En el Búnker Secreto Bajo los Alpes Suizos
Lord Ashworth dejó que su crítica mordaz sobre la hipocresía de la facción más joven se asentara en la tensa atmósfera del búnker. Herrera y Tanaka, junto con sus aliados, estaban pálidos, las justificaciones muriendo en sus labios ante la cruda disección de sus fracasos idealistas. El Barón Von Hess y los otros Ancianos asentían con sombría aprobación.
Pero entonces, Ashworth suspiró, un sonido casi imperceptible de cansancio bajo su fachada de acero. Dejó su copa de brandy sobre la pulida mesa de caoba.
"Sin embargo," continuó, y su voz perdió parte de su agudo sarcasmo, adquiriendo un tono más contemplativo, casi de confesión a regañadientes, "no seré yo quien afirme que nuestras propias manos, las de la Vieja Guardia, permanecieron inmaculadas en la prístina pureza de nuestros... principios originales de control absoluto. La verdad, como suele ser el caso en los asuntos de poder, es considerablemente más turbia."
Miró a los miembros de su propia facción, algunos de los cuales ahora lo observaban con sorpresa.
"Mientras vosotros, en vuestra iluminada e impaciente imprudencia," dijo, dirigiéndose de nuevo a Herrera y Tanaka, "desatabais vuestras plagas 'controladas' y vuestras 'reformas' económicas que dejaban a millones sin sustento en los países que consideramos la espina dorsal de nuestro poder global, nosotros también tuvimos que actuar en contra de nuestra naturaleza más arraigada. Tuvimos que... improvisar, de maneras que habrían sido impensables para nuestros antecesores."
Una sonrisa amarga, casi imperceptible, tocó sus labios. "Repartimos dinero, sí. Con una generosidad que habría escandalizado a nuestros banqueros del siglo XIX. Establecimos redes de distribución de alimentos de emergencia, utilizando nuestras propias y vastas cadenas logísticas, porque vuestras acciones habían dejado a poblaciones enteras en nuestros principales bastiones industriales y financieros al borde de la inanición y la revuelta. Les ofrecimos ayuda masiva, presentada, por supuesto, como actos de 'filantropía corporativa estratégica' o 'responsabilidad social de las élites', sin esperar nada tangible a cambio a corto plazo, simplemente para evitar que nuestras propias y cuidadosamente construidas estructuras de poder se desmoronaran bajo el peso de la desesperación que vosotros mismos sembrasteis con tanta eficacia."
"Incluso," continuó Ashworth, y aquí un murmullo de incredulidad recorrió incluso a algunos de los Ancianos, "perdonamos deudas soberanas masivas a varias naciones menores del llamado 'Sur Global', deudas que sabíamos, desde hacía décadas, que nunca podrían pagarnos de todos modos. Fue una pérdida calculada, una forma de apuntalar regímenes amigos y mantener una apariencia de estabilidad en un mundo que se volvía loco. Y sí," añadió con una media sonrisa cínica que ahora parecía más dirigida a sí mismo, "incluso 'liberamos' a varios países satélites de sus obligaciones contractuales más onerosas con nuestros conglomerados. Fue... sumamente conveniente en ese momento. Una forma de reducir nuestras pérdidas expuestas y concentrar nuestros recursos mientras vosotros jugabais a la ruleta rusa con el orden global que tanto decíais querer 'reformar'."
Hizo una pausa, su mirada volviéndose extrañamente introspectiva, casi perdida. "Aunque he de reconocer," y aquí su voz se cargó de una genuina, aunque irritada y profundamente desconcertante perplejidad, "que antes de que vuestra ambición os llevara a desatar ese... ataque biológico a gran escala y la subsiguiente farsa de las vacunas universales... antes de que todo se convirtiera en este circo de horrores cósmicos que vosotros, en vuestra estupidez, ayudasteis a invitar a nuestro mundo..."
Se inclinó ligeramente hacia adelante, sus ojos pálidos y fríos fijos en Tanaka y Herrera con una nueva, aunque todavía hostil, curiosidad. "En verdad, sí estaban logrando algo. Algo que nos tenía... profundamente preocupados en el Consejo Interno. Algo que desafiaba nuestros modelos más antiguos y probados de control económico y psíquico."
"La conexión," dijo lentamente, cada palabra cayendo con el peso de una revelación no deseada, "la profunda resonancia con el Ojo del Caos que nosotros mismos habíamos tejido con tanto cuidado y durante tantos siglos en la urdimbre misma del Dólar americano, del Euro, del Yuan, de todas las monedas fiduciarias que apuntalaban nuestro sistema de ilusión financiera... esa conexión, caballeros, se había roto."
Dejó que la afirmación flotara en el aire. Incluso Von Hess pareció tensarse.
"Durante generaciones incontables," continuó Ashworth, casi como si hablara para sí mismo, "ese Ojo – ese símbolo de nuestra influencia invisible en cada transacción, ese ancla de dependencia psíquica y deuda económica perpetua que mantenía al mundo en su red – había permanecido inalterable, su poder sutil pero absoluto. Y de repente, en los años previos a vuestra... escalada, comenzó a desvanecerse, a perder su agarre, su brillo oscuro. Aún no entiendo completamente cómo una conexión tan profunda, tan arraigada en la psique colectiva a través de la economía durante tanto tiempo, pudo haberse quebrado tan... limpiamente, tan silenciosamente."
Miró directamente a los atónitos rostros de Tanaka y Herrera. "Fue gracias a vuestro cacareado 'cambio en la consciencia humana'. Vuestras aparentemente ingenuas iniciativas educativas globales, vuestros movimientos culturales 'progresistas' que fomentaban el pensamiento crítico y la soberanía individual, vuestra insistente promoción de la 'descentralización' y la transparencia... por idealistas y peligrosamente utópicas que nos parecieran esas nociones, estaban, de alguna manera insidiosa y efectiva, erosionando las bases mismas de nuestro control psíquico-financiero. Estaban, inadvertidamente o no, enseñando a la gente a ver las cadenas invisibles, a cuestionar el valor del papel pintado que llamamos dinero. Y eso, caballeros," concluyó con un suspiro que era casi un gruñido, "es algo que no habíamos anticipado con la suficiente seriedad. Un poder que no supimos contrarrestar a tiempo con nuestros viejos métodos."
Lord Ashworth se recostó en su sillón, su momento de inesperada y estratégica franqueza terminado. "Pero luego, por supuesto," añadió con un destello de su antiguo desdén, "os asustasteis de vuestro propio y anárquico éxito, o simplemente se os acabó la paciencia y la sutileza, y recurristeis a los viejos y burdos métodos que tanto criticabais en nosotros: el miedo, la enfermedad, el control directo y la tiranía sanitaria. Y aquí estamos. Con el mundo en llamas, dioses locos llamando a la puerta, y vosotros sin entender que por un breve momento, casi lograsteis lo que decíais desear, aunque fuera para nuestra propia y profunda consternación."
La revelación de Ashworth colgó en el aire, pesada y llena de ironías amargas. La facción "joven", en su idealismo inicial, había logrado sin querer lo que ninguna revolución había conseguido: empezar a romper las cadenas del control financiero global. Y luego, por su propia ambición y miedo, lo habían echado todo a perder, recurriendo a tácticas que los igualaban a sus odiados Ancianos, y desatando un caos que ahora amenazaba con consumirlos a todos.