El mundo al borde del abismo

En un Búnker Secreto Bajo los Alpes Suizos -

Mientras la superficie de la Tierra experimentaba una tregua engañosa y en las profundidades de la Tierra Hueca se libraban batallas primordiales, los arquitectos humanos de gran parte del caos global se enfrentaban a su propia implosión. En su santuario alpino, los trece patriarcas y matriarcas de las familias más poderosas del mundo estaban sumidos en un acalorado y desesperado consejo de guerra. La llegada de Cthulhu, la entidad que algunos de ellos habían intentado "dirigir" como una herramienta, había demostrado ser un cataclismo que escapaba a su control más optimista.

"¡Vuestra 'solución final' para reafirmar el control nos ha llevado al borde de la aniquilación total, Von Hess!" La voz de Alejandro Herrera, representante de una vasta dinastía latinoamericana y uno de los líderes de la facción "joven" (aunque frisaba los sesenta), resonaba con furia contenida. "Despertar a un Primigenio... ¿en qué mente senil cabía que eso podría 'gestionarse'?"

El Barón Von Hess, con casi un siglo de manipulaciones globales a sus espaldas, golpeó la mesa con una mano temblorosa pero aún fuerte. "¡Silencio, advenedizo! Vuestra propia impaciencia y vuestras manos no están precisamente limpias. El 'orden' que buscabais sembrar no era más que vuestra propia versión del caos, ¡solo que con una fachada más moderna y 'sostenible'!"

La división era profunda, enconada por décadas de luchas de poder internas. La estrategia de los más viejos, los Ancianos del consejo como Von Hess y Lord Ashworth, por mantener su férreo control sobre un mundo cambiante, los había llevado a hurgar en rituales prohibidos, a creer que podían susurrar al oído de una entidad como Cthulhu y dirigir su poder destructivo para purgar a sus enemigos y reescribir el orden mundial a su antojo. Habían subestimado la escala del horror.

Pero los "jóvenes", los Reformadores, no eran inocentes. Kenjiro Tanaka, el rostro impasible del imperio tecnológico y financiero de su familia japonesa, observaba el intercambio con fría distancia. Su facción, en su propio afán por desestabilizar el dominio de los Ancianos y no perder el control de la narrativa global ante el creciente descontento popular, también había desatado sus propios demonios.

"No olvidemos los 'fuegos fantasma' que barrieron el Sudeste Asiático el año pasado, causando el colapso de las cadenas de suministro y la hambruna," Von Hess contraatacó, sus ojos inyectados en sangre fijos en Tanaka. "Ni la 'fiebre del cuervo' que diezmó las poblaciones agrícolas en el Cuerno de África y partes de la India. Virus de diseño, ¿verdad, Tanaka-san? Liberados convenientemente desde laboratorios que, tras una investigación superficial, parecían pertenecer a nuestros rivales en el consorcio energético de PetroSov, pero cuya firma genética llevaba el inconfundible sello de vuestros laboratorios de biotecnología avanzada en la isla de Hokkaido."

Tanaka no pestañeó. "Maniobras necesarias para exponer la fragilidad del sistema que vosotros, los Ancianos, os negabais a reformar. Para demostrar que se necesitaba un nuevo liderazgo, uno capaz de gestionar crisis... y de crear las soluciones."

"¡Soluciones que, qué casualidad, vuestras propias compañías farmacéuticas ya tenían listas!" añadió Ashworth con sorna. "Vacunas y antivirales distribuidos con gran fanfarria 'humanitaria', asegurando nuevos monopolios globales, una deuda de gratitud de naciones enteras y, por supuesto, debilitando fatalmente nuestras propias inversiones en las industrias tradicionales de esas regiones."

Herrera se encogió de hombros. "Un mal menor para un bien mayor: la transición hacia un orden más... eficiente. Teníamos las curas. Las muertes fueron contenidas, un reajuste poblacional y económico necesario." Su frialdad era tan escalofriante como la de los Ancianos.

Pero los Ancianos también habían hecho sus propias jugadas desesperadas para "mantener todo en orden" según su perspectiva. Mientras el mundo se tambaleaba por las crisis fabricadas por ambas facciones y la creciente presión psíquica de un Cthulhu cada vez más agitado, habían tomado medidas para asegurar su riqueza.

"¿Y qué hay de vuestra 'prudente y patriótica gestión de activos', Barón, Lord Ashworth?" replicó Tanaka, proyectando un holograma que mostraba rutas de transporte naval y aéreo secretas. "Mientras nos acusabais de sembrar el pánico, ¿no estabais vosotros vaciando silenciosamente las bóvedas de Europa? Miles y miles de toneladas de oro físico, el verdadero respaldo de vuestro poder durante siglos."

El holograma mostró los lingotes siendo cargados en submarinos de carga y aviones sin marcar. "No hacia las cámaras acorazadas de Nueva York o Zúrich, como cabría esperar," continuó Tanaka, "sino hacia Shanghái, Pekín, Hong Kong. Directamente a las manos de las antiguas y venerables familias Dragón de China, aquellas que siempre han soñado con recuperar el 'tesoro imperial perdido', el 'tributo que Occidente les debía desde las Guerras del Opio'."

Von Hess sonrió con la astucia de un viejo zorro. "El oro es poder, joven Tanaka, dondequiera que esté. Y nuestros amigos en el Partido y en las antiguas familias chinas... siempre han sido excelentes administradores de la riqueza, especialmente cuando creen que están recuperando lo que es suyo por derecho. Estaban más que felices de 'custodiar' nuestros activos, ofreciéndonos influencia y un refugio seguro a cambio de la ilusión de que estaban restaurando la gloria de su Imperio Medio." Ashworth asintió con aire de suficiencia. "Una jugada maestra para diversificar y asegurar nuestro legado, independientemente de las pequeñas tormentas que azoten Occidente. Los chinos solo están siendo utilizados, como siempre lo han sido los peones ambiciososos."

El búnker alpino, símbolo de su poder y paranoia, ahora era una jaula de lujo donde las facciones se acusaban mutuamente, revelando la profundidad de su propia corrupción y las despiadadas tácticas que habían empleado para mantener su dominio. Habían desatado plagas, manipulado economías, movido montañas de oro y, finalmente, despertado a un dios primigenio, todo en su insaciable juego de poder. Y ahora, con el mundo al borde del abismo, seguían divididos, incapaces de tomar una decisión unificada, cada bando culpando al otro, mientras las verdaderas fuerzas cósmicas comenzaban a mover sus piezas en el tablero global. Su control era una ilusión, y la hora de pagar el precio se acercaba rápidamente.