Círculos Secretos del poder Humano.

En los Círculos Secretos del Poder Humano - 

Mientras la superficie de la Tierra respiraba un suspiro tembloroso y engañoso, liberada momentáneamente de la presión directa de Cthulhu, en los enclaves más ocultos y lujosos del poder humano, la atmósfera era de puro pánico y amargas recriminaciones. Aquí, lejos de la lucha desesperada en Cancún o las batallas primordiales en la Tierra Hueca, se reunían los arquitectos secretos del destino del mundo: los jefes de las trece familias más poderosas del planeta.

Generaciones de riqueza acumulada, influencia política tejida en las sombras, control sobre corporaciones multinacionales y ejércitos privados; todo su poder terrenal parecía ahora una broma cruel ante la magnitud de las fuerzas que habían contribuido a desatar. Se habían congregado en una fortaleza subterránea bajo los Alpes Suizos, un búnker de mármol y tecnología de vanguardia diseñado para resistir una guerra nuclear, pero no la locura que se filtraba desde dimensiones alienígenas.

"Se suponía que era... un susurro, un catalizador para el Gran Reajuste," siseó el Barón Von Hess, un anciano de noventa y siete años cuya familia había manipulado las finanzas europeas durante tres siglos, sus nudillos blancos aferrando el borde de la mesa de caoba. "Un caos controlado para barrer a los insurrectos, para reafirmar nuestra autoridad natural. ¡No esta... esta abominación que devora la cordura!"

Frente a él, Lord Ashworth, un patricio británico cuya familia había extendido sus tentáculos desde la Compañía de las Indias Orientales hasta los conglomerados mediáticos modernos, asintió con gravedad. "El Durmiente Profundo no es una herramienta para ser blandida por mortales, Barón, por muy exaltada que sea nuestra posición. Creímos que podíamos dirigir la tormenta. Qué necios fuimos."

En su arrogante afán por mantener y expandir su dominio sobre la Tierra, por perpetuar un ciclo de conflicto y reconstrucción que siempre los beneficiaba, estas trece familias, o al menos una facción dominante y temeraria dentro de ellas, habían hurgado en conocimientos arcanos que debieron permanecer sellados, en rituales olvidados que prometían poder sobre entidades de más allá del velo. Habían tirado de los hilos cósmicos con la soberbia de quienes se creen dioses entre los hombres. Y ahora, la tormenta que habían invocado amenazaba con devorarlos a ellos primero.

El consejo de los trece estaba fracturado, una herida abierta por una disputa que llevaba décadas enconándose y que finalmente había estallado en esta catástrofe. Por un lado, estaban los Ancianos, la Vieja Guardia: hombres como Von Hess y Ashworth, nonagenarios y centenarios aferrados a un orden mundial que ellos habían perfeccionado, donde el caos era una herramienta quirúrgica y la humanidad, un rebaño a guiar con mano de hierro y ocasionales sacrificios. Ellos habían visto el creciente descontento global, el surgimiento de nuevas ideologías y poderes independientes, como una amenaza a su hegemonía milenaria. Despertar "algo" antiguo y temible, controlarlo, usarlo para purgar y reordenar, había sido su apuesta desesperada para mantener el status quo.

"El viejo orden nos ha servido durante generaciones," había argumentado Von Hess en una reunión anterior, su voz como el crujido de un pergamino antiguo. "Un poco de miedo... una sacudida controlada... siempre ha sido útil para mantener a las masas a raya y a nuestros rivales más jóvenes y ambiciosos en su lugar."

Enfrente, estaban los "Jóvenes Turcos", aunque jóvenes era un término relativo para hombres de cincuenta y sesenta años que ya eran patriarcas de sus propias ramas familiares. Hombres como Kenjiro Tanaka de Japón o Alejandro Herrera de una antigua dinastía latinoamericana. Ellos veían un mundo que se dirigía hacia el colapso ecológico, social y espiritual incluso antes de la intervención cósmica. Abogaban por un cambio, una "gestión" más ilustrada y sostenible del planeta, aunque sin duda una donde su propia influencia siguiera siendo primordial.

"¡Este 'viejo orden' vuestro nos está asfixiando, nos lleva al abismo junto con el resto del planeta!" había replicado Herrera en esa misma tensa reunión. "Necesitábamos un cambio radical, sí, ¡pero hacia la sanación, hacia un nuevo equilibrio con la Tierra y sus energías, no hacia las fauces de un dios loco primigenio!"

La disputa entre estos dos bandos – los Barones de la Sombra, que deseaban perpetuar su control a través del miedo y el caos orquestado, y los que se veían a sí mismos como los Arquitectos de un Nuevo Alba, por muy autoritario que fuera ese amanecer – se había vuelto insostenible. Y en un acto de desesperación final para imponer su voluntad, o quizás por una cadena de errores de cálculo y arrogancia suprema, la facción de los Ancianos había forzado la mano, acelerando los rituales, tirando de la palanca que no solo despertó a Cthulhu, sino que también pareció rasgar el velo para otras entidades.

Ahora, en su búnker alpino, el terror era el único sentimiento que los unía. Sus vastas redes de inteligencia les traían informes de la locura en la superficie, de la batalla en el espacio, y de los extraños fenómenos en Cancún. Su "herramienta" estaba fuera de control. Sus ejércitos privados y su riqueza eran inútiles contra la marea de locura.

"Debemos... debemos encontrar una manera de aplacarlo," balbuceó un oligarca ruso, su rostro normalmente impasible ahora una máscara de miedo.

"¿Aplacar a Cthulhu?" se burló Tanaka con amargura. "Es como intentar aplacar a un agujero negro con ofrendas. ¡Hemos desatado el fin del mundo por aferrarnos a las migajas de nuestro poder!"

Los trece hombres más poderosos del mundo, los titiriteros secretos, se encontraron de repente como marionetas rotas, sus hilos cortados por una mano mucho más grande y terrible. Habían jugado con fuego cósmico, y ahora las llamas amenazaban con consumir toda su cuidadosa realidad construida. La ironía era tan amarga como la ceniza que pronto podría cubrir el planeta.