fatiga y el dolor de cabeza, atribuyéndolos a alguna extraña enfermedad atmosférica o a una histeria colectiva inexplicada, algunos comenzaron a experimentar algo más perturbador.

Eran "recuerdos raros", como los llamaban en susurros asustados. Destellos. Imágenes fugaces que no encajaban en sus vidas: la sensación de estar ahogándose en una oscuridad oceánica a pesar de estar en tierra firme; la visión de ángulos imposibles que hacían doler los ojos y la mente; el eco de un lenguaje hecho de chasquidos y pulsaciones que evocaba un terror primordial. Algunos soñaban con ciudades ciclópeas de piedra verde y resbaladiza bajo estrellas alienígenas, y despertaban gritando, con el sabor de la sal y la locura en la boca.

Un miedo residual, frío y pegajoso, se aferró a estas personas. Miraban al mar con una nueva y profunda aprensión, desconfiaban de las sombras en la noche, sentían que el mundo que conocían era una fina cáscara sobre un abismo de horrores incomprensibles. La paz que había regresado a la superficie era superficial, una fina capa de normalidad sobre un trauma planetario. El mundo respiraba un suspiro colectivo de alivio, ignorante de las batallas titánicas que se libraban bajo sus pies y sobre sus cabezas, e inconsciente de que la verdadera tormenta aún estaba por desatarse.